Un Despertar en lo Desconocido

La nada. Un vacío insondable lo rodeaba. No había sonidos, ni olores, ni siquiera la sensación de un cuerpo que lo anclara a la existencia. Solo un pensamiento vibraba en el abismo:

"¿Qué está pasando?"

Puntos de luz comenzaron a parpadear a su alrededor, como estrellas en la vastedad de un cielo eterno. Voces ininteligibles susurraban, confundiéndose con el titilar de aquellas luces. Fragmentos de imágenes surgieron, difusos e incomprensibles. Una ciudad de metal y vidrio, estructuras que tocaban el cielo, figuras sin rostro que se desvanecían en el olvido.

"¿Quién soy?"

De repente, una luz cegadora lo envolvió, consumiéndolo todo en su resplandor. Un mareo lo invadió y, cuando abrió los ojos, el abismo había desaparecido.

Se encontraba en el suelo, boca arriba, con el cielo extendiéndose sobre él. No era un cielo de concreto y acero, sino un vasto lienzo azul, despejado y puro. Su cuerpo se sentía extraño, ajeno, como si no le perteneciera del todo.

Se incorporó lentamente. El viento acariciaba la hierba alta a su alrededor, ondulándola como un mar esmeralda. Un bosque denso lo rodeaba por todas partes, árboles gigantescos con copas entrelazadas que filtraban la luz del sol. El aire tenía un frescor que nunca antes había sentido.

"¿Dónde estoy?"

El recuerdo de su vida anterior era una bruma. Sabía que venía de un lugar distinto, una civilización avanzada, pero... no recordaba nada más. Ni su familia, ni su propósito, ni siquiera su rostro antes de despertar aquí.

Miró sus manos, observó su cuerpo. Sentía que era suyo, pero al mismo tiempo no lo reconocía.

"¿Cómo me llamo?"

Un nombre surgió en su mente, como un eco perdido que finalmente encontraba su camino de regreso.

"Aelek."

Sí, ese era su nombre. O al menos, lo único que tenía ahora.

No podía quedarse allí. El sol aún brillaba en lo alto, pero sabía que la noche traería peligros desconocidos. Necesitaba moverse.

Se levantó con dificultad y comenzó a caminar a través del bosque, sin rumbo, con el sonido de su propia respiración como único acompañante.

Después de un tiempo que no pudo calcular, sus pasos se vieron interrumpidos por un ruido. Voces, gritos, el sonido de acero chocando contra algo duro. Aelek se agachó instintivamente, ocultándose tras un tronco caído.

Más adelante, en un claro del bosque, un grupo de personas luchaba desesperadamente contra criaturas grotescas. Eran grandes, deforme, cubiertas de un pelaje negro y ojos carmesí que brillaban con furia salvaje.

Los mercenarios, protegidos con armaduras de cuero endurecido, empuñaban espadas y lanzas, pero estaban en desventaja. Cada vez que una de aquellas bestias caía, otra saltaba desde la espesura para tomar su lugar.

Aelek dudó. No quería involucrarse. Su instinto le decía que se alejara, pero... estas personas podrían ayudarle a entender dónde estaba.

Tomó aire y salió de su escondite, moviéndose con cautela. Sin embargo, en cuanto puso un pie en el claro, una de las criaturas giró la cabeza bruscamente hacia él. Sus ojos rojos se fijaron en su presencia y rugió con un sonido inhumano.

"Mierda."

El monstruo cargó contra él.

Sin una sola arma y con su cuerpo aún torpe por la confusión, Aelek apenas pudo reaccionar. Trató de esquivar, pero el zarpazo de la bestia le rasgó la tela de su ropa y lo lanzó al suelo.

Rodó por el suelo, jadeando, mientras la criatura se preparaba para rematarlo.

Pero su ataque no llegó.

Los mercenarios aprovecharon la distracción y, con un esfuerzo coordinado, hundieron sus armas en el monstruo, haciéndolo caer con un aullido agónico.

El último de los monstruos fue abatido poco después. El bosque quedó en un silencio inquietante.

Uno de los hombres se acercó a Aelek y le extendió la mano. Era alto, con un rostro curtido por la batalla y una mirada calculadora.

—Tienes suerte de estar vivo, chico.

Aelek aceptó la mano y se puso de pie con dificultad.

—Gracias...

—¿Qué hacías en medio del bosque solo? —preguntó otro mercenario, mirándolo con sospecha.

Aelek dudó. No podía contarles la verdad. No aún.

—No lo sé. No recuerdo cómo llegué aquí.

El líder del grupo lo observó fijamente, como si tratara de ver más allá de sus palabras. Luego suspiró y se cruzó de brazos.

—Te llevaré a Luthenor. Allí podrás encontrar respuestas.

Aelek asintió. No tenía opciones.

Así, acompañado de extraños, inició su primer viaje en este mundo desconocido.