Rebelión contra el Cielo - Part 10

Capítulo 10: El Hambre de un Dios

Después de ver todo esto, Ryuusei sintió un poco de pena. Pero ese era el Aurion de hace veinte años. Ahora, a los cuarenta, ya no podía sentir lástima por él.

Pero tenía un plan.

—Si se debilita cuando no obtiene lo que quiere... entonces hay una forma de hacer que caiga.

Muerte sonrió con una mueca burlona.

—Eso es lo que me gusta de ti, Ryuusei. No pierdes el tiempo en la conmoción. Vas directo a lo que importa.

—¿Cómo se asegura de que nadie hable? —preguntó Ryuusei.

Muerte chasqueó los dedos. La habitación se oscureció y frente a ellos apareció Aurion, rodeado de hombres poderosos.

—Los gobiernos lo necesitan. Si una víctima habla, desaparece. Si un periodista investiga demasiado, muere. Aurion es intocable... o eso cree.

La imagen cambió. Aurion estaba en su penthouse, con un cigarro en la mano y una copa de vino en la otra. Pero su mirada no era la de un dios. Sus dedos temblaban. Su respiración era irregular.

—Cuando no obtiene lo que quiere, la ansiedad lo consume —dijo Muerte—. Se desespera, se vuelve agresivo. Sin su dosis de adoración... se convierte en un monstruo de verdad.

La imagen desapareció.

—¿Y si lo obligo a perder el control? —susurró Ryuusei.

Muerte lo miró con interés.

—¿Tienes un plan?

Ryuusei esbozó una sonrisa peligrosa.

—Es hora de que el mundo deje de arrodillarse ante un dios falso.

Ryuusei se detuvo al escuchar la voz de Muerte.

—Tu plan no es imposible —dijo con un tono curioso—, pero tendría que ser un milagro.

Ryuusei entrecerró los ojos.

—¿Milagro?

Muerte sonrió con burla, caminando lentamente a su alrededor.

—Sí, un milagro… pero no el tipo que la gente espera. No puedes hacerlo solo, Ryuusei. Aurion y los suyos son "los salvadores de la humanidad". No importa cuántos crímenes cometan, siempre encontrarán la forma de torcer la verdad a su favor.

Se detuvo frente a él, su mirada sombría.

—Necesitas un equipo. Personas como tú. Seres que hayan visto la verdad y estén dispuestos a ensuciarse las manos para cambiarla.

Ryuusei cruzó los brazos, considerando sus palabras.

—Eso tomará tiempo.

—Oh, sí —dijo Muerte, sonriendo—. Tal vez años.

El aire se volvió denso, como si la propia realidad entendiera el peso de esa afirmación. Ryuusei sabía que enfrentarse a Aurion requería más que fuerza: necesitaba aliados, información, estrategia.

—¿Y dónde se supone que voy a encontrar a esta gente?

Muerte se encogió de hombros.

—El mundo está lleno de monstruos que los héroes han tratado de borrar. Gente que no encaja en su "visión de paz". Solo necesitas encontrarlos… y convencerlos de que hay algo más grande que su propia venganza.

Ryuusei miró hacia la ventana. Japón aún ardía en el caos que Aurion había dejado atrás.

—Entonces… empezaré a buscar.

Muerte sonrió con satisfacción.

—Ese es el espíritu. Pero recuerda, Ryuusei… un milagro no ocurre de la noche a la mañana.

Ryuusei ajustó su máscara del Yin-Yang.

—No necesito que sea rápido. Solo necesito que funcione.

Y con esas palabras, el plan para derribar a los "salvadores de la humanidad" había comenzado.

Pero se detuvo un momento antes de marchar.

Muerte sonrió con diversión al escuchar las palabras de Ryuusei, pero él no estaba de humor para sus juegos.

Se adelantó un paso, su voz firme y carente de paciencia.

—Tú eres la Muerte. Lo sabes todo, o al menos, lo suficiente. No me hagas perder el tiempo diciéndome que debo buscarlos. Si realmente quieres ver a Aurion caer, dime quiénes son. Sé que no tienes intención de ayudarme de verdad, solo quieres ver cuánto tardo en descubrirlo por mi cuenta.

