Las semanas siguientes fueron un bálsamo después de la tormenta. La universidad, antes un escenario de encuentros furtivos y miradas robadas, se convirtió en un espacio de complicidad y seguridad. Hablábamos durante horas, compartiendo nuestros sueños, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas. La barrera entre nuestros mundos, antes tan imponente, se había desvanecido, reemplazada por una comprensión mutua, un amor que trascendía las diferencias sociales y económicas.
Un día, mientras caminábamos por el campus, Isabella me tomó la mano. "Daniel," dijo, su voz suave y llena de cariño, "necesito hablar contigo."
Nos sentamos en un banco bajo la sombra de un viejo roble, y ella comenzó a hablar. Me contó sobre una conversación que había tenido con sus padres. Había sido difícil, llena de tensiones y reproches, pero había logrado hacerles ver su amor por mí, la profundidad de nuestra conexión. No habían cambiado de opinión por completo, pero habían mostrado una apertura, una disposición a conocerme mejor, a comprender mi mundo.
"Me han invitado a cenar," dijo Isabella, su voz llena de una mezcla de esperanza y nerviosismo. "Quieren conocerte mejor."
La noticia me llenó de una mezcla de alegría y miedo. La posibilidad de una reconciliación, de una aceptación por parte de su familia, era emocionante, pero también aterradora. ¿Sería capaz de superar sus prejuicios? ¿Podría demostrarles que era digno de su hija?
"Estoy nervioso," confesé, mi voz apenas un susurro.
Isabella sonrió, tomando mi mano. "Lo sé," dijo, "pero también estoy emocionada. Y estaré ahí contigo, cada paso del camino."
Su apoyo incondicional me dio fuerza. En los días previos a la cena, repasamos posibles temas de conversación, ensayamos respuestas a preguntas difíciles. Isabella me ayudó a prepararme, a sentirme seguro, a creer en mí mismo. Su amor, su confianza en mí, me dieron la fuerza que necesitaba para enfrentar este nuevo desafío.
La noche de la cena llegó finalmente. Me vestí con mi mejor ropa, intentando proyectar una imagen de confianza y seguridad. Isabella me esperaba en la entrada de su casa, radiante en un vestido que parecía tejido con estrellas. Su sonrisa, su mirada llena de amor, me llenaron de una confianza que no había sentido antes. Esa noche, no solo iba a cenar con su familia; iba a luchar por nuestro amor, por nuestro futuro. Y con Isabella a mi lado, sabía que podía hacerlo. Sabía que juntos, podríamos superar cualquier obstáculo.