El eco de sus propios pasos resonaba en la vasta caverna subterránea. Kai Solis mantenía la respiración controlada, sus sentidos más afilados que nunca mientras recorría los oscuros túneles. No había vuelta atrás. Tras el encuentro con los mercenarios en el callejón, había seguido la pista de un informante del Imperio, y su instinto le decía que lo que encontraría aquí marcaría el rumbo de su venganza.
La Conciencia de Flujo Total pulsaba dentro de él, activándose poco a poco. Aunque aún inestable, le otorgaba la ventaja suficiente para anticipar los movimientos de sus enemigos. Su misión era clara: infiltrarse en la base oculta de los guardias imperiales y obtener información sobre las rutas de suministros de la corrupta nobleza.
La venganza que lo impulsaba no era simplemente por el dolor que había causado la muerte de su hermano Ren, sino por todo lo que el Imperio representaba. Ren no solo había sido su hermano, su compañero en la lucha contra la opresión, sino también el único lazo que le quedaba con un pasado lleno de promesas rotas. El Imperio, con sus mentiras y sus crueles ejecuciones, lo había arrancado de su lado. Esa fue la chispa que encendió la ira en el corazón de Kai, la que lo convirtió en el hombre que era ahora. El Imperio no solo debía caer: debía ser destruido hasta sus cimientos, y Kai sería la fuerza que lo haría.
A lo lejos, se oyó el murmullo de voces. Kai se deslizaba en las sombras como una sombra más, ocultándose tras una columna de piedra. Tres soldados conversaban junto a una puerta metálica. Eran parte de la élite del Imperio, asesinos sin honor, temidos incluso por los propios soldados.
Con un suspiro, Kai aferró su daga. Sabía lo que tenía que hacer. La energía de la Conciencia de Flujo Total recorría su cuerpo, permitiéndole moverse con una precisión que ni siquiera sus enemigos podrían imaginar.
—¿Escuchaste eso? —preguntó uno de los soldados, girando la cabeza hacia la oscuridad.
Antes de que pudiera procesarlo, Kai ya estaba sobre él. Un giro mortal de muñeca. La daga rasgó la garganta del soldado con una limpieza sobrenatural, como si el acero fuera una extensión de su propia voluntad. Sin dar tiempo a los demás para reaccionar, se movió como un espectro, deslizándose hasta el siguiente objetivo. Un movimiento fluido y el soldado cayó, la hoja de la daga atravesando su corazón.
El tercer guardia reaccionó, desenvainando su espada con rapidez. Kai no se detuvo, y el sonido del acero cortando el aire era solo un preludio a la tormenta que desataría. El primer tajo pasó rozando su rostro, pero Kai ya estaba un paso adelante. Se lanzó al suelo en un ágil movimiento, esquivando la espada del soldado y cortando con precisión el tendón de Aquiles. El soldado cayó al suelo, un grito de dolor escapó de sus labios, pero antes de que pudiera hacer más ruido, la daga de Kai se clavó en su garganta, silenciando su último aliento.
El silencio regresó como un peso insoportable. Kai respiró profundamente, su respiración tranquila, casi como si no hubiera hecho nada. Limpiando su daga con la túnica de uno de los caídos, murmuró para sí mismo con voz baja, pero llena de veneno:
—La caza ha comenzado.
Se acercó a la puerta metálica con calma, abriéndola con un esfuerzo mínimo. Adentro, la sala estaba iluminada por antorchas, y una mesa de madera estaba llena de documentos. Kai los revisó rápidamente: rutas de transporte, nombres de nobles, lugares donde se almacenaban armas. Sonrió. Esto podía ser el principio del fin del Imperio.
De repente, una corriente helada recorrió su espalda. En un parpadeo, sus ojos se entrecerraron, y su daga salió disparada hacia el rincón de la sala. Allí, en las sombras, un hombre lo observaba. Su presencia era palpable, como una tormenta antes de la lluvia. El cabello plateado del extraño brillaba a la luz de las antorchas, y su armadura negra delataba su rango. No era un soldado común.
—Así que tú eres el que está arruinando los planes del Imperio —dijo el hombre con voz suave, casi divertida, mientras se levantaba lentamente.
Kai no se movió. Sabía que este enfrentamiento sería diferente. Rael. Ese nombre se grabó en su mente como una advertencia.
—¿Y tú quién eres? —respondió Kai, sus ojos ardiendo con furia, pero aún calculadores. No iba a subestimarlo.
Rael sonrió, y en un abrir y cerrar de ojos, desapareció de la vista de Kai. En ese instante, el aire se volvió denso, y Kai sintió el movimiento como si el tiempo se hubiera dilatado. En el momento en que Rael apareció a su lado, su daga ya estaba en el aire, cortando el viento.
Rael esquivó el golpe con una gracia imposible, pero Kai no retrocedió. Al contrario, su cuerpo reaccionó al instante, atacando desde otro ángulo. Rael desvió el siguiente golpe con un movimiento ágil, pero Kai era imparable. Su mente, alimentada por la Conciencia de Flujo Total, ya predecía los siguientes movimientos. La lucha no era solo un enfrentamiento físico. Era una danza, una batalla de voluntad y estrategia.
—¿Eso es todo lo que puedes hacer? —Rael se burló, sus ojos brillando con una emoción peligrosa.
Kai no respondió. Cada golpe de Rael era desviado con precisión, cada movimiento de Kai se adelantaba al suyo. Rael, finalmente, abrió los ojos con sorpresa, y Kai aprovechó la oportunidad. Giró como un depredador, y su daga encontró su objetivo en el costado de Rael. La sangre manchó la hoja.
Rael gruñó de dolor, pero su sonrisa no se desvaneció. En su mirada había algo más que desafío: fascinación.
—Interesante… muy interesante —murmuró.
Kai no se detuvo. No podía. Rael era peligroso, pero ahora sentía algo dentro de sí mismo que lo impulsaba. Algo más que venganza. Algo que lo empujaba a seguir adelante.
Rael, tocándose la herida, retrocedió. Sin decir una palabra más, lanzó una esfera de humo al suelo. Kai intentó alcanzarlo, pero cuando el humo se disipó, Rael ya había desaparecido, dejando solo el eco de su risa.
Kai apretó los dientes. No le gustaba dejar enemigos vivos. Pero sabía que el tiempo para enfrentarse a Rael llegaría. Por ahora, su objetivo era otro.
Con los documentos asegurados, Kai salió de la sala y caminó hacia la salida de la caverna. La venganza estaba en marcha, pero no sería suficiente. El Imperio se caería, y él sería el que lo destruyera.
Detrás de él, en la oscuridad, un grupo de soldados lo esperaba. No eran cualquiera. Eran los hombres que él mismo había entrenado, su ejército personal. Eran los que, al igual que él, sentían el peso de la opresión del Imperio. Estaban listos para seguirlo en su cruzada.
Kai los observó por un momento. Sus ojos ardían con una determinación inquebrantable.
—Vamos —dijo, su voz grave resonando en las paredes de la caverna—. Hoy empieza nuestra guerra. Y nadie, ni el Imperio ni sus sombras, podrán detenernos.