Rebelión contra el Cielo - Part 12

Capítulo 12: Kaira Thompson: La Marionetista

En lo más profundo de los callejones de Bangkok, donde la luz de los neones se filtra entre la suciedad y el pecado, nació Kaira Thompson. Su madre era una bailarina exótica que había sido traída desde Londres con la promesa de una vida mejor, pero que pronto cayó en las redes de un círculo clandestino de trata. Kaira nunca supo quién era su padre. Su madre la ocultó durante años en una pequeña habitación trasera de un club nocturno, lejos de los ojos de los hombres que venían por entretenimiento y placer.

Desde pequeña, Kaira fue testigo de la decadencia y la crueldad humana. No conocía el amor ni la bondad, solo el miedo y el instinto de supervivencia. Observaba desde las sombras, aprendiendo cómo las palabras y los gestos podían hacer que los hombres cedieran a los caprichos de quienes sabían jugar con ellos. Su madre intentó protegerla, pero el destino fue cruel. Una noche, cuando Kaira tenía apenas nueve años, su madre fue asesinada brutalmente por uno de los dueños del club, un hombre de voz gruesa y ojos sin alma.

Ese fue el día en que Kaira dejó de ser una niña.

Con su pequeña estatura y una inteligencia despiadada, supo que no sobreviviría con fuerza física. En cambio, se volvió un espectro en los pasillos del club, aprendiendo a moverse sin ser vista, a manipular con palabras, gestos y miradas. Su don natural para el engaño y la persuasión creció con los años, y con él, un oscuro talento que la haría temida: el control de los hilos.

No eran hilos reales al principio, sino una habilidad excepcional para manipular a las personas. Aprendió a tocar la fibra más sensible de los corazones humanos, a enredar sus deseos y miedos hasta hacerlos bailar a su voluntad. Primero fueron pequeños favores, luego robos, extorsiones y, finalmente, asesinatos. Con una sonrisa encantadora y palabras dulces, lograba que sus víctimas hicieran lo impensable por ella. Su reputación comenzó a extenderse entre los bajos mundos de Tailandia, y pronto, los criminales más poderosos la querían de su lado.

Pero Kaira no era alguien que se dejara poseer.

A los diecisiete años, desapareció del radar de aquellos que creían haberla domesticado. Nadie sabe exactamente qué hizo en los siguientes cinco años, pero cuando volvió, ya no era solo una manipuladora de mentes. Algo más oscuro se había despertado en ella. Había aprendido a canalizar su voluntad en hilos reales, hilos que no podían verse pero que ella sentía recorrer sus dedos. Con ellos, podía controlar a los cuerpos como si fueran títeres rotos, obligándolos a moverse con una gracia macabra.

Se decía que había encontrado un antiguo ritual en un templo olvidado, que se había sumergido en conocimientos prohibidos que le permitieron controlar los músculos y nervios de los demás como si fueran extensiones de su propio cuerpo. Otros decían que era una maldición, una penitencia por su naturaleza manipuladora. Pero la realidad era mucho más simple: Kaira era el resultado de un mundo que solo le había mostrado crueldad, y ella había aprendido a devolverla con intereses.

Cuando reapareció, vestía su característico corsé negro con encajes rojos, una falda corta asimétrica que dejaba entrever sus movimientos ágiles y gráciles, y guantes largos que ocultaban las cicatrices de los ritos que había realizado sobre su propia piel. Sus uñas eran afiladas como garras y sus ojos, de un violeta hipnótico, parecían mirar dentro del alma de cualquiera que osara sostenerle la mirada.

Los rumores sobre sus habilidades pronto la convirtieron en un mito entre asesinos y mercenarios. "La Marionetista", la llamaban, un nombre que no solo hacía referencia a su capacidad de manipular personas, sino también a la manera en que hacía que sus enemigos danzaran su último vals antes de desplomarse sin vida.

Un día, un hombre de nombre Sergei Volkhov la encontró en una mansión abandonada en las afueras de Bangkok. Le había seguido la pista por semanas, intrigado por su reputación. Cuando la vio en acción, comprendió que los rumores no eran exagerados. En el centro de una gran sala, tres hombres colgaban de hilos invisibles, sus cuerpos contorsionados en posiciones imposibles mientras Kaira los hacía bailar con una sonrisa inocente en los labios.

—¿Bailamos? —le preguntó ella, girando sobre sus talones, sus ojos brillando con un sadismo latente.

Sergei no se inmutó. No era un hombre que se asustara con facilidad. En cambio, hizo algo que nadie había hecho antes: sonrió.

—No vine a bailar. Vine a hacerte una propuesta.

Kaira inclinó la cabeza, curiosa.

—¿Y qué podrías ofrecerme que yo no pueda tomar por mí misma?

—Guerra —respondió él sin vacilar.

La Marionetista se quedó en silencio por un momento, y luego, por primera vez en mucho tiempo, rió de verdad. Una risa musical, sin malicia, sin sarcasmo, solo diversión genuina.

—Me gusta la guerra —susurró, mientras dejaba caer a los tres hombres al suelo como muñecas rotas.

Y así, con una sonrisa seductora y un nuevo juego por delante, Kaira Thompson decidió unirse a un grupo de guerreros que, como ella, habían sido forjados en la oscuridad del mundo. No por redención, no por venganza, sino porque la guerra prometía algo que ninguna marioneta podía darle: una historia sin cuerdas que la ataran.

Después de todo, incluso la mejor marionetista necesita algo de caos para seguir danzando.

— Kaira Thompson y Sergei Volkhov… — murmuró Ryuusei mientras leía los nombres en el pergamino.

La Muerte esbozó una sonrisa burlona.

— Juntos. Qué conveniente. Dos pájaros de un solo tiro.

Ryuusei cerró el pergamino con un chasquido y miró a su compañero.

— ¿Me recomiendas ir por ellos primero?

La Muerte asintió lentamente, sus ojos vacíos reflejando un brillo ominoso.

— Sin duda. Son fuertes, pero su mayor debilidad es que confían demasiado el uno en el otro. Si los tomas por sorpresa, caerán sin siquiera darse cuenta.

El viento sopló con más fuerza, arrastrando hojas secas a su alrededor. Ryuusei exhaló con calma y se ajustó las vendas en los nudillos.

— Entonces, será mejor que no les demos tiempo de reaccionar.

La Muerte rió bajo.

— Me gusta cómo piensas.