La explosión resonó a través del vacío, como si el universo mismo se retorciera ante la colisión de fuerzas primordiales. La tierra, fracturada por la batalla, temblaba bajo los pies de Kai, quien se mantenía firme en el centro del cataclismo, con su capa ondeando en un torbellino de energía incandescente.
Desde las grietas del firmamento, emergieron sombras colosales. Los Dioses Ancestrales. No eran meras bestias como los titanes previos, sino entidades que existían antes de la creación misma, aquellos que dieron forma al mundo y ahora despertaban para reclamarlo.
Uno de ellos, una figura envuelta en un aura dorada, observó a Kai con ojos resplandecientes. Su voz resonó en todas direcciones, no con palabras, sino con el peso de una ley universal.
— Mortal... has perturbado el equilibrio. La era de los humanos termina aquí.
Kai levantó la mirada, una sonrisa fiera en sus labios. Su cuerpo brillaba con una luz que desafiaba la misma divinidad.
— ¿Equilibrio? —respondía, su voz cargada de una determinación inquebrantable—. Ustedes jugaron a ser dioses, pero olvidaron algo... ¡Yo no me inclino ante nadie!
Los cielos se desgarraron con un rugido ensordecedor. Uno de los dioses, una criatura de innumerables brazos y piel de obsidiana, alzó sus colosales extremidades, cada una empuñando armas forjadas en el nacimiento del tiempo. Sin vacilar, desató una tormenta de golpes que hicieron trizas el espacio mismo.
Pero Kai ya no era una presa fácil. Con un parpadeo, desapareció del punto de impacto, reapareciendo sobre la cabeza del coloso. Su puño estaba envuelto en la esencia misma del Flujo Primordial, un poder que trascendía el entendimiento.
— ¡Si el mundo mismo se opone a mí, entonces yo reescribiré su destino!
Con un solo golpe, la energía desatada rompió la barrera de la realidad. El Dios Ancestral rugió, tambaleándose mientras grietas de luz recorrían su titánico cuerpo. La onda expansiva erradicó montañas en un radio de cientos de kilómetros. Pero Kai no se detuvo.
Otros dioses descendieron, cada uno con un poder capaz de extinguir civilizaciones con un solo pensamiento. Kai se lanzó contra ellos con una velocidad imposible, enfrentándose a los seres que el mismo cosmos temía.
Un coloso con forma de dragón titánico exhaló un fuego dorado que consumía el tiempo mismo. Kai avanzó a través de las llamas, su piel resplandeciendo con una barrera de pura voluntad.
— ¡No hay fuego en la existencia capaz de quemar mi determinación!
Con una palmada, redirigió las llamas de vuelta al dragón, impactándolo con su propia aniquilación. La bestia se retorció en un grito agonizante antes de desvanecerse en polvo de estrellas.
Los dioses restantes lo rodearon, comprendiendo que no estaban ante un simple mortal. Kai sonrió, alzando su puño envuelto en un torbellino de energía primordial.
— ¡Vengan todos! Si este es su juicio, entonces yo seré la sentencia. ¡Que el destino mismo arda en mi camino!
Los dioses cargaron. La batalla final había comenzado.