Pasé toda la noche dándole vueltas a la conversación con Sigrun. Lo que dijo tenía sentido: sin una reputación, jamás conseguiría entrar a la universidad, y sin dinero, ni siquiera podía considerar la posibilidad. No importaba cuánto entrenara o cuánto lograra mejorar mi aura, nadie en la parte alta de la ciudad iba a fijarse en un don nadie con un historial de fracasos como el de Ulfarr.
El dinero era otro problema. El bar apenas generaba lo necesario para mantenerse a flote, así que intentar ahorrar con lo que ganaba ahí sería un chiste.
Pero después de analizar todo, me di cuenta de algo. Mi antiguo yo había construido su reinado en las sombras, en un lugar donde las reglas no existían y la única ley era la del más fuerte. Y en este mundo, con un sistema tan basado en el poder y la jerarquía… no podía ser muy diferente.
Cuando el sol salió, ya tenía una idea clara en mi mente. Bajé las escaleras y busqué a Sigrun, que estaba limpiando el bar con su típico aire relajado.
Me acerqué a ella y sin rodeos pregunté:
—Aquí hacen peleas clandestinas cerca, ¿verdad?
Sigrun dejó de limpiar por un segundo y me miró con una mezcla de sorpresa y diversión.
—Vaya, vaya… ¿y por qué te interesa saber eso?
—Porque necesito dinero… y un nombre.
Ella se quedó en silencio por un momento, observándome con esos ojos que parecían ver más allá de lo evidente. Luego, sonrió con burla.
—Pensé que ya habías tenido suficiente paliza la última vez.
—Esta vez será diferente.
Mi tono era serio. No estaba bromeando.
Sigrun suspiró y dejó el trapo sobre la barra.
—Hay un par de lugares… pero si crees que es tan fácil como ir y empezar a ganar, estás muy equivocado.
Me crucé de brazos.
—Dímelo de todos modos.
Ella sonrió de lado.
—Bien. Pero no te quejes si terminas nuevamente en el suelo.
Sigrun se apoyó en la barra y tomó un trago de la botella que siempre tenía cerca.
—Las peleas clandestinas aquí no son como las que conocías en tu mundo —empezó—. No es solo cuestión de fuerza o habilidad. Aquí, el aura lo es todo. Los mejores luchadores son los que han dominado su energía, y los que no pueden usarla… bueno, ya sabes cómo terminan.
—Lo sé —respondí con calma—, pero hay algo que tengo claro. Si voy como "Ulfarr", nadie me tomará en serio. Necesito un nuevo nombre, una nueva identidad.
Sigrun alzó una ceja.
—¿Y piensas que con solo una máscara será suficiente para que olviden lo patético que eras?
—No —admití—, pero será suficiente para que no me asocien con ese Ulfarr.
Ella sonrió con burla, pero había un dejo de aprobación en su mirada.
—Interesante… crear un personaje para las peleas clandestinas. Suena a algo que un cobarde haría para esconderse.
—O a algo que un estratega haría para asegurar su victoria —repliqué sin titubear.
Sigrun soltó una risa baja y tomó otro trago.
—Tienes agallas, lo admito. Pero aún queda el problema del aura. No puedes simplemente salir ahí y usar la tuya libremente.
—¿Por qué no? —pregunté con fingida inocencia.
Ella me miró con seriedad.
—Porque si muestras un aura roja, estarás muerto antes de que puedas hacerte un nombre.
No era necesario que me lo explicara. Ya había entendido que el color de mi aura no era algo normal. Si la gente de aquí realmente le temía, lo último que necesitaba era destacar por las razones equivocadas.
—Entonces, ¿qué sugieres?
Sigrun me miró con una mezcla de burla y seriedad antes de soltar la verdad:
—No hay forma de ocultar completamente tu aura, pero hay una técnica… aunque llamarla técnica es ser generosa. Es un arte que solo las cinco familias conocen.
Me mantuve en silencio, esperando que continuara.
—Se llama "Encierro del Aura". No encubre tu energía, la interioriza. Básicamente, en lugar de liberarla al exterior, la obligas a permanecer dentro de tu cuerpo. No cambia tu poder, pero sí hace que parezca que no tienes aura.
—¿Entonces pareceré alguien sin talento? —pregunté con tono neutro.
—Exacto —respondió con una sonrisa afilada—. Pero si la dominas, podrás activarla en el momento justo y sorprender a cualquiera.
—¿Hay algún inconveniente?
—Varios. Primero, el proceso es doloroso. Es como forzar un río a fluir en sentido contrario. Segundo, cuando la usas, hay una señal clara: tus ojos toman el color de tu aura. No hay forma de evitarlo.
