Edward vio toda la escena, con un sentimiento de desprecio naciendo en su corazón.
A pesar de haber visto escenas similares a lo largo de toda su vida, su odio y enojo nunca desaparecían, solo incrementaban. ¿Por qué los demás tenían que pagar por el deseo mundano de los que están en la cima? ¿Por su hambre de poder? ¿Por sus ambiciones egoístas? No, no debería ser así.
Aún con eso, ¿Él podía hacer realmente algo? No, tampoco podía hacer nada. Se odiaba a sí mismo por eso. Por esa misma razón, las palabras de Caín le dieron un golpe duro de realidad.
'No sientas lástima por quienes no vas a ayudar, no tienes el derecho de sentirlo.' Esa frase simple reflejaba lo que más temía; su propia hipocresía.
¿Por qué las personas qué eran pisoteadas por los que estaban en el poder no hacían algo para rebelarse? Incluso miles de hormigas rojas deberían de poder hacer algo contra un hombre, ¿verdad?
Incluso si Edward pensaba eso, el mismo sabía que la respuesta era simple: nadie quiere morir. Sí, miles de hormigas podrían hacer algo contra un hombre; sin embargo, en el proceso, muchas morirían. Aunque no era una probabilidad absoluta de que a una le tocase ese destino, aún existía.
Las personas tenían familia, deseos por los que luchar. Era natural que ellos quisieran vivir, después de todo, eran humanos.
Eso solo empeoraba la situación. Quienes detonaban la chispa de la guerra no participaban en ella. Usaban como peones a los que querían vivir tranquilos, mientras ellos miraban todo desde lejos, desde la comodidad de alguien que nunca pasó frío ni noches en vela en guardia de que la muerte no los alcanzara.
El único consuelo que les quedaba a las víctimas era pensar que en algún momento el mismo destino les llegaría a los que iniciaron con la miseria. Se supone que las llamas de la guerra consumen todo a su paso, sin distinciones, ¿verdad?
No, esa era una esperanza sin fundamento. En el mundo real, no importa si fuiste una excelente persona o la peor basura, muchas veces, la justicia se desvanece en el viento, gracias al soplido débil que dieron los que no estaban dispuestos a dar más.
¿Cómo puede ser salvado aquel que no puede salvarse a sí mismo? Una conclusión cruel, pero realista.
Esos pensamientos e ideas pasaron por la mente del joven. No por las palabras que el hombre le había dicho ni por la situación en la que se encontraba, no, eso fue solamente el detonante.
Todas las veces en las que había estado en una situación similar le enseñaron eso. Siempre pensó que él se estaba salvando a sí mismo; cada vez que acababa con la vida de una persona, cada vez que estafaba a alguien para conseguir un poco de alimento, cada vez que iniciaba un conflicto para obtener algún beneficio.
Sin embargo, la verdad de todo eso, era que en el fondo, esperaba que alguien lo rescatara.
Esperaba que arrepintiendose, alguien lo expiara de todos sus pecados, que todo lo que hizo se borrara en un instante; como si nunca hubiera existido, que alguien lo llevara al paraíso.
No había un paraíso. Todo lo que había era supervivencia y nada más.
El desprecio que estaba sintiendo no era por la situación que estaba pasando la gente en ese lugar, ya que eso sería lástima. Era porque sabía que él mismo podría ser uno de aquellos, llorando por quien no pudo salvar, si es que no hacía nada.
Una determinación casi inquebrantable se plantó en el corazón del joven, decidido a luchar por la única persona que en verdad le importaba: su madre.
Una niña se acercó al par, vistiendo ropa desgastada y sucia.
"Disculpen, ¿no tienen algo que me puedan dar para comer? Las raciones de hoy que nos dieron los señores de allá se las acabó mi familia" la niña señaló a unos hombres con uniformes militares, supervisando el panorama con expresiones severas.
El joven la miró, frunciendo el ceño. Pero antes de que pudiera decir algo, el hombre habló con una sonrisa en su rostro:
"Claro, ten."
Caín alzó ambos brazos y luego los bajó, apretando los puños sacó dos porciones de comida, suficientes para que una familia reducida pudiera comer por lo menos ese día. Todo lo hizo parecido a un acto de magia.
La niña se fue entusiasmada, dando pequeños brincos.
"Oye, ¿qué te pasa?" El hombre volteó a ver a Edward, con una expresión severa y furiosa.
"¿A qué se refiere?" El joven respondió, confundido.
"Me refiero a la expresión que tenías, estabas a punto de ahuyentar a la niña, ¿no? Reconozco esa mirada después de haberla visto muchas veces."
"¿No fue usted el qué me dijo qué no sintiera lástima por quiénes no ayudaría? Eso era justo lo que intentaba. Después de todo, no estaba en mis manos poder ayudarla o no."
"Sí, se lo que dije. Sin embargo, no puedes ir por ahí siendo cruel con cualquier persona que te encuentres simplemente porque no puedes ayudarlas."
"¿Cruel? No estaba siendo cruel, solamente estaba siendo realista, como usted me dijo."
Una discusión acalorada empezó entre ambos.
...
En un mar azul cristalino, una figura con una sonrisa de oreja a oreja estaba parada en medio del agua, mirando debajo de sus pies, con reflejos de una escena.
"¡Muy bien! parece que la semilla de la discordia ha sido plantada. Ahora, puedo moverme con más libertad."
La figura aplaudió vivazmente, como si estuviera presenciando el final de una obra de teatro.