Rebelión contra el Cielo - Part 16

Capítulo 16: Un integrante misterioso 

Después de escuchar los nombres y las historias de cada uno—Sergei Volkhov, Brad Clayton, Arkadi Rubaskoj, Kaira Thompson, Amber Lee, Chad Blake y, por último, Sylvian—Ryuusei permaneció en un silencio denso, casi meditativo. No era cuestión de si podía convencerlos de unirse a su causa, sino de cómo hacerlo.

¿Dinero? Un espejismo de control. La riqueza solo compraba lealtades endebles, siempre sujetas a la oferta de un mejor postor. ¿Poder? Atraía a los ambiciosos, pero los verdaderamente fuertes rara vez se arrodillaban ante otro, salvo que vieran en él algo que trascendiera la fuerza misma. ¿El viejo anhelo de conquistar el mundo? Una utopía marchita antes siquiera de germinar.

Dominar el mundo. Las palabras resonaban en su mente como un eco lejano, casi ridículo. Una idea que había seducido a reyes, generales y dioses, solo para conducirlos a la ruina. Gobernar era una paradoja: en el instante en que uno cree haber alcanzado la cima, comienza el descenso inevitable. Porque el poder absoluto no era más que una perpetua lucha contra la rebelión, la traición, la codicia de aquellos que, como lobos hambrientos, acechan la primera señal de debilidad.

¿Qué sentido tenía sostener un imperio si, tarde o temprano, su propia existencia se volvía una guerra constante contra su propio pueblo? ¿Si cada alianza era una cadena y cada victoria, una deuda con la historia? ¿Si cada hombre que se inclinaba ante él lo hacía con un puñal oculto en la manga?

No. No era eso lo que buscaba.

Había visto suficiente del mundo para comprender que el verdadero poder no estaba en gobernarlo, sino en no necesitarlo. En no ser esclavo de un destino dictado por otros, en no depender de tronos, ejércitos o títulos para justificar su existencia.

Lo que Ryuusei realmente anhelaba no se hallaba en la cima de un palacio ni en la sombra de una bandera. Era algo más esquivo, más etéreo: la paz. No la paz superficial de un tratado firmado con manos temblorosas, ni la falsa armonía de un pueblo sometido por el miedo, sino una paz real, aquella que solo podía encontrarse dentro de uno mismo.

Pero, ¿podía un hombre como él alcanzarla?

A lo largo de su vida, había sido muchas cosas. Un asesino, un guerrero, un espectro errante en busca de algo que ni siquiera él sabía definir. Había tomado vidas sin vacilar, visto rostros desvanecerse en la nada, sentido el peso de la sangre seca en sus manos, la frialdad de la muerte susurrándole al oído. ¿Podía alguien con su historia aspirar a la paz?

Tal vez, si lograba desvanecerse del mundo, si conseguía borrar su nombre de la memoria de la historia, entonces podría hallar la respuesta. Tal vez, en el olvido, descubriría su verdadera esencia.

¿Quién era realmente? ¿Era solo una sombra moldeada por el destino? ¿O acaso tenía en sus manos el poder de desafiarlo?

Antes de que pudiera hundirse más en su propia reflexión, una voz emergió desde la oscuridad.

Todos esos pensamientos se esfumaron cuando Lara habló.

—Ryuusei —murmuró Lara, su voz un susurro que parecía deslizarse entre las sombras.

Ryuusei no se inmutó, pero un leve brillo cruzó sus ojos.

—Habla.

Lara avanzó con pasos calculados y elegantes. En sus manos flotaba el pergamino del destino, irradiando un resplandor tenue, como si la misma realidad luchara por contener su esencia.

—El pergamino ha cambiado —dijo con gravedad inquebrantable—. Ha aparecido un nuevo nombre.

Ryuusei ladeó el rostro levemente.

—¿Quién?

Lara desenrolló el pergamino con deliberada lentitud. Las palabras se grabaron en el aire con fuego efímero.

—Ezekiel Kross.

Un nombre sin tiempo. Un eco de algo que nunca debió existir.

—¿Y qué tiene de especial? —preguntó Ryuusei, ocultando su interés tras una máscara de indiferencia.

Lara lo miró por un instante antes de responder.

