La tierra seguía temblando, sacudida por la furia de dioses y mortales. Kai se encontraba en el centro de la destrucción, su cuerpo emanaba una luz que desafiaba la esencia misma de la divinidad. Su capa danzaba en un torbellino de energía pura mientras su mirada permanecía fija en los Dioses Ancestrales que descendieron sobre él, con la intención de borrar su existencia.
El primero en atacar fue el coloso de obsidiana de incontables brazos. Cada extremidad empuñaba armas esculpidas a partir del nacimiento del cosmos. Sus golpes eran veloces, ineludibles, capaces de partir galaxias en dos con un solo movimiento. Pero Kai ya no era un ser común y corriente. Su Conciencia de Flujo Total se expandía, ralentizando la realidad a su alrededor. Cada golpe que descendía sobre él parecía moverse en cámara lenta.
Kai giraba sobre su propio eje, esquivando con una gracia inhumana. Su puño, cargado con la esencia del Flujo Primordial, se estrelló contra el pecho del titán, desatando una onda expansiva que destrozó la realidad. Grietas de luz se extendieron por el cuerpo del coloso antes de que explotara en un cataclismo de energía pura.
Pero no hubo tiempo para regodearse. Desde el horizonte, un dios de aspecto dracónico rugió, su silueta eclipsó el cielo. Sus mandíbulas se abrieron y un torrente de fuego dorado descendió, con la intención de reducir a Kai a cenizas.
"¡Tu llama no es suficiente para consumirme!", bramó Kai, avanzando a través de la llamarada infernal.
Su voluntad era su escudo. Con un gesto, capturó el fuego en sus manos, absorbiéndolo, moldeándolo, transformándolo en un nuevo poder que hizo vibrar la atmósfera. De un solo golpe, liberó la energía contra el propio dragón, que dejó escapar un rugido de dolor antes de ser reducido a polvo de estrellas.
Los dioses restantes entendieron que ya no estaban tratando con un simple mortal. Este guerrero era algo más. Algo que desafiaba la lógica del cosmos. Rodearon a Kai, cada uno desatando su poder absoluto.
"¡No hay juicio divino que me detenga!" gritó Kai, su aura se expandió como una tormenta de caos y poder.
Las deidades atacaron al unísono. La batalla final había comenzado.
Kai desapareció en un instante y reapareció en medio del combate, sus movimientos más rápidos que la comprensión misma. Cada golpe suyo era un cataclismo, cada técnica una sentencia de destrucción. Su puño atravesó la cabeza de una deidad de seis alas, cuyo grito resonó por todas las dimensiones antes de derrumbarse en una lluvia de luz.
Uno de los dioses intentó aplastarlo con una lanza capaz de partir realidades, pero Kai la atrapó entre sus dedos, rompiéndola en mil pedazos antes de incrustar su rodilla en el pecho del atacante, enviándolo a través de incontables planos de existencia.
El último dios, un ser envuelto en un resplandor azul, se paró frente a él. Él era el más poderoso de todos, el primero en existir. Su sola presencia hizo que el universo gimiera bajo su influencia.
"Mortal… has desafiado el orden supremo. No puedes vencerme".
Kai sonrió, levantando su puño envuelto en un torbellino de energía primordial.
"Entonces observa cómo lo imposible se vuelve realidad".
De un solo golpe, el universo se partió en dos.