—¡No! —exclamó Orión antes de retroceder, dándose cuenta de lo alto que había sido su voz. Se aclaró la garganta, frotando con timidez la parte trasera de su cuello.
—No —repitió, esta vez en una voz mucho más tranquila—. No es eso. Yo... te debo una boda. Una adecuada, con lo apresuradamente que partí de nuestra primera. —Luego, en un tono más suave, gruñó para sí:
— Aunque no por mis deseos.
—Parecías muy feliz con el acuerdo, al irte de inmediato —respondió Soleia con una mirada severa—. Puede que no recuerdes el día de nuestra boda, pero yo sí, Su Gracia. Recuerdo lo feliz que estabas al dejarme allí sola, emocionado incluso. Discúlpame si no deseo recrear ese día una vez más, especialmente porque vendrá mucha realeza a Vramíd de reinos vecinos.