Prologo: Llegando A La Ciudad

—¡Increíble! ¡La concursante Skadi ha hecho lo impensable!—¡Esto es algo de leyenda! ¡Un aura plateada… ese tipo de poder no se ha visto en siglos!—¡Fenrir está fuera de combate!

El estruendo de la multitud casi opacaba las voces de los comentaristas. Yo, por otro lado, apenas escuchaba algo. Mi espalda estaba estampada contra la pared de la arena, y mi cuerpo gritaba de dolor.

…¿Cómo demonios llegué a esto?

Sigrún me miraba desde la barrera con una expresión que pocas veces había visto en ella: sorpresa pura. Pero no podía culparla… yo mismo no entendía qué acababa de pasar.

No hacía tanto que había llegado a este mundo, sin poder, sin conocimiento, sin nada… Pero incluso así, había trazado un camino. Me había preparado. Me había vuelto fuerte.

Y aun así… aquí estaba.

Miré al frente, donde Skadi se mantenía firme, su aura plateada brillando como un sol en medio de la arena.

Las cosas no iban según el plan.

Pero para entender cómo terminé en este desastre… necesitamos volver al principio.

Vallsgard. La ciudad neutral donde se llevaría a cabo el torneo.

A diferencia de la parte baja donde vivíamos, este lugar parecía otro mundo. No pertenecía ni a la zona rica ni a la pobre, funcionando como un punto intermedio donde los conflictos de poder se reducían al mínimo. Aquí, solo las reglas del torneo importaban.

Cuando llegamos, nos dirigimos al área de registro. Presentamos nuestra carta de invitación y nos asignaron una posada donde nos hospedaríamos hasta el inicio de las peleas.

—No está mal —comenté mientras miraba la llave.

—Disfrútalo mientras puedas —respondió Sigrún con una sonrisa burlona—. Dudo que duermas bien después de que empiece el torneo.

Después de instalarnos, hablamos un poco sobre lo que vendría.

—No sabemos quiénes son los favoritos ni qué tipo de habilidades tienen —dije, recostándome en la cama.

—Lo único que importa es que ganes —respondió Sigrún—. ¿No es por eso que viniste?

—Obviamente. Pero no puedo vencer lo que no entiendo.

Con eso en mente, decidí salir a explorar la ciudad. Mi intención no era solo conocer Vallsgard, sino también observar a los otros participantes. Quería medir sus actitudes y habilidades antes de enfrentarlos.

Sigrún prefirió quedarse en la posada, así que salí solo.

Las calles estaban llenas de vida. Había tiendas de tecnología avanzada, espectáculos callejeros y una mezcla de personas de distintos niveles de poder. Noté a algunos competidores por la forma en la que se movían, la manera en la que observaban todo con ojos afilados. Depredadores buscando presas.

Pero entonces, algo diferente llamó mi atención.

Un niño, apenas un mocoso, estaba acorralado en un callejón por un grupo de delincuentes. Su ropa estaba sucia y rota, y su rostro reflejaba puro miedo mientras los hombres lo rodeaban con sonrisas crueles.

Antes de que pudiera hacer algo, alguien más apareció.

Una joven de cabello negro y expresión inmutable se colocó entre el niño y los atacantes. Llevaba una espada de madera en la mano, un arma extraña para alguien que claramente sabía pelear.

—Den un paso más, y me aseguraré de que se arrepientan —dijo con una voz fría y serena.

Los delincuentes rieron, confiados en su número. Pero en el instante en que intentaron moverse… todo terminó.

No vi su aura. No hubo explosión de energía ni espectáculo de poder. Solo un instante de tensión, y al siguiente, los hombres estaban en el suelo, inconscientes o temblando de dolor.

Mis ojos se afilaron.

(¿Cómo…?)

No era solo velocidad. Algo no encajaba. Si hubiera usado aura, la habría sentido. Pero no percibí nada. Era como si su presencia se hubiera desvanecido un segundo y luego regresado como un relámpago.

No había muchas formas de hacer algo así.

Mis dedos jugaron con la moneda en mi bolsillo mientras la observaba.

(Si estoy en lo correcto, ella también puede ocultar su aura…)

La expresión de la chica cambió por completo cuando se giró hacia el niño.

Su rostro frío y severo desapareció, reemplazado por una sonrisa amable y cálida.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad, arrodillándose a su lado para revisar si tenía heridas.

El contraste era sorprendente. Un instante atrás, había sido una figura imponente, casi inhumana en su precisión. Ahora, parecía alguien completamente diferente.

