La Ausencia y la Promesa

El sonido de la lluvia golpeaba el techo de la pequeña habitación. Afuera, la ciudad seguía con su vida, pero dentro de esas cuatro paredes, el tiempo parecía haberse detenido.

Arya abrió los ojos con dificultad. Su cuerpo se sentía pesado, como si cada músculo se negara a moverse.

—Finalmente despiertas… —susurró la jefa de la posada, sentada junto a su cama.

El curandero del barrio se acercó y tomó su pulso con delicadeza.

—Dormiste un día entero, Arya. Tu cuerpo está al límite —dijo con seriedad—. Te advertí que no debías sobrecargarte.

Arya intentó sonreír.

—¿Un día? Pensé que sería más…

—No es un juego, Arya —la interrumpió la jefa con un tono de preocupación—. Si no hubieras forzado tanto tu cuerpo, podrías haber vivido al menos tres años más… ¿Por qué lo hiciste?

La joven suspiró y miró el techo, sus ojos brillaban con una extraña mezcla de nostalgia y satisfacción.

—Quise curarlo… quise ayudarlo de la mejor manera posible. Darle todo mi esfuerzo… lo último que me quedaba.

La jefa frunció el ceño.

—Pero, ¿por qué?

Arya cerró los ojos por un momento. Su mente la transportó a aquel día, cuando vio por primera vez a Aelek caminando por la calle, con la mirada perdida, hambriento, roto.

—Se parece a mi hermano… —susurró con una sonrisa triste—. A decir verdad… es mi hermano.

La jefa no respondió de inmediato. Sus labios temblaron levemente, pero antes de poder hablar, un soldado irrumpió en la habitación.

—¡Noticias desde la secta Destello Eterno! —anunció con voz firme—. Se dice que Aelek ha llegado y está pasando una prueba para ingresar.

Los ojos de Arya se iluminaron.

—Lo logró… —susurró.

El soldado asintió.

—Sí. Aún no ha sido admitido oficialmente, pero está demostrando su valía.

Arya dejó escapar una pequeña risa, sus labios se curvaron en una débil pero genuina sonrisa.

—Estoy… tan feliz…

La jefa sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Arya…

La joven tomó aire, su pecho subía y bajaba con dificultad.

—No me importaría sucumbir a la enfermedad ahora. Mi único miedo era que no encontrara un camino… pero lo ha hecho.

Sus párpados se hicieron más pesados.

El cansancio finalmente la vencía.

—Sí… así está bien… —susurró con su última sonrisa.

Y con un último suspiro, se fue.

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Aelek permaneció de pie en la puerta de la casa.

No podía moverse.

El aire se sentía denso, sofocante, cargado de una ausencia imposible de ignorar.

No. No. No.

Cada paso que daba hacia el interior resonaba con una inquietante pesadez. Buscó con la mirada, esperando ver a Arya en algún rincón, esperándolo con su sonrisa de siempre.

Pero la casa estaba vacía.

El fuego apagado.

La cama deshecha.

Y sobre la mesa, cuidadosamente colocada… una carta.

Aelek sintió un nudo en la garganta.

Dio un paso. Luego otro.

Su mano tembló al tomar el papel.

"Aelek…"

Su corazón se detuvo.

Las letras bailaban ante sus ojos, pero se obligó a seguir leyendo.

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"Aelek, si lees esta carta, quiere decir que ya pude ir con mi familia. Quería hablar contigo, quería contártelo todo en persona… pero el tiempo me jugó una mala pasada. Perdóname por mi egoísmo."

"Quería hacer algo grande por alguien, cambiarle la vida. Pero más que eso… quise entrar en la vida de alguien, aún sabiendo que no estaría mucho tiempo. Sabía que un día simplemente me esfumaría… y aun así, lo hice sin dudar."

"La persona que escogí fuiste tú. Aquel niño que vi caminando por la calle, perdido, con los ojos vacíos… aquel niño en quien vi reflejado a mi pequeño hermano."

"A decir verdad… tú me serviste más a mí, que yo a ti. Fuiste mi alegría, mi razón para seguir sonriendo cada día. Fuiste mi prueba de que aún podía hacer algo bueno en este mundo."

"Me alegra saber que logré hacerte cambiar… que pude verte sonreír, oír tu risa. Y aunque el destino no me dejó quedarme a tu lado, quiero que sepas algo: nunca estuviste solo. Y aunque ya no esté aquí… no lo estarás ahora."

"Así que sigue adelante. Ríe. Lucha. Vive."

"No porque te lo diga yo, sino porque sé que dentro de ti hay alguien que quiere hacerlo."

"Gracias, Aelek… por dejarme ser parte de tu vida, aunque fuera por un instante."

"Con cariño, Arya."

El papel cayó de sus manos.

Aelek no supo cuánto tiempo se quedó en el suelo, con la mirada perdida y la garganta cerrada.

El mundo se sentía irreal.

Como si todo a su alrededor hubiera perdido color.

Arya… se fue.

El aire le quemaba los pulmones, su pecho subía y bajaba de manera irregular. De repente, la realidad lo golpeó con una fuerza brutal.

—No… —su voz se quebró en un susurro.

Sus dedos se aferraron con desesperación a la carta, como si al apretarla pudiera traerla de vuelta. Pero Arya no estaba. No volvería.

—No… no… ¡NO!

El grito desgarró el silencio de la casa.

El suelo bajo él tembló cuando sus puños golpearon la madera con fuerza. La respiración se volvió caótica, cada jadeo más doloroso que el anterior.

Las lágrimas que había estado conteniendo durante tanto tiempo, aquellas que nunca se permitió derramar… finalmente lo traicionaron.

Cayeron.

Una tras otra, empapando el papel.

Sollozó.

No de forma silenciosa, no de manera contenida.

Sollozó como un niño perdido.

Como alguien que acaba de perder su hogar.

Como alguien que ya no sabe hacia dónde caminar.

—Arya… —su voz era un lamento—. No… no puedes…

Se encogió sobre sí mismo, aferrándose a su pecho, como si el vacío dentro de él fuera a devorarlo.

Cada recuerdo de ella lo asfixiaba. Su risa, su calidez, la manera en que siempre parecía saber qué decirle cuando más lo necesitaba.

Todo eso se había ido.

Y él se quedó atrás.

Solo.

Por primera vez en su vida… lloró sin vergüenza, sin miedo, sin contención.

El dolor era insoportable. Pero aun así, su corazón seguía latiendo.

Y entre el caos de su mente destrozada, las palabras de Arya volvieron a él.

"Ríe. Lucha. Vive."

—¿Cómo…? —su voz se quebró en un susurro—. ¿Cómo esperas que haga eso ahora…?

Las lágrimas siguieron cayendo, pero en algún punto… se fueron apagando.

El llanto no lo curó.

No lo alivió.

Pero le permitió respirar.

Y cuando finalmente levantó la cabeza, con los ojos hinchados y la garganta ardiendo, supo que no podía quedarse allí.

No porque el dolor hubiera desaparecido.

Sino porque Arya lo había hecho llegar hasta aquí, y él no dejaría que su sacrificio fuera en vano.

Se limpió los ojos con la manga, tomó la carta con cuidado y la dobló con reverencia.

Cerró los ojos y exhaló.

Ella se había ido.

Pero su promesa… su promesa aún seguía en pie.

Aelek se puso de pie.

Tembloroso.

Destrozado.

Pero decidido.

Salió de la casa, dejando atrás lo que había sido su refugio. La noche lo envolvió, y con ella, el peso de una nueva verdad:

Avanzar dolía.

Pero detenerse dolía más.