Capitulo 23: Esperanza

Después de un largo tiempo, Edward se acercó a los cadáveres quemados y le dijo a Caín:

"Usted saca objetos del espacio que tiene. ¿Puede sacar unas flores blancas y doradas?"

"¿Eh? ¿de qué tipo?"

El hombre no preguntó para que las quería ya que se daba una idea de lo que podía hacer el joven.

"No importa, solo quiero flores con esos colores. Es indispensable que sea así."

Caín hizo el gesto típico de agarrar un objeto del aire y sacó las dos flores.

Edward las tomó y las dispuso entre medio del abrazo, la blanca en el lado de la niña y la dorada en el lado del joven.

Luego, juntó sus manos y empezó rezar.

"Señor todopoderoso;

danos tu gracia y bendice a estas pobres almas para que pueden regresar a tu abrazo;

En lo más alto de tu gloria;

Resguardalas con tu infinito amor."

Caín lo miró y preguntó.

"¿Tú crees en Dios?"

Edward respondió:

"Sí, creo que Dios está en todo nosotros. Creo que al final, todos somos parte de él así como él de nosotros, aunque nosotros no nos hemos percatado. Por eso, también he pedido que regresen a su abrazo, en donde algunas vez descansaron."

"Ya veo... ¿Y qué representan los colores de las flores?"

"La blanca representa pureza y la dorada esperanza. Espero que ambas se hayan mantenido hasta el final."

"¿Quieres ver sus últimos momentos?"

"¿Usted puede hacer eso?" El joven se mostró extrañado.

"Sí, mediante una carta."

"¿Una carta?" Edward estaba confundido.

Se supone que las cartas, poemas y esas cosas deben de tener un significado para provocar un efecto relacionado a eso. Entonces, ¿qué tipo de carta le permitiría hurgar en las memorias de un difunto?

"Sí. Una vez, en alguna vida, mi mente se fragmento en mil pedazos, cada uno de esos fragmentos fueron a parar a distintas memorias de diferentes personas, tanto vivas como muertas. Sentí y vi sus recuerdos al mismo tiempo, me volví loco poco después de eso, ya que mi cerebro no pudo soportar tanto. También, mi mente creó otros yo para poder ligerar un poco la carga, aunque no funcionó."

"Afortunadamente, me terminaron matando y volví a la relativa normalidad en la próxima vida, así que aproveché la experiencia y escribí una carta dirigida a esas identidades que creó mi mente, en pocas palabras, yo mismo."

"Ya veo... pero, ¿por qué yo querría ver los últimos momentos de ellos?" Edward creía que ese tipo de cosas no se debían de ver, por respeto a la integridad de la persona en vida.

"Dime una cosa. ¿Cómo te sentirías si supieras qué nadie se enterará de tu muerte? ¿Quisieras quedar en el olvido?"

"Ehh... no. Pero tampoco querría que vieran como fueron mis últimos momentos, ya que sería el mínimo respeto que exigiría, quiero morir en paz. El joven movió la cabeza de lado a lado en desacuerdo.

"¿No crees qué eso es hipócrita? Dices que eso es mostrar respeto, ¿pero realmente hasta que punto es cierto? Eventualmente, lo terminarás olvidando, dejando que sus memorias queden borradas sin alguien que las recuerde. Creo que eso es más irrespetuoso que simplemente tragar saliva y llevarlo en tu mente, ya que nadie quiere ser olvidado."

Edward quería decir algo pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta.

"Muy bien, entonces muéstreme las escenas." Dijo el joven preparándose para lo que vería, ya que aunque había visto muchas cosas horribles a lo largo de su vida, el sentimiento de vacío volvía cuando sucedía algo así. Nunca podía borrar eso de su mente.

El hombre se acercó a los cadáveres y empezó a recitar la carta.

"Hola, Caín.

Estoy seguro de que te encontrarás bien, ya que yo estoy bien y como tú eres yo, pues... en fin, quería decirte que te agradezco haber tomado esa decisión. Gracias por no desviarte hacie el camino que eligió el otro yo. Espero volver a vivir contigo, en alguna otra ocasión.

Con agradecimiento infinito: tus memorias del futuro."

Unas escenas en forma de cinta cinematográfica se empezaron a mostrar en el aire.

Las escenas mostraron a un joven llevando de la mano a una niña, camino hacia su hogar.

De repente, el cielo se tornó de rojo y bolas de fuego negras y anaranjadas empezaron a caer sin cesar. Ambos miraron al cielo con sorpresa hasta que el joven reaccionó.

Corrió mientras subía a la niña en sus brazos y la cargaba. Ninguna de las bolas de fuego los impactaron directamente, hasta que una llamada residual se dirigió en dirección a ellos.

El joven se volteó, dejando que su espalda recibiera el impacto en lugar de la pequeña. Soltó un alarido áspero y doloroso, pero aún así se aferró con la niña en sus brazos.

Aunque la quemadura le seguía ardiendo, logró arreglárselas para llegar bajo unos escombros que estaban apilados formando un espacio reducido. Llevó a la niña y a él ahí pese al riesgo que planteaba, debido a que era la única forma de evitar los impactos de las bolas de fuego.

La niña empezó a llorar al ver a su hermano herido. En ese momento, el joven le dijo:

"No llores, Eli. Tu hermanito está bien."

El joven le dio una sonrisa débil y forzada.

La niña entre lágrimas y mocos, lo miró y respondió:

"No mentas Lu, sé que te estás latimando por mi culpa, no quero que te latimes más."

"No estoy mintiendo, realmente estoy bien."

La sonrisa del joven parecía querer ablandarse y ser sincera, pero seguía pareciendo antinatural debido a la mezcla con la mueca de dolor que tenía.

Justo en ese momento, las bolas de fuego parecieron calmarse y dejar de caer.

La expresión del joven mostraba duda y sospecha.

¿Por qué para tan de repente?

Una densa capa niebla espesa negra empezó a manifestarse por todo el lugar.

El joven sintió que había algo raro y le dijo a su hermana:

"Eli, por favor, tapate la nariz y los ojos. Creo que esa niebla es peligrosa."

La niña hizo caso y se tapó con las dos manos la nariz y los ojos, al igual que su hermano.

El joven avanzó cautelosamente con la niña en brazos, sin poder ver u oler nada, guiándose únicamente por su oído.

Siguieron así durante más de treinta minutos hasta que el joven ya no pudo más y colapsó, debido al daño provocado por el fuego que le impactó.

La niña al ver esto comenzó a gritar su nombre, mirando desesperadamente alrededor en busca de ayuda. Sin embargo, no había nadie por esa zona.

Como la vez anterior, el cielo se volvió a tonar rojizo y empezaron a caer bolas de fuego.

El joven observó esto y puso una expresión de extrema urgencia y preocupación. Le dijo a su hermana desperado:

"¡Eli, por favor, tienes que irte! Te lo pido, déjame aquí y escóndete en algún lugar, por favor..."

La niña lo miró por un momento y respondió con una sonrisa pura y sincera:

"No, tú eles mi hermano. Aunque el mundo se esté acabando, no te dejale solo."

"Eli..." las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas del joven.

La niña abrió los brazos, pidiéndole a su hermano que la abrazara por una última vez.

El joven extendió los brazos y recibió a su hermana, con una sonrisa melancólica.

Y así, en un último abrazo, los hermanos se despidieron el uno del otro.

Una bola de fuego descendió sobre ellos.