Rebelión contra el Cielo - Part 2

Capítulo 2: Un Nuevo Comienzo en las Sombras

Los siguientes días fueron extrañamente tranquilos. Ryuusei y Aiko aún debían esperar las dos semanas para recibir sus pasaportes falsos, así que, por primera vez en mucho tiempo, se permitieron bajar la guardia, aunque fuera solo un poco.

Desde que comenzaron su lucha, cada día había sido una constante batalla, un escape o una planificación para sobrevivir. Pero ahora, con la necesidad de ocultarse mientras sus nuevos documentos eran elaborados, ambos tuvieron que aprender algo que casi habían olvidado: vivir.

Aiko aprovechó el tiempo para recuperar fuerzas, su cuerpo aún resentido por las heridas del pasado. Ryuusei, por otro lado, se vio obligado a aprender a estar quieto. No era fácil para alguien acostumbrado a moverse siempre en la sombra del conflicto.

Para distraerse, exploraron la ciudad como simples turistas. Se pasearon por los mercados nocturnos de Shinjuku, donde probaron platos que nunca antes habían considerado. Caminaron por parques donde las parejas disfrutaban de su tranquilidad, lejos de las sombras de la guerra que ambos conocían demasiado bien.

—Si sobrevivo a todo esto —dijo Aiko mientras saboreaba un takoyaki hirviendo—, creo que quiero abrir un puesto de comida.

Ryuusei la miró con incredulidad.

—¿Después de todo lo que hemos hecho, quieres vender comida callejera?

—¿Por qué no? —respondió con una sonrisa burlona—. Todos tienen derecho a un final feliz, ¿no?

Ryuusei no respondió. La idea de un "final feliz" siempre le había parecido ridícula. En su mundo, las historias no terminaban bien. Pero en ese momento, viendo a Aiko sonreír mientras intentaba no quemarse con la comida, casi sintió que tal vez, solo tal vez, las cosas podrían ser diferente esta vez.

Durante las noches, Ryuusei y Aiko encontraron un nuevo pasatiempo: ver películas en la televisión del hotel. No eran simples distracciones; para Ryuusei, cada una tenía un mensaje que intentaba descifrar.

Después de mirar El Club de la Pelea, la siguiente película que vieron fue La Misión. La historia de un mercenario que, tras haber cometido actos horribles, buscaba redimirse dedicando su vida a la paz y la fe. Ryuusei observó en silencio mientras la película avanzaba, sin decir nada, pero su expresión se tornó más seria.

Cuando terminó, Aiko se estiró y miró a Ryuusei con curiosidad.

—No dijiste ni una palabra. ¿Qué opinas?

Ryuusei se quedó mirando la pantalla apagada antes de responder.

—El hombre intentó cambiar, pero al final, no pudo escapar de la violencia —murmuró—. Tal vez algunas personas simplemente no pueden ser otra cosa… aunque lo intenten.

Aiko lo miró de reojo, como si entendiera que no hablaba solo de la película. Ryuusei apoyó los codos sobre sus rodillas y entrelazó los dedos, mirando al suelo con una expresión difícil de descifrar.

—Toda su redención se basaba en la idea de que podía borrar lo que había hecho. Pero el mundo no olvida. —Su voz era baja, pero firme—. No importa cuánto intentes cambiar, el pasado te persigue. Y cuando llegue el momento, te obligará a tomar una decisión: aceptar la paz o volver a pelear. Él eligió pelear.

Aiko suspiró y se acomodó en la cama.

—¿Y tú? ¿Qué elegirías?

Ryuusei no respondió. No porque no supiera la respuesta, sino porque temía admitirla.

Otro día, vieron La Sociedad de los Poetas Muertos. Al principio, Ryuusei parecía indiferente, pero cuando el profesor Keating hablaba de aprovechar el momento y no dejarse encerrar por las reglas impuestas por otros, algo en su mirada cambió.

—¿Sabes? —dijo Aiko cuando terminó la película—. Me imaginaba que te burlarías de esto, pero no lo hiciste.