—Nació en Alemania… pero su origen no es lo importante. Es lo que lo convirtió en lo que es ahora.

Ryuusei giró completamente hacia ella.

—Explícate.

Lara dejó escapar un suspiro, como si contar la historia le robara una parte de su propia esencia.

—Ezekiel Kross no nació. Fue creado. Un experimento en un laboratorio militar destinado a doblegar el tiempo mismo. Un intento de moldear soldados que pudieran manipular la realidad a voluntad.

Ryuusei no dijo nada, pero su mirada se afiló.

—Muchos murieron en el proceso. Niños arrancados de sus hogares, obligados a soportar pruebas inhumanas. Algunos envejecieron hasta convertirse en polvo en cuestión de segundos; otros quedaron atrapados en ciclos interminables de nacimiento y muerte. Solo uno sobrevivió.

—Ezekiel —murmuró Ryuusei.

Lara asintió.

—Él soportó lo que ningún otro pudo. Lo llamaron un milagro, pero era una maldición. No solo podía resistir la distorsión temporal… podía controlarla. Al principio, solo fueron pequeñas alteraciones: ralentizar una bala, estirar un instante de dolor o paz. Pero con el tiempo, su poder creció.

Las llamas del pergamino se intensificaron, reflejando la tragedia contenida en la historia.

—El General Koenig, el arquitecto del proyecto, vio en él la oportunidad de crear el arma definitiva. Pero cometió un error. Intentó domesticar un huracán.

Ryuusei se cruzó de brazos.

—Déjame adivinar. Todo se fue al carajo.

Lara dejó escapar una leve sonrisa.

—Cuando intentaron someterlo, Ezekiel retrocedió el tiempo en la base, atrapando a los soldados en un ciclo de muerte inescapable. Disparaban, pero sus balas nunca llegaban a su objetivo. Intentaban correr, pero siempre volvían al mismo punto. La base se convirtió en una paradoja viviente.

El viento nocturno susurró entre ellos, como si trajera consigo los lamentos de los caídos.

—Los científicos intentaron escapar. Ezekiel los atrapó en un bucle infinito de terror. Morían, despertaban y volvían a morir, hasta que sus mentes colapsaron.

—¿Y el General Koenig? —preguntó Ryuusei en voz baja.

Lara guardó silencio un momento antes de responder.

—No huyó. Se quedó en el centro de la base, esperándolo.

Ryuusei entrecerró los ojos.

—Un hombre dispuesto a morir de pie.

—Quizás. Pero su muerte no fue rápida. Ezekiel lo obligó a revivir su ejecución cientos de veces, cada una con un dolor distinto. Hasta que su cuerpo se convirtió en un amasijo irreconocible de carne y tiempo fragmentado.

El silencio reinó entre ellos.

—¿Y después?

—Desde entonces, Ezekiel vaga como un espectro del tiempo. No pertenece a ninguna era, no puede permanecer en un solo lugar. Su propia existencia es una anomalía que el universo intenta corregir.

Lara alzó la vista al cielo.

—Dos anomalías no pueden coexistir sin consecuencias. Y él… se está moviendo hacia ti. O quizás tú lo encuentres primero… en Alemania.

Un escalofrío recorrió la espalda de Ryuusei, aunque su reacción fue apenas una sonrisa, leve e indescifrable.

—Interesante.

Lara lo observó en silencio.

—No puedes huir de esto, Ryuusei.

Él se puso de pie, estirando ligeramente los hombros.

—Si puede manipular el tiempo… quizás me sea útil.

Lara sonrió.

—Veremos si piensas lo mismo cuando lo tengas frente a ti.

—Bueno Ryuusei después de haber escuchado todo esto, necesitas pagarlo sabes.

Ryuusei se asusto porque sabia que Lara en cualquier momento podría decir que lo pagara con su vida, o por otra cosa aun peor.

— Ryuusei desde este mismo instante dejas de ser un "Heraldo Bastardo" junto con Aiko son libres si se podría decir de esta forma.

Ryuusei se quedo congelado al escuchar esto.

Ryuusei volvió a mirar a Lara, su expresión imperturbable, pero su mente agitada.

—¿Por qué dices eso?

