capitulo 6 el enfrentamiento

Desde el fondo emergió otra bestia, igual o con un aura más tenebrosa que el calamar: una langosta, con un rojizo oxidado en su caparazón. Sus cuatro pinzas principales estaban marcadas con golpes profundos, como si hubiera intentado escapar de una prisión. Sin previo aviso, embistió al calamar con una fuerza descomunal, devolviéndolo al agua. Parecía como si lloviera fuego, pero en realidad era la sangre del calamar que teñía el aire. El golpe fue tan potente que, en ese instante, el calamar decidió dejar de jugar. Arrojó a sus dos principales presas para cambiar de objetivo: finalmente tenía un oponente digno de su furia.

La langosta, sin perder tiempo, se lanzó de nuevo al ataque. Con un rápido movimiento de una de sus pinzas, cercenó la punta de un tentáculo del calamar, desatando una nueva explosión de sangre.

Nico y Arny cayeron pesadamente en la arena. Nico, tratando de hacer que Arny despertara, levantó la vista y fue testigo de la brutal batalla entre los mutantes. Consciente del peligro, prefirió levantar a su amigo como pudo y llevarlo a una zona segura, aunque no podía evitar echar miradas furtivas hacia el combate: era la mayor pelea que había presenciado en su vida.

El calamar intentaba protegerse de los potentes ataques de la langosta, pero su rival, calculador, cambió de estrategia. Ahora buscaba eliminar los tentáculos del calamar, saboreando la idea de devorar a su presa. Sus ojos rojizos brillaban con una voracidad animal. El calamar, furioso por la pérdida de su extremidad, dejó de mantenerse a la defensiva. En un ataque inesperado de la langosta, el calamar utilizó sus múltiples tentáculos para atrapar una de sus pinzas. Con una fuerza titánica, logró arrancarla.

La langosta no cedió ante la herida. En un contraataque rápido y preciso, con una de sus pinzas restantes, cortó por completo otro tentáculo del calamar.

Mientras Nico corría con Arny en brazos, un rugido de dolor atravesó el aire, helándole la sangre. El terror que sentía era insoportable, pero no se atrevió a mirar atrás. Ahora sabía que el mundo no albergaba solo a una criatura monstruosa; había otras, igual de letales. Decidió huir, dejando atrás la batalla. No quería saber quién sería el ganador; solo deseaba sobrevivir.

Entretanto, en el oscuro y sangriento océano, el calamar, cansado de la pelea, buscó acabarla de una vez por todas. Sujetó las dos pinzas principales de la langosta, separándolas con toda su fuerza mientras descendían hacia las profundidades. Ninguno de los dos cedía; dentro del agua, el instinto violento de ambos despertaba con más intensidad. Esa violencia primitiva adoraba el sabor de la sangre y encontraba su mayor satisfacción en ver la desesperación de su presa: una presa que solo conocería el sufrimiento eterno antes de desvanecerse y ser devorada de un bocado.

En ese momento, el océano quedó en calma. Las olas dejaron de moverse, la lluvia cesó, y un silencio agudo lo envolvió todo. ¿Las dos bestias se habrían devorado mutuamente? ¿O habrían descendido a lo más profundo para continuar su feroz batalla? Una cosa era segura: en ese abismo, solo el más feroz y con la mayor hambre voraz sería el vencedor.

Daban las 4:09 de la madrugada. Los dos, exhaustos de lo sucedido, empapados. La lluvia había cedido, pero el ambiente tenso seguía estando con ellos. Tan solo cruzar la puerta de su casa, Nico dejó a Arny acostado en el sillón y se derrumbó en el suelo frío. La casa no se sentía como un refugio, era más bien un cuadrado que los separaba de la crueldad del mundo exterior.

Las paredes, goteando por la humedad, se encogían al pasar el tiempo. La ventana no transmitía la poca luz que había afuera. Las mentes, congeladas por todos los acontecimientos, lograban parar el tiempo. El amanecer llegaba para todos, menos para este par de amigos.

El día transcurría lento y pesado. No lograban despertar de su conciencia pesada. El techo agrietado mostraba el dolor emocional que sentían.

El reloj, con su tic-tac anormal, perdía potencia con cada movimiento. No se lograba concentrar el silencio en el cuadrado: el sonido de las gotas cayendo lentamente, el viento llevando el olor salado del mar al "refugio".

No se conocía la luz en ese día tan áspero. La oscuridad en cada rincón de la casa ampliaba el pensamiento de no tener una salida sobre lo que presenciaron. Sus cuerpos estaban, su mente era cosa distinta. Seguían atrapados en el horror del día. Las criaturas mutadas, el haber visto una nueva, solo generaba terror al pensar en encontrarse con otra en un futuro no tan lejano.

Llegó la noche y, como era de esperarse, trajo más oscuridad a la habitación. El frío volvió a colarse por las paredes, dando una sensación de estar más atrapados que antes. Nico logró reaccionar. Su cabeza dejó de estar nublada, pero su cuerpo seguía sin querer despertar. Cada movimiento que intentaba, parecía imposible de realizar. Seguía lleno de cadenas de la desesperación, un horror a que el mutante regresara a buscarlos por su olor. Aun con todo el temor, se zafó de las cadenas, avanzando lentamente a la mesa donde se encontraba su celular. Buscó el tan preciado video, ese mismo por el cual arriesgaron sus vidas al completo. Logró verlo por única vez, escuchó su respiración agitada, el peso que producían las olas, el rugido, señalando que se acercaba algo terrible.

Lunes, madrugada. 3:03 marcaba el reloj. Presionó el botón de subir. La pantalla resaltaba tenuemente la luz, una luz que marcaba el final de la aventura. Logró completar su cometido. Dejó caer el celular, el último ruido que se escuchó, para volver a caer tendido en el suelo. Regresó la peor oscuridad.