Rebelión contra el Cielo - Part 9

Capitulo 9: Sombras y Estrategias

Aiko despertó lentamente. Su cabeza palpitaba con un dolor sordo, sus extremidades estaban adormecidas y su cuerpo se sentía más pesado de lo normal. Intentó moverse, pero pronto notó que sus muñecas estaban sujetas a la silla con gruesas correas de cuero. Parpadeó varias veces hasta que su visión se aclaró.

Frente a ella, sentado con la misma calma de siempre, estaba el agente Rubosky. El hombre mantenía una postura relajada, con un cigarro en una mano y una expresión imperturbable en su rostro. La luz blanca colgando del techo iluminaba la habitación de forma cruda, haciendo que las sombras en su rostro se acentuaran.

—Buenos días, princesa —dijo con un tono tranquilo, pero cargado de intención—. Dormiste bastante.

Aiko ladeó la cabeza y miró a su alrededor. El cuarto en el que se encontraba no era la misma sala de interrogatorios de antes. No había ventanas, el ambiente era más frío y mucho más silencioso. Esto no era una simple celda. No era una prisión común.

—Podrías haberme despertado con un desayuno, al menos —murmuró con un deje de sarcasmo.

Rubosky esbozó una leve sonrisa y dejó su cigarro en el cenicero de la mesa.

—Tal vez si cooperas, lo considere.

Aiko suspiró. Sabía exactamente a dónde iba esto. Rubosky quería respuestas, pero ella no podía contarle toda la verdad. No podía hablar del limbo ni del Torneo de la Muerte, así que debía ser cuidadosa con sus palabras.

—Quieres saber sobre Ryuusei.

—Así es —confirmó Rubosky, encendiendo otro cigarro con calma—. ¿Qué clase de persona es en realidad? ¿Cómo es cuando no está matando gente o causando problemas?

Aiko se reclinó en la silla, moviendo un poco sus manos atadas, como si intentara encontrar una posición cómoda.

—Ryuusei es... complicado —dijo tras un momento de silencio—. No es un héroe, eso seguro. Pero tampoco es un monstruo que mata sin razón. Puede ser cruel si lo necesita, pero tiene un código propio. No deja que nadie lo controle y nunca abandona a los suyos.

Rubosky la observó con atención. Cada palabra, cada expresión en su rostro, era analizada con meticulosidad.

—Interesante —murmuró—. ¿Dirías que es un psicópata?

Aiko no pudo evitar sonreír con un toque de ironía.

—Tiene momentos en los que parece no sentir nada. No le teme a la muerte, ni a la violencia. Pero no lo hace por placer, sino porque lo ve como una necesidad. Como respirar.

Rubosky dejó escapar un leve suspiro y se inclinó ligeramente hacia adelante.

—Ya veo. He tratado con tipos como él antes.

Aiko sintió un escalofrío. No porque creyera que Rubosky pudiera manipular a Ryuusei, sino porque sabía lo que pasaba cuando alguien intentaba hacerlo.

—No creo que hayas conocido a alguien como Ryuusei —susurró.

Rubosky esbozó una sonrisa ligera, como si la idea de ser desafiado le pareciera entretenida.

—Oh, claro que sí. Soldados rotos. Mercenarios que olvidaron cómo vivir sin matar. Personas que creen que nadie puede controlarlas… pero siempre hay una manera.

Aiko sintió una tensión recorrer su espalda. Ella sabía que Ryuusei no se dejaba acorralar. Nunca.

Rubosky cruzó los brazos sobre la mesa.

—Y dime, pequeña, ¿por qué lo sigues? ¿Es miedo? ¿Admiración? ¿O simplemente no tienes a dónde ir?

Aiko lo miró fijamente. No había una sola respuesta correcta para eso.

—Porque me salvó. Y porque, de todas las personas que he conocido, él es el único que realmente comprende lo que significa morir y seguir adelante.

Rubosky levantó una ceja.

—Mmm. Curiosa elección de palabras.