El pergamino ardió aún más, como si las palabras que emergían de él consumieran el aire mismo. La voz de Lara se tornó solemne, casi profética.

—Porque dos anomalías no pueden coexistir sin consecuencias. Y él… se está moviendo hacia ti. O quizás tú lo encuentres primero… en Alemania.

Un escalofrío recorrió la espalda de Ryuusei, aunque su reacción fue apenas una sonrisa, leve e indescifrable.

—Interesante.

Lara lo observó en silencio, con la certeza de quien conoce el destino y solo espera su cumplimiento.

—No puedes huir de esto, Ryuusei. Tarde o temprano, sus caminos se cruzarán.

El asesino se puso de pie con calma, estirando ligeramente los hombros, como si la amenaza de un enemigo desconocido no fuera más que un juego.

—Si puede manipular el tiempo… quizás me sea útil.

Pero Lara no había terminado. Su voz se volvió más firme, cargada de una intención inconfundible.

—Ahora, Ryuusei, hay algo que debes pagar.

Por primera vez, un atisbo de tensión se reflejó en su mirada. Conocía demasiado bien a Lara como para descartar la posibilidad de que "pagar" significara su vida… o algo peor.

—Ryuusei, desde este instante… dejas de ser un "Heraldo Bastardo". Tú y Aiko son libres… si es que la libertad es siquiera posible para ustedes.

Ryuusei se quedó inmóvil. Su mente procesó las palabras, pero su corazón se negó a aceptarlas de inmediato.

—Esto no es una de tus estúpidas bromas, ¿cierto?

—No. Esta vez hablo en serio.

Lara avanzó un paso, con una expresión que oscilaba entre la diversión y el desprecio.

—Desde este momento, ya no estás bajo mi protección. Y te explicaré por qué.

Hizo una pausa, disfrutando la revelación tanto como el desconcierto en el rostro de Ryuusei.

—Cuando te conocí en mi torneo, supe que la idea de matar no te sería agradable. Pero eso no te impidió hacerlo. Vi con mis propios ojos cómo asesinaste al Heraldo Negro… cómo eliminaste a mi preciada bestia, aunque apenas era un bebé.

Lara sonrió con burla.

—Masacraste a Haru y Kenta… y torturaste a Daichi de una manera tan sádica que, lo admito, me resultó bastante excitante.

—¿Qué demonios estás diciendo? —Ryuusei frunció el ceño, desconcertado.

—Ah, no le des tantas vueltas. Lo importante es esto: eres el primer humano en destruir la orden de los Heraldos. Y por eso… te destierro.

El silencio se volvió pesado. Pero Lara aún tenía más que decir.

—Casi lo olvido… dos cosas más.

Se inclinó levemente hacia él, con un brillo de diversión cruel en los ojos.

—Daichi sigue vivo. Vino a mí… rogándome que te matara. Pero le dije que no.

Ryuusei no respondió. No necesitaba hacerlo el ya sabia a donde iría Daichi al momento que el escapara.

—A cambio, le di mil Heraldos a su disposición. Ahora es mi marioneta… y hará lo imposible por verte muerto.

Hizo una pausa, disfrutando el momento antes de dar la última estocada.

—Ah, también te envié todos los artículos y la herencia de Haru y Kenta antes de destruir tu casa. Están a tu nombre. Considéralo un… regalo de despedida.

Ryuusei la observó, su expresión volviéndose más sombría.

El crujido de sus nudillos resonó en la penumbra. Su respiración se volvió pesada, cada inhalación un intento de contener algo que amenazaba con desbordarse.

—¿Tienes idea de lo que has hecho? —Su voz vibró con una ira contenida, como un volcán a punto de estallar—. ¿Sabes quiénes vivían ahí? ¡No solo era mi casa!

Su mirada se encendió con furia pura.

—Mis sirvientes… Ellos no eran soldados, ni asesinos, ni enemigos tuyos. ¡Eran personas que lo único que hicieron fue servirme con lealtad! Y tú… —Su mandíbula se tensó—. Tú los condenaste a morir como si fueran nada.

—¿Por qué haces todo esto?

Lara sonrió con indiferencia.

—Porque ya no quiero verte. Me divertí lo suficiente contigo, Ryuusei.