Muerte entrecerró los ojos, y su sonrisa se desvaneció por un instante.

—¿Y si fuera así? —susurró—. ¿Y si quiero ver cuánto puedes hacer sin mi ayuda?

Ryuusei no se dejó intimidar.

—Entonces estás desperdiciando mi tiempo y el tuyo. Dímelo, ahora.

El aire se enfrió. Durante un momento, Muerte lo observó en silencio, como si estuviera evaluando cuánto podía empujarlo antes de que estallara. Luego, suspiró.

—Eres más impaciente de lo que recordaba… pero tienes razón. Sé de algunas personas.

Se giró lentamente y chasqueó los dedos. A su alrededor, sombras empezaron a moverse, mostrando figuras distorsionadas de seres que parecían sacados de una pesadilla.

—Algunos están encerrados, otros ocultos, algunos incluso han sido dados por muertos. Pero todos tienen algo en común… poder, y un motivo para odiar a los héroes.

Ryuusei observó las figuras. Algunos nombres resonaban en su mente.

—Dímelos.

Muerte sonrió.

—Muy bien. Pero te advierto algo, Ryuusei. Estas personas no son como Aiko. No son niños con potencial… son verdaderos monstruos.

Ryuusei no vaciló.

—Perfecto. Porque los héroes a los que nos enfrentamos… también lo son.

Ryuusei se quedó en silencio tras las palabras de La Bella Muerte. Sabía que tenía razón, no tenía tiempo para perder buscando en la oscuridad. Ella conocía el destino de cada individuo que se alzaba entre los humanos como algo más que simple carne y hueso. Con una sonrisa casi maternal, la entidad inclinó la cabeza.

—Debes reunir un milagro, Ryuusei. Un equipo con la fuerza para desafiar a los autoproclamados salvadores de la humanidad. Pero prepárate, porque sus almas están quebradas y su dolor es profundo. Veamos si puedes hacerlos creer en tu causa.

Con un chasquido de dedos, la Muerte le mostró visiones de aquellos que debía encontrar. Sus historias se desplegaron como memorias grabadas en un pergamino maldito.

— Empecemos — dijo La muerte —el primero es:

Sergei Volkhov: El Espectro de Rusia

Nacido en las frías y desoladas tierras de Vladivostok, Sergei Volkhov no conoció la calidez de un hogar. Creció entre las sombras de la guerra, alimentado por el eco de disparos y la sangre derramada en el asfalto. Su padre, un exmilitar caído en desgracia, se convirtió en un traficante de armas para la mafia rusa, y su madre, consumida por la heroína, apenas lo miraba. A los siete años, Sergei vio cómo su padre era ejecutado frente a él, un castigo por una deuda impaga. Aquel día, aprendió que la vida no valía nada si no sabías cómo quitársela a otro.

A los quince, ya era un experto en la violencia. Se unió a un grupo paramilitar clandestino en Chechenia, entrenado en tácticas de combate, infiltración y exterminio. Su precisión con el rifle lo convirtió en un activo valioso. No tardó en ser apodado "El Espectro" por la manera en que aparecía y desaparecía en el campo de batalla, dejando tras de sí cuerpos desmembrados y miradas congeladas en el horror. Sin embargo, lo que lo diferenciaba no era solo su brutalidad, sino la frialdad con la que ejecutaba a sus enemigos. No había odio en sus acciones, solo eficiencia.

En una de sus misiones en Daguestán, su unidad fue traicionada. Un general corrupto los vendió a mercenarios occidentales. Sergei vio morir a cada uno de sus compañeros de la forma más despiadada: algunos desollados vivos, otros quemados con napalm improvisado. Él mismo fue capturado y torturado durante días. Le arrancaron las uñas, le quebraron los dedos uno por uno y le abrieron la mejilla con una bayoneta oxidada, dejando la cicatriz que hoy porta como un recordatorio imborrable. Pero sobrevivió. Cuando su oportunidad llegó, usó los propios huesos rotos de sus manos para estrangular a su captor y, con un cuchillo robado, degolló a los guardias mientras dormían. Salió cubierto de sangre y con el olor a carne quemada impregnado en su ropa.

