Alfa Derrick irrumpió en su casa de la manada, sus botas resonando contra el suelo de mármol pulido.
La ira ardía en sus venas mientras caminaba de un lado a otro en el gran salón, su respiración era pesada, sus puños cerrados.
Su mente estaba nublada con ira, frustración y, aunque nunca lo admitiría, duda.
Sus hombres estaban frente a él, tensos y en silencio, con los ojos fijos en el suelo.
Entre ellos, Mark estaba arrodillado, temblando ligeramente. El sudor le caía por la frente mientras evitaba la mirada ardiente de Derrick.
Derrick detuvo bruscamente su paso, sus ojos se clavaban en Mark como dardos.
—Mark —dijo, con una voz peligrosamente tranquila—. Creo que tienes mucho que explicar... Empieza a hablar.
Mark tragó saliva, su boca se abrió un poco, pero no salieron palabras. El miedo lo paralizó.
La paciencia de Derrick se rompió. —¿Qué pasa? ¿De repente te quedaste sordo y mudo? —ladró, acercándose—. ¡Te hice una pregunta, Mark!