Capítulo 14: Chad Blake
Chad Blake nunca conoció la paz. Desde niño, el fuego corrió por sus venas, no solo en un sentido figurado, sino literal. Su primer recuerdo es el resplandor de las llamas devorando su hogar, el calor abrazador en su piel mientras su madre gritaba su nombre. Nadie supo cómo empezó el incendio. Nadie, excepto Chad.
Criado en los márgenes de la sociedad, Chad pasó su infancia en un orfanato en los suburbios de Detroit. Pero la estructura y las reglas nunca fueron lo suyo. Cada vez que alguien intentaba someterlo, algo explotaba: una lámpara, una ventana, incluso el auto del director del orfanato. Lo llamaban "niño problema", pero él sabía la verdad: su don no era una maldición, sino una promesa de poder absoluto.
A los catorce años, harto de la monotonía de su existencia, huyó. Se convirtió en un nómada, viajando por las carreteras de Estados Unidos, sobreviviendo en peleas clandestinas y trabajos turbios. Su temperamento era una mecha corta, su actitud una chispa, y el resultado siempre era el caos. Aprendió a controlar su don, a canalizarlo a través de guantes con inscripciones explosivas que amplificaban su capacidad destructiva. No necesitaba armas, no necesitaba aliados. Solo sus puños y su furia.
Fue en una de esas peleas cuando se ganó el apodo de "Ignis". Un rival intentó acuchillarlo en un combate arreglado, y Chad, en un acto instintivo, tocó su chaqueta y la hizo estallar en llamas. El hombre gritó y cayó al suelo retorciéndose de dolor. El público enmudeció. Y Chad solo sonrió. Desde ese momento, su nombre se convirtió en una leyenda en el mundo subterráneo: el hombre que podía hacer explotar cualquier cosa con un simple roce.
Sin embargo, la fama trajo enemigos. Organizaciones criminales lo querían de su lado, gobiernos lo consideraban un arma, mercenarios buscaban cobrar su cabeza. Pero Chad no pertenecía a nadie. Destruir era su arte, su manera de existir. Su chaqueta de cuero negro con detalles en llamas, su andar despreocupado y su sonrisa arrogante eran una advertencia: jugar con fuego tenía consecuencias.
Un día, Chad llegó a Nueva Orleans. La ciudad vibraba con música y desenfreno, pero también con secretos oscuros. En un bar de mala muerte, se topó con un hombre que se hacía llamar Elias Crane, un mercenario con cicatrices de guerra y un aire de peligro que Chad respetó al instante. Elias no estaba allí por casualidad; lo había estado siguiendo durante semanas.
—Te buscan en todos lados, Ignis —dijo Elias, encendiendo un cigarro—. Pero hay alguien que no quiere atraparte… quiere contratarte.
Chad arqueó una ceja, intrigado pero sin bajar la guardia.
—¿Y por qué carajos haría eso? —preguntó, apoyándose en la barra.
Elias sonrió de medio lado y sacó un sobre del interior de su chaqueta. Lo deslizó sobre la mesa.
—Porque lo que se viene… no puedes hacerlo solo.
Chad miró el sobre y luego a Elias. Por primera vez en mucho tiempo, sintió algo más que simple desinterés o arrogancia: curiosidad. Tomó el sobre y lo abrió. Dentro había una foto de un edificio en ruinas, con un símbolo grabado en la pared de concreto chamuscado. Era una especie de runa, algo antiguo… y lo que era peor, lo reconocía.
Lo había visto antes. En su hogar, la noche en que todo ardió.
La memoria de las llamas regresó con fuerza. El calor, el grito de su madre, el resplandor cegador de la explosión que lo había dejado huérfano. Siempre pensó que había sido su culpa, que su poder se había desatado de manera incontrolable. Pero ahora…
—¿Quién hizo esto? —preguntó con voz baja.
Elias sacó otra foto. Un rostro frío, con ojos oscuros y vacíos, y una cicatriz cruzándole la mejilla.
—Se llama Viktor Lazarov. Un bastardo con muchas deudas de sangre. Y si quieres respuestas, te sugiero que vengas conmigo.
Chad sintió cómo sus puños temblaban. No de miedo, sino de anticipación. Durante años había vivido sin propósito, quemando todo a su paso solo porque podía. Pero ahora… ahora tenía un objetivo. Y no descansaría hasta reducir a cenizas a ese hombre.
Lo que no sabía era que este viaje lo llevaría a cruzarse con otros como él. Guerreros, asesinos, monstruos disfrazados de humanos. Un grupo que cambiaría su destino de maneras que ni siquiera él podía prever.
Chad Blake estaba a punto de descubrir que la verdadera destrucción… apenas comenzaba.
Este si me va a servir un montón — Dijo Ryuusei entusiasmado — Y una pregunta, te puedo poner un apodo es que llamarte "La muerte" me es muy largo.
Nunca en todos sus años de vida de La Muerte le habían hecho se pregunta.
— Bueno Ryuusei por ser la ultima vez que no veamos ya sabrás el porque te dejo el honor de ponerme un apodo.
— Ya que me das ese honor, eres bonita aunque ya lo sepas y bueno mi propuesta es llamarte Lara, te parece correcto?
— Es bonito me gusta — Dijo esta sonrojada por primera vez.
— Lara todas estas personas que me estas mostrando, aparte de sus poderes se pueden regenerar como nosotros?
— No, Ryuusei ellos no se pueden regenerar como tu.
Continuara...