Capítulo 13: Rumbo a la caza

El helicóptero rugió cuando despegó del hangar militar, elevándose en la noche helada de Moscú. La oscuridad se extendía como un manto sobre la ciudad, y el reflejo de las luces titilantes pronto desapareció en la distancia. Dentro de la cabina, Ryuusei y Aiko permanecían en silencio, rodeados de soldados rusos con miradas duras. El comandante Petrov estaba al frente, con los brazos cruzados, observándolos con expresión pétrea.

El viaje hacia Siberia sería largo, y la tensión dentro del helicóptero era casi tangible. Los soldados los estudiaban con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Para ellos, Ryuusei y Aiko no eran más que herramientas del Kremlin, asesinos sin patria ni lealtades.

Ryuusei notó las miradas, pero no reaccionó. Sabía que la desconfianza era parte del juego. No importaba si los respetaban o los despreciaban. Lo único que importaba era la misión.

Petrov se acercó lentamente y se sentó frente a ellos. Su cicatriz en la mejilla izquierda se marcaba más con la luz tenue del helicóptero.

—No me gusta trabajar con niños —dijo con frialdad, su voz como un cuchillo afilado—, pero si Volk confía en ustedes, será mejor que no sean un estorbo.

Aiko sonrió con burla y cruzó los brazos detrás de la cabeza.

—No te preocupes, abuelo. Si la situación se complica, te cuidaré.

Algunos soldados rieron por lo bajo, pero Petrov solo resopló y volvió su atención a Ryuusei.

—Déjanos a Volkhov a nosotros. No te metas en nuestro camino.

Ryuusei sostuvo su mirada sin emoción.

—Intenten no quedar atrás.

El helicóptero vibró con fuerza al atravesar una corriente de aire, y un oficial de inteligencia desplegó un mapa en una tableta, señalando un punto en las montañas nevadas.

—Nuestro destino es un complejo abandonado en Siberia. Según nuestros informantes, Volkhov ha estado allí los últimos meses. No viaja solo. Su arsenal es considerable, y cuenta con mercenarios altamente entrenados. No subestimen la resistencia.

Aiko sacó una barra de chocolate de su chaqueta y comenzó a comer mientras el oficial hablaba.

—¿Te estás tomando esto en serio? —preguntó Petrov, incrédulo.

Aiko levantó los hombros.

—Las operaciones encubiertas me dan hambre.

Ryuusei cerró los ojos por un instante. La sensación de fatalidad se instaló en su pecho. Sabía que Volk los estaba usando. Pero ellos también estaban usando al Kremlin.

Volkhov no era su enemigo. No realmente.

El helicóptero dejó atrás la civilización y se adentró en la vasta Siberia. Afuera, la tormenta de nieve comenzaba a formarse, arremolinándose como un presagio de la batalla que se avecinaba.

Aiko se acomodó en su asiento con la seguridad de alguien que ya había hecho esto cientos de veces. Ryuusei tamborileaba los dedos sobre la empuñadura de su daga, su mente recorriendo los pasos de la misión antes incluso de que comenzara. La actitud relajada de ambos no era casualidad; era el resultado de años de experiencia.

Tres años. Tres años desde que convivieron con la Muerte misma.

Los Heraldos Bastardos. Un título impuesto por no encajar en ninguna jerarquía establecida. Ni soldados comunes ni asesinos a sueldo. Solo dos sombras moldeadas a fuego y sangre.

Petrov los miró con sospecha.

—Ustedes están demasiado tranquilos.

Ryuusei exhaló lentamente, observando el paisaje helado que se extendía bajo ellos.

—Cuando has hecho esto demasiadas veces, la tensión desaparece.

Aiko asintió con una sonrisa ligera.

—Nos acostumbramos al caos. Aprendimos que el miedo es solo una distracción.

Petrov frunció el ceño, incómodo con la confianza que emanaban. Sabía que no eran soldados normales. Pero la seguridad con la que hablaban… le ponía los nervios de punta.

Entonces, como un golpe inesperado, un nombre cruzó la mente de Ryuusei.

Daichi.

El estratega. El cerebro detrás de tantas misiones en los Heraldos.

Ryuusei cerró los ojos por un segundo. Su mente lo traicionaba. No podía permitirse recordar. No ahora. No aquí.

Pero la culpa lo golpeó como un puño.

Sin Daichi, nada de esto habría sucedido. Sin Daichi, no estarían aquí.

Apretó los puños. No había tiempo para dudar.

Entonces, la realidad lo golpeó con violencia.

Un destello iluminó el cielo.

Y en cuestión de segundos, el helicóptero que volaba a su derecha explotó en una bola de fuego.

La onda expansiva sacudió el fuselaje del helicóptero de Ryuusei, haciendo que todos en la cabina se aferraran a lo que pudieran.

—¡Misiles enemigos! —gritó uno de los pilotos.

Aiko ya tenía su cuchillo en la mano. Su expresión de juego se desvaneció al instante.

—¡Mierda! —espetó Petrov, agarrándose al asiento mientras la cabina temblaba.

Ryuusei apenas escuchaba. Sus ojos estaban fijos en las llamas que consumían los restos del otro helicóptero.

El enemigo los estaba esperando.

Y esta vez, podría no haber escapatoria.

Un destello de luz iluminó la oscuridad. Un instante después, el helicóptero que volaba a su derecha explotó en una bola de fuego. La onda expansiva sacudió el fuselaje del helicóptero de Ryuusei, lanzando a varios soldados contra las paredes.

—¡Misiles enemigos! —gritó uno de los pilotos.

Aiko ya tenía su cuchillo en la mano, su expresión de juego desapareciendo al instante. Petrov ladró órdenes a sus hombres, pero Ryuusei apenas lo escuchaba. Sus ojos estaban fijos en las llamas que consumían lo que quedaba del otro helicóptero.

—¡Nos están emboscando! ¡Cámbienos de ruta! —rugió Petrov.

El helicóptero giró bruscamente. Afuera, en la tormenta de nieve, sombras comenzaron a moverse en el suelo. No eran simples mercenarios. Eran algo más. Algo peor.

Ryuusei sintió su pulso acelerarse.

La misión no había comenzado.

Ya estaban en medio de la cacería.

Y esta vez, podría no haber escapatoria.