Capítulo 13: Amber Lee (Nyx)
Amber Lee nunca fue una niña común. Criada en los callejones sombríos de Hong Kong, aprendió desde temprana edad que la supervivencia dependía de la astucia y la crueldad. Su madre, una ex asesina a sueldo, la instruyó en el arte de la seducción y la muerte, enseñándole que la debilidad no tenía cabida en su mundo. Su padre, un hombre cuya identidad nunca conoció, era apenas una sombra en su historia, un misterio del que solo quedaban vagas referencias y un anillo de jade que su madre siempre llevaba consigo.
Desde su adolescencia, Amber demostró un talento innato para el sigilo y el envenenamiento. Mientras otros niños jugaban en los parques, ella experimentaba con sustancias letales, perfeccionando mezclas que podían paralizar a un hombre en cuestión de segundos o inducirle un dolor inimaginable antes de la muerte. Su madre la observaba con una mezcla de orgullo y temor, sabiendo que estaba criando a un depredador.
A los dieciséis años, Amber cometió su primer asesinato. Su víctima fue un traficante que había intentado traicionar a su madre. En una elegante danza de veneno y persuasión, lo sedujo con una copa de vino, mientras sus dedos, cubiertos con un fino polvo tóxico, rozaban su piel. Minutos después, el hombre convulsionaba en el suelo, mientras ella lo observaba con fascinación. Fue entonces cuando comprendió su verdadera naturaleza: era una artista, y la muerte su lienzo.
Tras la trágica muerte de su madre en una emboscada, Amber se convirtió en una nómada. Viajó por China, Rusia y Europa, perfeccionando sus habilidades y ampliando su repertorio de venenos. En los círculos criminales, comenzó a ser conocida como "Nyx", la Reina del Veneno, un susurro entre los hombres poderosos que temían despertar con un beso mortal sobre sus labios.
Su belleza era su arma más letal. En un mundo donde la violencia era sinónimo de brutalidad, Amber demostraba que la elegancia y la sensualidad podían ser igual de mortales. Su vestimenta, un mono de cuero negro con aberturas estratégicas, no era solo una declaración de poder, sino un señuelo para sus presas. Sus tacones, con pequeñas cuchillas ocultas, le permitían ejecutar movimientos letales sin perder un ápice de gracia. Pero su verdadero poder residía en sus guantes, finos y elegantes, impregnados con microagujas que inyectaban venenos variados, desde neurotoxinas hasta compuestos que inducían una lenta y agónica asfixia.
A pesar de su fama y letalidad, Amber no era una simple asesina. Cada muerte que causaba tenía un propósito. Para ella, el asesinato era una forma de arte, una danza entre el depredador y la presa. No mataba por placer ni por dinero, sino por la emoción del control, por la sensación de ser la dueña del destino de otro ser humano.
Su historial era impecable. Nadie había sobrevivido para contar su historia, nadie había logrado rastrear su paradero. Hasta que un día, un encargo la llevó a enfrentarse a un enemigo diferente. Un hombre que no temía la muerte, que no se dejaba seducir por su mirada ámbar ni por sus palabras venenosas. Un hombre que vio más allá de la femme fatale y descubrió la niña perdida en los callejones de Hong Kong.
Por primera vez, Amber sintió algo parecido a la duda. Y en un mundo donde una sola duda podía significar la muerte, supo que su juego estaba a punto de cambiar. La Reina del Veneno estaba acostumbrada a dictar las reglas... pero, ¿qué ocurriría cuando alguien más tomara el control del tablero?
— Déjame adivinar, le demuestro mis habilidades y si no puedo la compro aunque suene un poco feo.
— Exacto Ryuusei —Dijo La muerte
— Que raro que aun me trates bien y ni me insultes
— Todo esto pronto será cobrado Ryuusei