El firmamento se rasgó como un lienzo de papel ante la inconmensurable furia de Kai. La realidad misma se estremeció mientras los dioses ancestrales, los primeros en existir, descendían para aniquilar al hombre que osó desafiar su supremacía.
Kai se alzaba en el ojo del cataclismo, su silueta rodeada de un torbellino de energía primordial. Su capa ondeaba como el estandarte de un guerrero imbatible. Sus ojos resplandecían con el fulgor de una estrella naciente, y su presencia sola alteraba el equilibrio del cosmos.
Un rugido de guerra anunció el ataque del coloso de obsidiana, una entidad con incontables brazos, cada uno empuñando armas forjadas al principio del tiempo. Su primer golpe cruzó el espacio en un parpadeo, capaz de partir galaxias y borrar eras con un solo movimiento.
Pero para Kai, el flujo del tiempo se ralentizó. Su Conciencia de Flujo Total expandió su percepción, permitiéndole moverse como si la misma realidad le obedeciera. Cada golpe del coloso se deslizaba a su alrededor como un eco inofensivo.
Kai giró sobre sí mismo, y su puño cargado con la esencia del Flujo Primordial se estrelló contra el torso de la entidad. Una implosión de energía pura sacudió los cimientos del universo. Grietas de luz desgarraron el coloso antes de que explotara en un cataclismo que iluminó todas las dimensiones.
Un rugido atronador anunció la llegada de una bestia dracónica de proporciones imposibles. Su aliento de fuego dorado descendía como un diluvio de destrucción.
"Tu llama no es suficiente para consumirme", declaró Kai con un tono imponente.
Con una mano, capturó el fuego divino y lo absorbó dentro de sí. Su cuerpo irradió un nuevo poder, una fusión entre la esencia de la criatura y su propia voluntad inquebrantable. En un solo movimiento, liberó una explosión de llamas negras que redujeron al dragón a cenizas estelares.
Los dioses restantes se dieron cuenta de la verdad aterradora: no estaban enfrentando a un simple mortal. Estaban presenciando el nacimiento de algo mucho más grande. Algo que desafiaba el orden del cosmos.
Kai, con su presencia indomable, alzó su mirada hacia los dioses que quedaban. Su voz resonó como un trueno que desgarró la realidad:
"No hay juicio divino que me detenga. No hay destino que pueda gobernarme. Soy la tormenta que arrasa con los cimientos del universo mismo".
Las deidades atacaron a la vez, cada una liberando su poder absoluto. Portales ancestrales se abrieron, desatando la furia de dimensiones olvidadas. Kai se convirtió en un borrón de pura energía, danzando entre ataques que podrían extinguir sistemas solares enteros. Su puño perforó el corazón de una deidad de seis alas, su grito final convirtiéndose en un eco perdido en el vacío.
Uno de los dioses intentó atravesarlo con una lanza capaz de partir realidades, pero Kai la atrapó entre sus dedos y la despedazó con la facilidad con la que un mortal rompería una rama seca. Su rodilla se incrustó en el pecho del atacante, enviándolo a través de incontables planos de existencia.
Solo quedaba uno.
El dios supremo, la primera entidad nacida del caos, se materializó ante él. Su resplandor azul eclipsaba todo, y su sola presencia hacía que el universo gimiera bajo su influencia.
"Mortal... tu existencia es una aberración. Has desafiado el orden supremo. No puedes vencerme".
Kai sonrió, su puño envuelto en un torbellino de energía primordial. Su voz, inquebrantable, fue la sentencia final del destino:
"Entonces observa cómo lo imposible se vuelve realidad".
De un solo golpe, el universo se partó en dos.