Una Cena Llena De Vacíos

La mansión de los padres de Isabella era imponente, un monumento a la riqueza y el poder. El ambiente, a pesar de la aparente cordialidad, estaba cargado de una tensión palpable. Su madre, elegante y distante, me recibió con una sonrisa forzada que no llegaba a sus ojos. Su padre, impasible como siempre, apenas me dirigió una mirada. Isabella, a mi lado, intentaba disimular su nerviosismo con una sonrisa forzada.

La cena fue una elaborada puesta en escena. Cada plato, cada detalle, parecía cuidadosamente calculado para resaltar la diferencia entre su mundo y el mío. Las conversaciones, superficiales y vacías, giraban en torno a temas que me dejaban claro que no pertenecía a ese círculo. Hablaron de viajes exóticos, de inversiones millonarias, de obras de arte que costaban más que mi coche (si tuviera uno). Intenté participar, intentando demostrar mi inteligencia, mi educación, mi buen carácter. Pero cada respuesta mía parecía ser recibida con una sutil condescendencia, una mirada que me dejaba claro que no estaba a su altura.

En un momento, la conversación giró hacia mis estudios. Su madre, con una sonrisa hipócrita, preguntó sobre mi beca. "¿Es suficiente para cubrir todos tus gastos?", preguntó, su tono impregnado de una ironía que no podía pasar desapercibida. Su padre asintió, su mirada fría y penetrante. Sentí una punzada de dolor, pero mantuve la compostura, respondiendo con una sonrisa forzada. "Sí, señora, es suficiente. Soy muy ahorrativo."

La conversación continuó, cada pregunta, cada comentario, una sutil puñalada. Hablaron de mi familia, de mi trabajo de medio tiempo, de mis amigos. Cada detalle era analizado, juzgado, menospreciado. Sentí la mirada de Isabella, llena de preocupación y tristeza. Intentó intervenir, pero sus intentos fueron recibidos con un gesto sutil de su madre, una mirada que le indicaba que se callara.

La humillación era sutil, pero implacable. Era una tortura psicológica, una lenta y dolorosa disección de mi vida, de mi persona. Pero mantuve la compostura, la sonrisa forzada, la mirada serena. No les daría la satisfacción de verme sufrir. No les daría el gusto de ver que me habían herido. Me mantuve firme, impasible, como una roca en medio de una tormenta. Por dentro, sin embargo, mi alma se desgarraba. Cada palabra, cada mirada, era una herida abierta en mi corazón. Pero no lo mostraré. No delante de ella. No delante de Isabella. Por ella, mantendría mi compostura, mi sonrisa, hasta el final de esa tortura. Por ella, soportaría todo. Por ella, lo soportaría todo.

La cena terminó finalmente, una eternidad de humillaciones y silencios incómodos. Me despedí con una sonrisa forzada, un apretón de manos frío y distante. Mientras salíamos, Isabella me tomó de la mano, sus ojos llenos de lágrimas.

"Lo siento, Daniel,"

dijo, su voz quebrada.

"No debí haberte traído aquí."

"No te preocupes es normal que no les caiga bien," respondí, apretando su mano.

"Lo superaremos juntos después de todo les estoy quitando a la belleza de su hija seguro por eso quieren hacer esto pero no lo van a logra."

Mi voz era firme, pero por dentro, el dolor era insoportable. Había soportado la humillación, había mantenido mi compostura, pero el precio había sido alto. Había pagado un precio muy alto aunque ya estoy acostumbrado pero cuando lo hacen sin que puedas defender es muy difícil.