—Porque es cierto —respondió Ryuusei sin dudar—. Nos educan para obedecer, para seguir órdenes sin cuestionar. Pero si seguimos viviendo así, no somos diferentes a marionetas.

Se quedó en silencio un momento antes de agregar:

—Eso es lo que quiero destruir. No solo el poder de los que gobiernan, sino la idea de que las personas deben vivir bajo sus reglas sin opción a desafiarlo.

Aiko asintió lentamente. No era solo una guerra física. Ryuusei quería cambiar algo más profundo: la mentalidad de la gente.

Esa noche, cuando Aiko se quedó dormida, Ryuusei volvió a la azotea del hotel. Necesitaba aire. Necesitaba ordenar sus pensamientos. Miró hacia el cielo estrellado, sintiendo cómo el peso de sus propias ideas lo oprimía.

—¿Realmente se puede cambiar? —murmuró para sí mismo.

Las estrellas, inmutables y distantes, no respondieron. La humanidad llevaba siglos peleando las mismas guerras, cometiendo los mismos errores, buscando redención sin entender qué significaba realmente. ¿Era diferente su lucha? ¿O solo era otro ciclo más, otro intento fallido de romper algo que estaba condenado a repetirse?

Pensó en La Misión, en ese mercenario que había intentado encontrar la paz y terminó envuelto en la violencia de siempre. Pensó en La Sociedad de los Poetas Muertos, en la idea de romper las reglas, de desafiar lo establecido. Y, por primera vez, sintió que ambas películas hablaban de lo mismo.

—Quizás la verdadera lucha no es contra el mundo —susurró—. Quizás es contra nosotros mismos.

Por ahora, no tenía respuestas. Pero mientras pudiera pelear, mientras pudiera desafiar el destino que intentaba imponerle el mundo, no dejaría de buscar una.

Se quedó un rato más, dejando que el viento nocturno le despeinara el cabello. Luego, con una última mirada al cielo, bajó de nuevo a su habitación. Aiko dormía tranquila, ajena a los pensamientos que lo mantenían despierto.

Mañana, seguirían avanzando. Y aunque aún no entendiera por qué, Ryuusei estaba empezando a creer que tal vez el cambio era posible.

En la última noche antes de recoger los pasaportes, Ryuusei y Aiko fueron a un lugar especial: el santuario donde todo comenzó.

Era un sitio antiguo, escondido entre las calles secundarias de Tokio. Un pequeño templo con faroles de papel iluminando su entrada, silencioso y apartado del resto del mundo. Para Aiko, era un lugar de paz. Para Ryuusei, era el único sitio donde podía despedirse de su pasado.

Cruzaron la entrada en silencio. Aiko encendió un pequeño incienso y lo colocó en el altar. Ryuusei, en cambio, se quedó quieto, mirando las tablillas de deseos que colgaban de un árbol sagrado. Muchas de ellas estaban llenas de peticiones ingenuas: amor, éxito, felicidad. Todas cosas que él nunca había considerado para sí mismo.

Aiko le extendió una tablilla y un marcador.

—Escribe algo —le dijo.

—¿Para qué? —preguntó él con escepticismo.

—Para dejarlo atrás —respondió ella con seriedad—. Si de verdad quieres empezar de nuevo, deja algo de ti aquí. Algo que puedas recuperar cuando todo esto termine.

Ryuusei miró la tablilla por unos segundos y luego escribió con trazos firmes:

"Volveré más fuerte."

Colgó la tablilla en una de las ramas, sin mirar atrás. Aiko escribió algo también, pero no dejó que él lo viera.

Se quedaron allí en silencio por un momento, hasta que Aiko tomó su mano con suavidad y lo sacó de sus pensamientos.

—La próxima vez que vengamos aquí, quiero que seamos diferentes —susurró.

Ryuusei no respondió. Pero, por primera vez en mucho tiempo, esperó que sus palabras fueran ciertas.

Cuando salieron del santuario, el viento soplaba con una calma extraña. La noche era fría, pero no incómoda. Y con cada paso que daban, Ryuusei sentía que estaba dejando una parte de sí mismo atrás.

Porque cuando el sol saliera, los pasaportes estarían listos. Y su viaje recién comenzaría.