"El Juez de lo Empírico"

Quien forja su destino combatiendo monstruos debe cuidar no convertirse en su reflejo, pues la guerra consume tanto al vencedor como al vencido. Y cuando desafías al abismo, este no solo te devuelve la mirada... sino que te reclama como suyo.

Inspirado en Friedrich Nietzsche – (Más allá del bien y del mal, Aforismo 146)

 

—Todo cuanto el mundo otorga sin resistencia, lo reclama sin piedad. —La voz de Eohedon resonó, firme como la verdad esculpida en piedra, imperturbable como la montaña que desafía la tormenta. —No existe poder verdadero que se obsequie; si alguna vez lo hubo, fue solo un espejismo condenado a desvanecerse.

El eco de sus palabras se disolvió en el aire, mas su significado quedó suspendido, una sentencia sin necesidad de juez. Sus labios no buscaban consuelo ni aprobación, solo la desnudez de la verdad.

—La grandeza no se hereda ni se toma prestada. Solo aquel que la forja con sus propias manos puede reclamarla sin temor a perderla. Pero aun así… —Hizo una pausa, permitiendo que el peso de sus palabras calara en la quietud. —Toda conquista tiene su precio. Mas nunca compensará una vida como sacrificio.

El viento contestó con su eterno murmullo, como si el mundo mismo reflexionara en su críptica lengua.

—¿Cuántas vidas se han perdido en nombre de la grandeza? ¿Cuántos nombres han sido sepultados sin eco, borrados antes de ser recordados como mártires o monstruos?

Eohedon bajó la mirada un instante, no con duda, sino con la amargura de la comprensión. La sangre nunca fue moneda justa para pagar el poder, y, sin embargo, la historia parecía exigir siempre el mismo tributo.

—Si una vida debe entregarse para sostener un trono, ese trono se yergue sobre arena. La grandeza cimentada en sacrificios ajenos no es más que un castillo de cenizas.

La figura frente a él se mantuvo impasible, exaltada más por el argumento que sorprendida por él, y replicó:

—¿Cómo puedes ignorar que cualquier poder, incluso si es externo, al sucumbir al orden propio se vuelve indistinguible de su dueño? En tal contexto, la explotación del individuo y del medio se convierte en la forma más noble de justicia.

Eohedon sostuvo su mirada, impasible y paciente, como un juez que permite al condenado justificarse antes de dictar sentencia.

—Llamas justicia a la explotación porque has confundido la voluntad con el derecho. Pero dime, ¿qué diferencia hay entre el verdugo que justifica su hacha y el tirano que cree que su yugo es un favor al sometido?

El viento rugió entre ellos, como si la misma tierra se removiera, inquieta ante la crudeza de la disputa.

—Si el poder absoluto es la única medida de la justicia —continuó Eohedon—, ningún amo es injusto mientras pueda sostener su trono. ¿Es ese el mundo en el que deseas vivir? ¿O solo es el mundo en el que anhelas ser el amo?

El otro hombre inclinó la cabeza levemente, como quien concede un punto antes de desmontarlo con mayor fuerza.

—Lo que yo desee es efímero, pero la verdad en su esencia es empírica. ¿Cómo atribuyes al tirano un yugo si su poder controla y guía al pueblo? ¿No es acaso eso lo mismo que hacen otros gobiernos? Si el verdugo justifica su hacha, es porque el cargo que ostenta lo demanda. Aquellos que, en libertad, cometieron atrocidades ahora hallan en sus manos el destino que forjaron. El poder, Eohedon, otorga peso a toda acción; y lo mismo aplica para ti. Tu afirmación solo es tan válida como el poder que la sostiene.

Eohedon inclinó apenas el rostro, no en sumisión, sino como quien examina un arma antes de blandirla.

—Dices que la verdad es empírica, pero lo que llamas verdad no es más que la justificación de un orden impuesto por la fuerza. Si el poder es la única ley, entonces toda dominación se convierte en justicia por el simple hecho de perdurar. Pero dime, ¿permanecer es lo mismo que ser justo?

Dejó que la pregunta flotara en el aire, una espada desenvainada esperando respuesta.

—Si el verdugo es justo porque su hacha es necesaria, y el tirano gobierna con derecho porque puede, entonces la historia es un ciclo interminable de verdugos y tiranos, donde cada uno cree estar en lo correcto hasta que su propia cabeza rueda.

El viento susurró nombres olvidados, ecos de imperios que se creyeron eternos y terminaron siendo polvo con el tiempo.

—Dices que mi afirmación solo se sostiene por mi poder. Pero dime, si el peso del poder es lo único que valida una verdad… ¿no es el mundo un teatro donde la justicia es solo una máscara que cambia de dueño?

El otro hombre sonrió levemente, con la calma de quien está seguro de su razonamiento.

—Claramente, Eohedon, la justicia es ciega y se rinde ante el hecho más contundente. Quien tenga el poder para reclamarla se encontrará en el lado piadoso de los acontecimientos. Así, el poder es la única justicia absoluta y, como tal, cualquier medio justifica su obtención. El poder es la base de todos los medios.

Eohedon respiró hondo; su mirada no era de furia, sino de inexorable certeza.

—Si el poder es la única justicia absoluta, dime… ¿quién juzga a quienes lo ostentan cuando el peso de sus actos los arrastra al olvido?

El otro inclinó la cabeza, como quien acepta el golpe sin ceder.

—Si eso llegara a suceder, Eohedon, significaría únicamente que fueron incompetentes para alcanzar el poder absoluto. Aquel que, incluso tras yacer en un epitafio, permanece irrefutable… se torna en la verdad absoluta.

Y en el eco de aquellas palabras, el viento enmudeció, como si el mismo mundo contuviera la respiración.