Eso explicaba por qué no era una técnica usada a menudo.
—Y tercero —añadió Sigrun, apoyándose en la barra—, casi nadie en este mundo conoce esta técnica fuera de las cinco familias. Si alguien se da cuenta de que la usas, harás que las sospechas sobre ti aumenten.
Eso último no era lo ideal, pero tampoco tenía muchas opciones. Necesitaba volverme fuerte y necesitaba dinero. Para eso, las peleas clandestinas eran el camino más rápido.
—¿Cuánto tiempo me tomará aprenderla? —pregunté.
Sigrun sonrió de lado.
—Eso depende… ¿qué tan desesperado estás por entrar a ese ring?
Los días pasaron y el entrenamiento comenzó. No, llamarlo entrenamiento sería un chiste. Fue un infierno.
La técnica del "Encierro del Aura" era exactamente como Sigrun lo había descrito: obligar un río a fluir en sentido contrario. Al principio, cada intento de contener mi aura dentro de mi cuerpo era como intentar sostener fuego con las manos desnudas. La presión interna era insoportable, como si mi propio poder estuviera tratando de destrozarme desde dentro. Vomité sangre más veces de las que podía contar, mis músculos temblaban por el esfuerzo, y había días en los que apenas podía moverme.
Pero no me detuve. No podía detenerme.
Cada vez que mi cuerpo fallaba, mi mente repetía una y otra vez la misma idea: "Si no puedo lograr esto, nunca llegaré a la cima."
Y al final, después de tres meses de tortura, lo logré.
Estaba en la arena subterránea de entrenamiento, de pie frente a Sigrun, sin liberar una sola gota de mi aura, pero sintiéndola latir dentro de mí, comprimida como una bestia encadenada. Y entonces, activé la técnica.
Mis ojos se tornaron de un rojo intenso, la única señal de que mi poder estaba ahí, esperando ser desatado.
Sigrun me miró con incredulidad, algo raro en ella.
—Tres meses… —murmuró.
—¿Demasiado lento? —pregunté con una sonrisa burlona, aunque estaba al borde del colapso.
—No, idiota —dijo entrecerrando los ojos—. Esto normalmente toma más de un año, incluso para un genio.
Eso la hizo reír con incredulidad. Yo solo respiré hondo. Lo había conseguido.
—Bueno, ya que tienes la técnica dominada, falta lo más importante —dijo Sigrun cruzándose de brazos—. ¿Tienes un nombre para tu personaje o piensas salir ahí como 'el tipo con máscara'?
No dudé ni un segundo antes de responder.
—Me llamaré Fenrir.
Sigrun parpadeó y luego sonrió.
—¿El lobo destinado a devorar a los dioses? Vaya… Nada mal para un underdog.
El ambiente era completamente distinto a lo que estaba acostumbrado.
En mi mundo, las peleas clandestinas eran un negocio sucio, oscuro y violento. Bodegas abandonadas, sótanos con poca iluminación, el hedor a sudor y sangre mezclado con el rugido de una multitud sedienta de espectáculo. Pero aquí… aquí era un maldito festival.
Luces brillantes, música ensordecedora, puestos de comida y bebidas, y una cantidad absurda de gente. No eran solo apostadores y matones, había familias enteras disfrutando del evento como si fuera una celebración. Pero eso no significaba que las peleas fueran menos brutales. A lo lejos, una de las arenas estaba rodeada de gritos y vítores mientras dos combatientes se golpeaban sin piedad.
—Tsk… —chasqueé la lengua mientras ajustaba mi máscara.
Era una máscara negra, con detalles plateados y una expresión neutra, casi vacía. La había elegido a propósito, para que mi oponente viera en mí un enigma, alguien que no podía leer.
—Esto no es como en tu mundo, ¿eh? —Sigrun se cruzó de brazos, apoyándose contra una de las vallas mientras me observaba.
—Definitivamente no… ¿Así que me vas a explicar cómo funciona esto o piensas dejar que me las arregle solo?
—Relájate. —Rodó los ojos y luego señaló hacia una gran pantalla donde se mostraban nombres y números—. Es simple. Esto es un torneo que se extiende por varias semanas. Cada zona tiene su propio circuito y el ganador de cada una gana el derecho a participar en un torneo aún más grande.
—Déjame adivinar. El que gana ese torneo obtiene el título de "Rey de la Zona".
—Exactamente. —Asintió con una sonrisa burlona—. Y ese título es lo que hace que la universidad lo tome en cuenta. Solo aquellos que se destacan aquí tienen una oportunidad real de entrar.
Me quedé en silencio por un momento, procesando la información.
—Entonces… si quiero hacerme un nombre rápido, tengo que ganar todo esto.
