Desde el momento en que despertó en la secta Destello Eterno, Aelek tenía un solo pensamiento en mente: avanzar.
No podía perderse en la espera, en la teoría, en la paciencia de un discípulo promedio. Si no avanzaba, no tendría oportunidad de salvar a Arya.
Sabía que las sectas valoraban la fuerza. Si quería llegar a un alquimista, si quería acceder a sus conocimientos, debía demostrar su valía. No importaba cuán difícil fuera, cuán agotador, cuán doloroso… tenía que aprender.
—No tengo tiempo para retrasos —se dijo a sí mismo, apenas recuperado.
Mei-Lin lo miró con escepticismo.
—Si no tienes paciencia, fracasarás antes de empezar.
Aelek apretó los dientes. No era impaciente, era urgente.
El anciano Weile, líder de la secta, lo observó con aquellos ojos insondables. No dijo nada durante largos segundos. Luego, una leve sonrisa curvó sus labios.
—Tu alma es extraña —dijo, con voz serena—. No está manchada por la avaricia ni por el miedo… pero está cambiando.
Aelek no entendió esas palabras. Solo se enfocó en lo que importaba.
—Por favor, déjeme aprender.
Weile inclinó la cabeza, como si estuviera observando algo más allá del cuerpo de Aelek.
—Dime, muchacho… ¿qué buscas realmente?
Aelek dudó. ¿Cuál era la respuesta correcta? ¿Poder? ¿Sabiduría? ¿Protección?
—Quiero la oportunidad de hablar con un alquimista —dijo, con total sinceridad—. Quiero avanzar, aprender lo suficiente para poder pedir ayuda.
El anciano lo estudió en silencio.
—Muy bien. Pero primero, debes ver.
Aelek frunció el ceño.
—¿Ver qué?
—El Essan. Solo aquellos que pueden verlo pueden controlarlo.
Ese fue el verdadero desafío.
Los días en la secta fueron una guerra constante contra el desconocimiento.
Los demás discípulos lo observaban con indiferencia. No era especial. No tenía técnica. No tenía poder.
Pero tenía determinación.
Se obligó a entrenar sin descanso, hasta el punto en que su visión se volvía borrosa por el cansancio. Si no lograba ver el Essan, nunca podría avanzar.
La frustración crecía en su pecho como un peso insoportable. Pero una noche, mientras meditaba en el valle, lo sintió.
No fue un destello ni un golpe de iluminación. Fue un susurro en el aire, un parpadeo en la realidad.
El Essan estaba ahí.
Y cuando finalmente pudo verlo, supo que todo había cambiado.
Weile lo observó desde lejos y sonrió levemente.
—Bienvenido a la secta, Aelek.
Lo había logrado. Era oficialmente un discípulo de Destello Eterno.
Ahora podía regresar con Arya.
Aelek no perdió un segundo. En cuanto fue aceptado, partió de inmediato.
Tenía que decirle.
No porque fuera la despedida, sino porque era un paso más hacia encontrar la cura. Quería verla, contarle que había logrado entrar, que había conseguido lo que tanto había deseado.
Que pronto… muy pronto, encontraría la forma de salvarla.
El camino de vuelta fue más fácil con el Essan fluyendo en su interior. Ahora podía sentir el mundo con una claridad que antes no tenía.
Arya, espérame.
Cuando llegó a la ciudad, la noche ya cubría los cielos. Pero no se detuvo. Sus pies lo guiaron directamente a la casa.
Algo en su interior se estremeció cuando vio la puerta entreabierta.
—Arya… —llamó, con el corazón acelerado.
No hubo respuesta.
Empujó la puerta, el pecho latiéndole con fuerza.
—¡Arya!
Silencio.
El aire estaba quieto.
El hogar que una vez sintió cálido y acogedor ahora estaba… vacío.
Aelek sintió que el suelo bajo sus pies se volvía inestable.
Su voz se quebró cuando la llamó otra vez.
—Arya…
Pero no hubo nadie que respondiera.