Aiko cerró los ojos un momento. Sin querer, había revelado más de lo que quería. Rápidamente, añadió:

—Quiero decir que Ryuusei ha pasado por muchas cosas. No es un niño de papá, ni alguien que haya tenido una vida fácil. Entiende el dolor y lo usa para seguir adelante.

Rubosky asintió lentamente, como si analizara cada palabra con lupa. Luego, se puso de pie y ajustó su abrigo.

—Supongo que eso es suficiente por ahora. Aunque siento que solo me has dado la versión censurada de la historia.

Aiko sonrió.

—Tal vez. O tal vez es todo lo que necesitas saber.

Rubosky se dirigió a la puerta, pero antes de salir, se giró una vez más.

—Dime una última cosa. ¿Crees que Ryuusei sería capaz de traicionarte si le conviene?

Aiko lo miró fijamente. No había duda en su respuesta.

—Jamás.

Rubosky la observó en silencio por unos segundos más. Luego, sin decir nada, salió de la habitación.

Aiko exhaló y cerró los ojos por un instante. Sabía que el juego no había terminado. Pero al menos, por ahora, había logrado proteger la verdad.

Rubosky avanzó por los pasillos oscuros de la prisión subterránea del Kremlin, sus botas resonando contra el concreto con un ritmo metódico. Dos guardias lo escoltaban, aunque sabía que no los necesitaba. Su presencia era un simple protocolo. Había tratado con monstruos antes, con asesinos, con soldados endurecidos por la guerra. Pero Ryuusei… él era otra clase de bestia.

Llegaron a la celda. Rubosky deslizó una tarjeta de seguridad en el panel de control y la pesada puerta de acero se deslizó con un sonido mecánico. Dentro, sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared, estaba Ryuusei. No parecía inquieto ni derrotado. Tenía los ojos cerrados y su respiración era pausada, como si estuviera meditando en medio de la tormenta.

Rubosky sonrió con ironía.

—Ryuusei —dijo con tono casual—. Hay algo que me tiene intrigado.

El joven abrió un ojo y lo miró con expresión impasible, pero no dijo nada.

Rubosky entró en la celda y cruzó los brazos.

—Dimitri me dijo que tienes dos martillos de guerra y unas dagas de teletransportación. Técnicamente, podrías haberte ido de aquí hace rato. Entonces dime… ¿por qué sigues aquí? —ladeó la cabeza—. ¿Por qué aceptaste ayudarme en cuanto mencioné a Sergei Volkhov?

El silencio en la celda se hizo más denso. Ryuusei no respondió de inmediato, pero su postura cambió sutilmente. Era una señal mínima, pero suficiente para Rubosky. Lo había tocado en el punto clave.

—¿Tienes algún interés personal en él? —presionó el agente—. ¿O simplemente te gusta la caza?

Ryuusei dejó escapar una leve risa.

—Eres inteligente, Rubosky. Demasiado para tu propio bien. —Se incorporó con calma, caminó hasta la mesa metálica del centro y se sentó sobre ella. Sus ojos, fríos y calculadores, se clavaron en los del agente—. Pero hay cosas que es mejor no decir en voz alta.

Rubosky sostuvo la mirada sin inmutarse.

—He interrogado a muchos como tú. Mercenarios, asesinos, soldados que creen que están por encima del mundo. Todos piensan que son diferentes. Que nadie puede controlarlos. Pero al final, siempre buscan lo mismo: poder, venganza, libertad. —Hizo una pausa—. Dime, Ryuusei, ¿cuál es tu verdadera razón?

El joven permaneció en silencio por un momento antes de sonreír levemente.

—Volkhov es alguien a quien NECESITO encontrar. Si ayudarles a atraparlo me acerca a mi objetivo… entonces trabajaremos juntos. Pero no te equivoques, Rubosky. Yo nunca juego limpio.

El agente sonrió con suficiencia.

—Tampoco nosotros.

Se giró hacia los guardias y dio un leve gesto con la cabeza. La puerta se abrió de nuevo.

Antes de salir, miró una última vez a Ryuusei.

—Descansa. Pronto tendrás trabajo que hacer.

El eco de sus pasos se perdió en el pasillo.