Miércoles 30 de julio, Alemania
Las puertas herméticas del laboratorio se abren, resonando con un leve chillido. Dan paso a los mejores científicos del planeta. El frío rápidamente envuelve el ambiente, no se percibe ningún olor, solo se aprecia el sonido agudo de la tecnología. Los pasillos largos y misteriosos continúan en la vista de los científicos. Un área llena de preocupaciones, un sentimiento raro de explicar. No había ni una decoración, solo el color blanco dominaba el lugar.
Las luces se encienden al primer paso del científico principal. Los científicos se dirigen al área de trabajo, pasando la mala sensación de los pasillos. Nadie rompía el absoluto silencio del espacio, todos estaban concentrados en un solo objetivo: verificar cómo se dan esos monstruos para acabarlos rápidamente con la inteligencia humana. Ellos saben que el único espécimen que reina el mundo es el humano.
El cuarto de observaciones se abre. En el fondo, una estructura de vidrio protege varios tanques azules. En el interior se encuentran dos especies de peces en aguas artificiales. Algunos no eran normales como cualquier otro pez del mar, pero había unos con un mal en su interior que pronto les haría conocer a esos mismos científicos que, en realidad, sí existe un infierno.
Todos tenían claro cómo era el protocolo: primero, pura observación, sin ninguna clase de movimiento. Puras anotaciones. ¿Las interacciones de los peces son anormales? ¿Existen signos de agresividad? Las acciones de los científicos se resumen en ver tanques, pantallas y anotar un pensamiento. Nadie habla a menos que deba compartir un dato que sea útil en la investigación: un comportamiento anormal, órdenes precisas.
Las pantallas mostraban con claridad los tanques. Los científicos, en absoluto silencio, observaban el nado de los peces. Todo parecía ir con normalidad; las dos especies se movían de manera tranquila, sin signos de agresión o estrés. Algunos científicos tomaban notas en sus computadoras: "Comportamiento normal, nada fuera de lo común".
Pero conforme el tiempo transcurría, comenzaron a aparecer cambios sutiles, apenas perceptibles.
Uno de los peces clasificados como mutantes, de un momento a otro, se quedó inmóvil. Su mirada, antes tranquila, ahora observaba fijamente a los peces normales. Luego, otros peces mutantes replicaron el mismo comportamiento. Se estaba formando el primer patrón.
"Comportamiento extraño. Posible patrón."
"Probabilidad de agresión en aumento."
Sin previo aviso, el primer pez que mostró el cambio embistió con precisión a otro con una velocidad anormal. El impacto sacudió el agua en la pecera, creando ondas que reverberaron contra las paredes de cristal.
Las cámaras capturaron toda la escena. Los peces mutados de la primera especie continuaron con los ataques, expandiendo su dominio. Uno acechaba, otro recortaba cada vez más las áreas de escape. El control del territorio estaba en marcha.
Pero entonces, algo inesperado ocurrió.
Los peces mutados de la segunda especie se agruparon con los normales para protegerlos. Se posicionaron frente a los agresores, desafiándolos. El que parecía el líder de los defensores lanzó el primer contraataque, moviéndose con una agilidad que dejó boquiabiertos a los observadores. La pecera se había convertido en un campo de batalla.
La tensión se hizo palpable en la sala de observación. Los científicos permanecían inmóviles; no podían interferir. Sus ojos estaban fijos en cada movimiento de los peces. Nadie pronunció palabra. Solo se escuchaban las teclas de las computadoras y el sonido del agua agitada por la lucha.
Tras varios minutos de guerra, lo inevitable sucedió. Un pez flotó inerte en el agua. Muerto. Su propia especie había acabado con él.
El jefe de la investigación, el Dr. Elias Varn, exhaló profundamente y se acercó a la ventana de observación. Sus ojos, fríos y calculadores, no se apartaban de la pecera. Con una calma casi inquietante, tomó su tableta y anotó:
"Las mutaciones no solo alteran la fisiología. Modifican la mente, los comportamientos, la agresividad... la jerarquía. No son simples cambios. Esto es la gloriosa evolución."
Detrás de él, una de las científicas más jóvenes, la Dra. Clara Reyes, no pudo contener un estremecimiento. "¿Gloriosa?", preguntó en voz baja, casi como si no quisiera ser escuchada. "¿No te preocupa lo que esto significa? Si estas mutaciones pueden alterar tanto su comportamiento... ¿qué podría pasar si esto escala?"
El Dr. Varn se giró lentamente, su mirada fría encontrándose con la de Clara. "La evolución no es un proceso amable, doctora. Es caótica, violenta y, a menudo, despiadada. Pero es necesaria. Lo que estamos viendo aquí no es solo un cambio en los peces. Es un reflejo de lo que podría ser el futuro. Y nosotros... somos los arquitectos de ese futuro."
Clara bajó la vista, sintiendo el peso de sus palabras. En la pecera, los peces mutados de la segunda especie comenzaban a reagruparse, como si estuvieran planeando su próximo movimiento. El agua, ahora teñida de un rojo tenue, ondeaba suavemente bajo la luz artificial.
El silencio en la sala era casi tangible. Nadie se atrevía a hablar, pero todos sabían que lo que habían presenciado era solo el principio. Algo mucho más grande se estaba gestando, y ninguno de ellos podía predecir hacia dónde los llevaría.
Los cambios son distintos entre especies —murmuró Carlos, aún con la mirada fija en el suelo.
—Sí… Una especie domina mientras la otra protege. No es solo agresividad, también hay estrategia —respondió Gabriel, tecleando sin apartar los ojos de la pantalla.
El Dr. Varn, con su fría mirada, seguía analizando los monitores. Su expresión mostraba que estaba procesando más de lo que decía.