El eco de la sirena policial aún resonaba en mis oídos, mezclado con el latir frenético de mi corazón. La imagen de Daniel, furioso y protector, golpeando al hombre que me había acosado, se repetía una y otra vez en mi mente. Había sido aterrador, emocionante, y terriblemente injusto. Mi debilidad, mi exageración, había tenido consecuencias devastadoras.
Los días siguientes fueron un torbellino de llamadas, reuniones, y declaraciones. La universidad, antes un espacio de serenidad y aprendizaje, se había convertido en un escenario de interrogatorios y juicios. Daniel, a pesar de haber actuado en defensa propia, había sido expulsado. La universidad, en su afán por mantener una imagen de pulcritud y orden, había sacrificado la justicia. Habían preferido castigar a la víctima que al verdadero culpable.
La culpa me carcomía por dentro. Había arruinado su futuro, su carrera, sus sueños. Había destruido todo por una mentira, por un impulso irracional, por un miedo que ahora me parecía ridículo e infantil. Daniel, a pesar de todo, seguía siendo cariñoso, comprensivo, pero yo veía el dolor en sus ojos, la decepción en su mirada. Intentaba ser fuerte por mí, pero yo sabía que estaba herido, que estaba sufriendo.
Lo visité en su pequeño apartamento, el mismo donde habíamos compartido momentos de felicidad, de amor. Pero ahora, el ambiente era diferente. Había una tristeza palpable, una sensación de pérdida que me oprimía el pecho. Daniel estaba sentado en el sofá, su mirada perdida en el vacío. Se veía cansado, derrotado.
"Lo siento, Daniel," dije, mi voz quebrada por la culpa. "Lo siento tanto. Arruiné tu vida."
Él me miró, sus ojos llenos de una tristeza profunda, pero también de un amor incondicional. "No es tu culpa, Isabella," dijo, su voz suave pero firme. "Yo te protegería siempre, aunque eso signifique perderlo todo."
Sus palabras me conmovieron profundamente. Su amor, su sacrificio, me llenaron de una mezcla de gratitud y culpa. Había perdido su futuro, pero había ganado su amor incondicional. Y en ese momento, comprendí que tenía que hacer algo, tenía que reparar el daño que había causado. Tenía que luchar por él, por nuestro futuro, por nuestro amor. No iba a dejar que mi mentira destruyera todo lo que habíamos construido juntos. Había que encontrar una solución, una forma de reparar el daño, de recuperar lo perdido. Y aunque el camino sería difícil, largo y lleno de obstáculos, lo recorrería con él, con su amor como mi guía, con su fuerza como mi escudo. Juntos, superaríamos este obstáculo, juntos, reconstruiríamos nuestro futuro y se perfectamente como hacerlo.