—Sí. Pero hay un problema. —Sigrun me miró con una expresión seria—. Nadie aquí te conoce. Serás un don nadie hasta que demuestres lo contrario.
Solté una leve risa.
—Eso lo hace más divertido.
Terminé de ajustarme la máscara y miré hacia el escenario.
—Es hora de empezar.
Mientras caminábamos hacia el escenario, con el rugido de la multitud envolviéndonos, decidí soltarle algo de información a Sigrun.
—En mi mundo hay algo llamado lucha libre.
Ella arqueó una ceja, mirándome con curiosidad.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Escucha. —Levanté una mano para que no interrumpiera—. La lucha libre no es una pelea real… o al menos, no en el sentido de que los golpes y patadas sean lo importante. Es un espectáculo. Todo gira en torno a la emoción, la historia, el carisma de los luchadores… y lo más importante: el "ruido".
—¿Ruido? —Sigrun me miró con sospecha.
—Ruido en el sentido de llamar la atención. En mi mundo, incluso en las peleas clandestinas, los que sabían hacer "ruido" eran los que se volvían leyendas. No solo se trataba de ganar, sino de hacer que todos hablaran de ti. —Apreté los puños mientras avanzaba—. En este torneo, no basta con que gane. Necesito que mi nombre se grabe en sus mentes.
—Hmph. —Sigrun soltó una risa breve y cruzó los brazos—. ¿Así que vas a convertir esto en tu propio espectáculo?
—Exacto. Voy a crear mi propio camino. Y para eso…
Me detuve un momento, dejando que el sonido del público me envolviera.
—Voy a darles a todos algo que nunca olvidarán.
Sigrun me miró de reojo y sonrió de lado.
—Bueno… veamos si puedes hacerlo, "luchador".
Sin decir más, di el siguiente paso hacia la arena, con la sombra de mi máscara ocultando mi sonrisa.
Mientras me dirigía hacia la arena, algo me quedaba claro: este mundo era diferente, pero no en todo.
La tecnología aquí era incluso más avanzada que en mi mundo. Lo noté en muchos aspectos: las pantallas, los dispositivos, la forma en que la gente consumía entretenimiento… Pero lo que realmente me dejó atónito fue descubrir que la música y los artistas de mi mundo también existían aquí. No sabía cómo ni por qué, pero decidí aprovecharlo.
Me acerqué a un amplificador y conecté un dispositivo. La multitud apenas prestó atención al principio, pero en cuanto la música comenzó a sonar, todos voltearon.
Era una canción icónica en mi mundo, la de un luchador que se hacía llamar "El Revolucionario". Su personaje era egocéntrico, extravagante y llamativo. Sabía cómo hacer que todos hablaran de él.
Eso era justo lo que yo necesitaba.
Mientras la música resonaba por todo el lugar, subí al escenario con pasos seguros, exagerados, moviéndome con la confianza de alguien que ya había ganado. Mi máscara cubría mi rostro, pero debajo de ella, sonreía.
Si quería dejar una marca en este mundo, tenía que convertirme en algo más que un simple peleador.
Tenía que convertirme en un espectáculo.
La música seguía sonando mientras me paraba en el centro del escenario. Sentía todas las miradas sobre mí: algunas de burla, otras de curiosidad y unas pocas de desprecio. Perfecto.
Levanté los brazos, disfrutando el momento antes de hablar con voz firme, dejando que cada palabra resonara en el aire.
—Este torneo… es interesante. —Hice una pausa, dejando que la multitud procesara mis palabras—. Pero donde yo vengo hay algo mucho más emocionante… algo llamado Pelea Royal.
Algunos comenzaron a murmurar.
—En una Pelea Royal, todos los peleadores compiten al mismo tiempo hasta que solo uno quede en pie. Eso sí que suena interesante… —Mi tono se volvió burlón—. Pero, sinceramente, no tengo tiempo para eso.
Las risas se detuvieron. La confusión se reflejaba en los rostros de muchos.
—Así que propongo algo mejor.
Extendí los brazos con una confianza descarada.
—Aquí mismo. Ahora. Todos los miembros del torneo, vengan a mí de una vez. No voy a esperar semanas para demostrar que soy el mejor.
El silencio se hizo en la arena.
Un segundo.
Dos segundos.
Y entonces, estalló el alboroto.
La gente gritaba, algunos emocionados, otros indignados. La osadía de mi declaración había prendido fuego al lugar.
Miré de reojo a Sigrun. Sus ojos estaban abiertos con sorpresa, pero en su rostro se dibujó una sonrisa… y en su mirada, algo más.
Interés.
—Heh… —soltó, cruzándose de brazos—. Realmente eres un maldito loco.