Rebelión contra el Cielo - Part 11

Capítulo 11: Arkadi Rubaskoj: El Arcano

En las tierras heladas de Irlanda, donde los vientos aúllan como almas en pena y la nieve oculta secretos ancestrales, nació Arkadi Rubaskoj, fruto de la unión entre un monje exiliado y una curandera de linaje antiguo. Desde su infancia, Arkadi fue diferente. Mientras otros niños reían y jugaban entre la nieve, él se perdía en los bosques sombríos, escuchando susurros en lenguas muertas que susurraban su nombre. Su madre le enseñó sobre hierbas y rituales, sobre las sombras que moran en los rincones olvidados del mundo, mientras su padre le hablaba de libros prohibidos, sellados con sangre y custodiados por órdenes desaparecidas. Pero ninguno de los dos comprendía realmente lo que crecía dentro de él.

A los siete años, Arkadi tuvo su primera visión. En sueños, vio una ciudad derruida, sus calles cubiertas de ceniza y sombras errantes que murmuraban su nombre con voces lastimeras. Cuando despertó, la cabaña donde dormía estaba envuelta en llamas azules, un fuego espectral que devoraba la madera sin consumirla. Sus padres, aterrados, entendieron que su hijo no era solo un niño… era un heraldo de algo que no debía existir.

Los ancianos del pueblo querían deshacerse de él, temerosos de su poder, creyendo que era un mal presagio. Pero antes de que pudieran actuar, una noche sin luna, figuras encapuchadas aparecieron en la aldea. Sus túnicas negras parecían absorber la luz y sus pasos no dejaban huellas en la nieve. Arkadi fue arrebatado de su hogar sin un grito, sin una despedida, llevado lejos, más allá del mundo que conocía, a un monasterio oculto en las montañas de los Urales.

Allí, Arkadi conoció la verdad: no era un simple niño, sino el descendiente de un linaje de magos cuya existencia había sido borrada de la historia. En aquel lugar donde la luz apenas entraba, fue moldeado como un arma, un guardián del conocimiento arcano. Aprendió a leer lenguas olvidadas, a invocar sombras, a canalizar fuerzas que desafiaban la razón. Aprendió a matar sin tocar, a desangrar la voluntad de los hombres con solo una mirada. Su mente se expandió, y con ella, su hambre de conocimiento. Pero el monasterio tenía reglas, y una de ellas era clara: había puertas que nunca debían abrirse.

Arkadi nunca creyó en límites.

A los diecisiete años, encontró un libro sellado en una cámara subterránea, oculto tras cadenas herrumbrosas y runas de advertencia. La cubierta estaba hecha de piel humana, y las páginas parecían palpitar con un ritmo malsano. Lo abrió sin dudar, y en el instante en que sus ojos recorrieron los símbolos grabados en sangre, algo dentro de él se fracturó. Escuchó voces, vio mundos superpuestos con el suyo, sintió su cuerpo ser atravesado por un poder que no pertenecía a los vivos. Cuando alzó la vista, el monasterio estaba sumido en el caos. Sus maestros y hermanos yacían en el suelo, sus cuerpos retorcidos en ángulos imposibles, sus rostros congelados en expresiones de agonía eterna.

El libro lo había marcado.

Huyó a través de las montañas, con el conocimiento prohibido ardiendo en su mente. Viajó por Europa, deslizándose entre las sombras, devorando secretos. Descubrió el verdadero poder de la magia: podía doblegar la realidad a su voluntad, corromper mentes con un susurro, manipular el tiempo en fracciones imperceptibles, abrir puertas a dimensiones donde la cordura humana se extinguía como una vela en la tormenta. Sus enemigos murieron sin saber que lo eran. Sus aliados se convirtieron en cenizas cuando dejaron de ser útiles.

Regresó a Irlanda, a las ruinas de un castillo celta donde los druidas habían sellado antiguas criaturas en tiempos olvidados. Allí, rodeado de piedras malditas y vientos que gemían con voces de otro mundo, perfeccionó su arte. Se convirtió en un mito, una pesadilla, una sombra en la bruma. Algunos lo buscaban por sabiduría. Ninguno sobrevivía a la enseñanza.

Un día, un hombre llegó a él con una oferta distinta. No era un aprendiz ni un enemigo. Era un guerrero, un estratega, alguien que entendía que el poder no se limitaba a la magia. Le ofreció algo que Arkadi no había considerado en mucho tiempo: un propósito.

Ahora, Arkadi Rubaskoj, "El Arcano", camina entre los vivos y los muertos, tejiendo hilos de destino con manos invisibles. No es un hombre. No es un dios. Es el puente entre lo que fue y lo que será, el guardián de secretos que harían arder la mente de los mortales. La historia aún no ha terminado… y él se asegurará de escribir el siguiente capítulo con sangre y fuego.

— Wow… No sabía que la magia aún existía — dijo Ryuusei, con los ojos muy abiertos, observando el resplandor del pergamino flotante.

La Muerte soltó una risa seca antes de responder con desdén:

— Ingenuo.

Ryuusei frunció el ceño y desvió la mirada hacia el horizonte. El aire era denso, cargado de un extraño poder. Suspiró antes de preguntar con voz firme:

— ¿Cuántos nos faltan?

La Muerte extendió su mano y el pergamino flotó hasta posarse frente a él. Sus ojos vacíos recorrieron la lista antes de responder con calma implacable:

— Solo cinco más… Los que aún siguen con vida y no han sido capturados.

El silencio se extendió entre ambos. Ryuusei cerró los puños, sintiendo el peso de la misión sobre sus hombros. El viento ululaba a su alrededor, como si la propia noche les susurrara advertencias.

La cacería aún no había terminado.