El niño asintió, frotándose los ojos con la manga.

—E-Estoy bien…

Parecía que todo estaba resuelto.

O al menos eso pensé.

El sonido de pasos apresurados me alertó antes de que siquiera tuviera que mirar. Uno de los delincuentes, temblando y furioso, sacó un cuchillo de su chaqueta y se lanzó hacia el niño con una expresión de desesperación y rabia.

—¡Maldito mocoso…!

La chica giró la cabeza, pero estaba demasiado lejos para reaccionar a tiempo.

(Tsk.)

Mi cuerpo se movió por instinto.

Antes de que la hoja pudiera alcanzar su objetivo, mi puño se estrelló contra la mandíbula del atacante. Un sonido seco resonó en el callejón y su cuerpo se desplomó, completamente inconsciente.

—Hah… qué molesto —murmuré, sacudiendo la mano.

La chica me miró con sorpresa antes de sonreír ligeramente.

—Gracias por eso —dijo, incorporándose y extendiéndome la mano—. Me llamo Skadi.

—Ulfarr —respondí, estrechándola. No había necesidad de revelar mi otra identidad todavía.

No sé si fue mi imaginación, pero su mirada pareció afilarse por un segundo al escuchar mi nombre.

Hablamos un poco mientras asegurábamos que el niño estuviera bien. Skadi era calmada y directa, pero cuando hablaba con el niño, su tono se volvía más suave. Era una contradicción interesante.

Al final, decidimos llevar al chico a su casa.

Mientras caminábamos, lancé una mirada discreta a la espada de madera que llevaba colgada a la cintura.

(Una guerrera que oculta su aura… esto se pone interesante.)

—¿Y tú? —pregunté, echándole una mirada de reojo mientras caminábamos.

—¿Hmm?

—A juzgar por cómo peleaste, diría que participarás en el torneo.

Skadi sonrió con un aire de diversión.

—¿Eso crees?

—Solo es una corazonada.

Ella me estudió por un momento antes de responder.

—Y tú… ¿qué hay de ti? No pareces alguien común.

—No, no participo —mentí sin dudar—. Solo vine a acompañar a un viejo amigo que sí lo hará.

—Ya veo.

No insistió, pero tampoco pareció convencida del todo.

Por ahora, era mejor mantener un perfil bajo. No quería que mi identidad como Fenrir se revelara antes de tiempo.

El niño nos miraba a ambos con curiosidad, como si estuviera viendo algo fuera de lo común.

—¡Entonces ustedes dos son fuertes! —dijo con emoción.

Skadi rió suavemente y revolvió su cabello.

—Tal vez.

—Nah, en realidad soy muy débil —dije, encogiéndome de hombros con una sonrisa tranquila—. Solo tuve suerte de atraparlo desprevenido. Si hubiera estado más atento, probablemente yo sería el que estaría en el suelo.

El niño me miró con una expresión entre confundida y divertida.

—¿De verdad?

—Totalmente. Apostaría a que hasta tú podrías vencerme si lo intentaras.

El niño soltó una risa, y Skadi me lanzó una mirada curiosa.

—Qué humilde —dijo con un tono que no dejaba claro si me creía o no.

—No es humildad, es la verdad —respondí, manteniendo mi expresión de tipo común y corriente, casi aburrido.

El niño parecía emocionado con la idea de ser más fuerte que yo, lo que era bueno. En este mundo, la gente respetaba la fuerza, pero a veces lo que más necesitaban los niños era alguien que les hiciera sentir que podían ser fuertes también.

—Bueno, será mejor que te llevemos a casa antes de que tu familia se preocupe —dijo Skadi con amabilidad, posando una mano sobre la cabeza del niño.

—¡Sí! ¡Gracias, hermana mayor y hermano mayor!

Parpadeé.

—Hermano mayor, ¿eh?

El niño rió otra vez, y Skadi simplemente sonrió.

Suspiré, pero seguí caminando con ellos.

(Al final, supongo que no es tan malo.)

Cuando dejamos al niño en su casa, lo que pasó no fue lo que esperaba.

—¿Dónde demonios estabas, mocoso inútil? —La mujer que abrió la puerta no tenía ni una pizca de preocupación en su voz. Solo molestia y desprecio.

El niño bajó la cabeza de inmediato, encogiéndose como si quisiera desaparecer.

—Lo siento, mamá…

—¡Claro que lo sientes! Siempre metiéndote en problemas, causando vergüenza. No sé para qué sigo perdiendo el tiempo contigo.