Después de esa masacre, Sergei desapareció de los radares oficiales. Se convirtió en un fantasma en el mundo del conflicto, moviéndose entre guerras como un mercenario sin bandera. Nunca buscó venganza, porque para él la venganza no existía, solo la supervivencia. Se refugió en los fríos bosques de Siberia, donde aprendió a convivir con la soledad, cazando para alimentarse y soportando el invierno con los recursos más básicos.

Pero el mundo no olvida a los asesinos eficaces. Un grupo lo encontró, ofreciéndole algo que él creía perdido: un propósito. No por dinero, no por patriotismo. Sino porque, después de todo lo que había visto, entendió que su única función en el mundo era la guerra. La muerte es lo único que nunca le falló, y él estaba listo para seguir entregándosela.

Sergei Volkhov no es un héroe ni un villano. Es el hombre que aparece en el campo de batalla cuando la esperanza ha muerto y solo queda el caos. Un Espectro que camina entre los vivos, esperando el día en que finalmente se una a los muertos que dejó atrás.

— Y como lo convencemos de unirse — Dijo Ryuusei

— Yo te sugiero que le demuestres tus poderes y si no funciona lleva un montón de dólares contigo y lo compras — Dijo esta con una voz feliz

—Bueno quien es el siguiente.

— El siguiente es — Dijo La muerte 

Brad Clayton: El Señor de la Tierra

En las profundidades de los Cárpatos rumanos, donde la niebla devora los valles y las montañas ocultan secretos ancestrales, nació Brad Clayton. Su madre, una arqueóloga británica obsesionada con los mitos antiguos, murió al darlo a luz en una excavación maldita. Su padre, un mercenario sin raíces, lo abandonó a su suerte. Creció en un orfanato dirigido por monjes que lo veían como una aberración. Siempre fue distinto: su cuerpo se desarrolló con una fuerza sobrehumana y, a una edad temprana, descubrió que la tierra respondía a su voluntad.

A los doce años, un grupo de hombres armados asaltó el orfanato en busca de reliquias antiguas. Los monjes fueron masacrados sin piedad. Brad, en un ataque de furia, sintió la montaña latir en su interior y, con un solo grito, el suelo se abrió bajo los invasores, devorándolos en una fosa de piedra y raíces afiladas. Cubierto de sangre y polvo, dejó atrás las ruinas y vagó sin rumbo, temido como un demonio por quienes lo encontraban.

Pasó su juventud en los círculos clandestinos de Rumania, sobreviviendo como luchador en peleas a muerte. Su cuerpo era una máquina imparable, sus golpes podían fracturar cráneos con un solo impacto. Pero su verdadera ventaja era su conexión con la tierra: cada paso que daba resonaba como un tambor de guerra, cada puño lanzado podía convertir el suelo en un arma letal. Lo llamaban "Atlas" porque sostenía su destino sobre hombros de piedra y ceniza.

Fue entonces cuando un grupo de cultistas intentó capturarlo. Querían su sangre, su esencia, para despertar a algo antiguo y maligno. Lo drogaron, lo encadenaron y lo llevaron a un altar de piedra en lo profundo de las montañas. En su delirio, escuchó voces que no eran humanas, susurrándole secretos olvidados. Cuando despertó, la tierra a su alrededor estaba teñida de rojo. Sin recordar cómo, había hecho que las montañas colapsaran, enterrando a los cultistas en un sepulcro sin fin.

Desde entonces, Brad dejó de ser un simple hombre. Se convirtió en una fuerza de la naturaleza, en un titán sin patria ni lealtades. Vagó por el mundo, vendiendo sus habilidades al mejor postor, pero nunca encontrando un propósito real. Hasta que alguien le ofreció algo diferente: no dinero, no venganza… sino una causa.

Brad Clayton, "Atlas", no es un salvador ni un monstruo. Es la furia de la tierra encarnada, un coloso que camina entre los hombres, esperando el momento en que el mundo tiemble bajo su peso.