Capítulo 12: los Cazadores

El gran día había llegado. Volk, el corazón de la nación, vibraba con expectación. No era solo una operación militar, sino un espectáculo meticulosamente orquestado. No había margen de error. No había posibilidad de fallo.

En las calles, la gente observaba las pantallas de los noticieros nacionales con la respiración contenida. Los medios estatales llevaban semanas alimentando la narrativa: el traidor Sergei Volkhov, el hombre que había puesto en peligro la estabilidad de Rusia, finalmente sería cazado. El pueblo ansiaba justicia. O, al menos, eso creían.

En el salón principal de Volk, la élite del país se había reunido. Altos mandos militares, políticos y figuras influyentes estaban allí, observando en silencio. Unos con interés genuino, otros con la certeza de que esto era simplemente otra jugada política. Pero todos entendían que el espectáculo debía continuar.

El presidente, de pie en la tribuna, miró a la cámara con expresión severa. Detrás de él, los altos mandos permanecían inmóviles, como estatuas de mármol. No necesitaba levantar la voz; su autoridad se imponía sola.

—Hoy, Rusia demuestra al mundo que ningún traidor puede escapar de la justicia. Sergei Volkhov ha amenazado nuestro orden durante años. Pero hoy, nuestros cazadores pondrán fin a su traición.

Las luces del escenario se encendieron.

Y entonces, desde las sombras, aparecieron los protagonistas de la noche.

Dos figuras avanzaron con paso firme. Vestían uniformes diseñados específicamente para la misión, con los colores de la madre patria y el emblema de Volk discretamente bordado en el pecho.

Ryuusei, con su icónica máscara del Yin-Yang, caminaba con seguridad, aunque por dentro sintiera el peso del momento. A su lado, Aiko mantenía su porte inquebrantable, sus ojos reflejaban determinación.

Los murmullos en la sala crecieron. Periodistas, oficiales y altos mandos intercambiaban miradas. La nación entera observaba.

Una reportera alzó la mano.

—Ryuusei, en Rusia muchos se preguntan de dónde aprendiste nuestro idioma. Es impresionante ver a alguien de tu edad dominando el ruso con tanta fluidez.

Era una pregunta esperada. No podía decir que había aprendido gracias a un artefacto de traducción robado.

Ryuusei improvisó con naturalidad.

—Mi abuelo me enseñó desde pequeño —dijo con voz firme—. Siempre me hablaba de la historia de Rusia y su fortaleza. Aprender el idioma era una forma de honrarlo.

Aiko, sin perder la compostura, añadió con una ligera sonrisa:

—Mi madre también me enseñó un poco cuando era niña. Decía que conocer el idioma de una nación poderosa era una ventaja.

Las palabras resonaron bien entre la audiencia. Volk sonrió discretamente. Era la respuesta perfecta: una mezcla de respeto por Rusia y un toque personal que hacía que la historia sonara auténtica.

Los medios se tragaron la historia por completo. Ryuusei y Aiko no solo eran guerreros, sino jóvenes con un trasfondo admirable. La audiencia rusa, pegada a sus televisores, comenzó a enviar mensajes de apoyo en redes sociales. Volk había logrado exactamente lo que quería: convertir a estos dos en figuras admiradas por el pueblo.

Entonces, llegó la pregunta más importante de la noche.

—Ryuusei, ¿qué mensaje tienes para Sergei Volkhov? —preguntó otro periodista, sosteniendo su micrófono con expectación.

Ryuusei sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que toda Rusia estaba viendo, que no podía mostrar miedo. Tomó aire y respondió con una frialdad calculada.

—Lo traeré vivo o muerto. No importa cuánto corra. No importa cuánto se esconda. Volkhov caerá.

Aiko asintió con firmeza, respaldándolo.

Las palabras causaron impacto. La transmisión subió en audiencia, la gente comentaba emocionada en las calles, y los altos mandos de Volk intercambiaban miradas de satisfacción. Todo iba de acuerdo al plan.

Pero Ryuusei sentía un nudo en el estómago. Sabía que Volkhov no sería un objetivo fácil. Y lo más importante, sabía que no iba a capturarlo.

Un general dio un paso al frente y levantó una mano.

—Que la caza comience.

El anuncio fue recibido con aplausos ensordecedores. Ryuusei y Aiko intercambiaron una mirada rápida antes de salir del escenario. La misión había comenzado.

El helicóptero se deslizaba sobre la tundra helada. Ryuusei y Aiko revisaban sus armas en silencio.

—¿Tienes dudas? —preguntó Aiko en voz baja.

—No —respondió Ryuusei. Era mentira.

Aiko lo miró de reojo.

—No puedes dudar ahora. Si lo hacemos, estamos muertos.

Ryuusei asintió. Sabía que tenía razón.

Desde la cabina, el piloto habló por el intercomunicador.

—Objetivo en la mira. Prepárense para el descenso.

A lo lejos, entre la nieve y la oscuridad, un búnker se ocultaba bajo la tierra. Era ahí donde Volkhov estaba escondido. O al menos, eso creían.

El helicóptero descendió rápidamente. La puerta lateral se abrió y el viento gélido golpeó sus rostros. Ryuusei apretó los dientes.

—Vamos —dijo, saltando al suelo con el arma en mano.

Aiko lo siguió.

El silencio de la tundra se sintió opresivo. Avanzaron con cautela, sabiendo que cada paso los acercaba al momento de la verdad.

Ryuusei sintió el peso de su propia respiración.

Y entonces, las luces del búnker se encendieron de golpe.

Una sombra emergió de la entrada.

—Bienvenidos —dijo una voz grave.

Era Sergei Volkhov.

Ryuusei sintió que el tiempo se detenía.

No era una cacería.

Era una trampa.

Continuará...