Skadi apretó los puños con fuerza. Su aura seguía oculta, pero por un momento sentí que la temperatura a su alrededor bajaba.

—¿Eso es todo lo que tienes para decirle a tu hijo? —su voz sonaba tensa, contenida.

—¿Y a ti qué te importa? —La mujer la miró con desprecio—. Niña metiche… Largo de aquí.

Skadi dio un paso adelante, su mirada se oscureció, pero antes de que hiciera algo, extendí un brazo y la detuve.

—Déjalo.

—Pero—

—No puedes cambiar cómo son las personas con un solo regaño —murmuré, sin apartar la vista del niño.

Él no dijo nada. Solo agachó aún más la cabeza y entró a la casa sin mirar atrás. La puerta se cerró con un golpe seco.

Nos quedamos en silencio unos segundos antes de que Skadi suspirara con frustración.

—Esto está mal.

No respondí de inmediato. Claro que estaba mal. Todo en este mundo estaba podrido de una forma u otra. Pero no era nada nuevo. No era la primera vez que veía algo así… y probablemente no sería la última.

Aun así, mientras caminábamos alejándonos de la casa, una sensación pesada se quedó en mi pecho.

No era solo molestia.

Era enojo.

No pude quedarme con ese sentimiento. Era molesto, una espina clavada en mi mente. Recordar la expresión del niño mientras su propia madre lo despreciaba me carcomía por dentro. No era enojo, era algo más profundo… más visceral.

Así que decidí actuar.

Cuando volví a esa casa, no era Ulfarr quien caminaba en la oscuridad de la noche. Era Fenrir.

La puerta se abrió de una patada. Los gritos comenzaron casi al instante. Los muebles volaron, los cuerpos golpearon el suelo, los lamentos se convirtieron en ruido de fondo. No me importaban. No valían nada.

El niño estaba ahí, observando todo desde un rincón. No parecía asustado. Solo sorprendido.

Un sonido detrás de mí. Me di la vuelta de inmediato.

—¿Quién demonios eres?

Skadi estaba en la entrada, espada de madera en mano, mirándome como si estuviera lista para cortarme en dos.

La luz de la luna iluminó mi máscara mientras la inclinaba levemente.

—Un amigo me pidió que pasara por aquí.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Un amigo?

—Sí. Ulfarr.

La tensión en sus hombros disminuyó apenas un poco.

—Así que fue él…

Dejé salir un leve suspiro.

—Sí. Ya sabes, es débil, pero tiene un molesto sentido de la justicia.

Por alguna razón, ella sonrió un poco. No era burla. No era ironía.

Era… algo más.

—Cuida del niño. —Le dije, girándome para marcharme.

No tenía más que hacer aquí. Había cumplido con lo que quería. Pero antes de que pudiera dar un solo paso, sentí una mano firme sujetándome del brazo.

—Espera.

Me detuve y la miré de reojo. Skadi me observaba con intensidad, como si tratara de ver a través de la máscara.

—Tú… participarás en el torneo, ¿verdad?

Me quedé en silencio por un instante, luego solté una leve risa por lo bajo.

—No.

Ella frunció el ceño, confundida.

Entonces me giré completamente hacia ella y le respondí con seguridad:

—Yo seré quien lo gane.

Su agarre se aflojó. Por un momento, no dijo nada. Solo me miró con esos ojos fríos y calculadores, pero esta vez, había algo más en ellos. Algo que no supe descifrar.

Sin esperar una respuesta, me di la vuelta y desaparecí en la noche.

Al día siguiente, el torneo comenzó.

La multitud rugía a mi alrededor mientras caminaba por el pasillo hacia la arena. Las luces, los gritos, la energía en el aire… Todo era una tormenta de emociones que no tenía nada que ver conmigo.

No me importaba.

Mis pasos resonaban con firmeza en el suelo metálico. Frente a mí, la entrada a la arena se abría como la boca de una bestia esperando devorarme.

—Esa noche… —Mi propia voz resonó en mi cabeza, fría y reflexiva—. Tal vez fue ahí donde todo comenzó.

Me detuve justo antes de cruzar la puerta, sintiendo el calor de los reflectores y el peso de las miradas.

—Tal vez esa decisión marcó todo lo que sucedería de ahí en adelante.

Inspiré hondo y di un paso adelante.

—Pero en ese momento… aún no sabía lo fuertes que serían las consecuencias.

La multitud estalló en vítores cuando mi figura apareció en la arena.