El rugido de la multitud se intensificaba mientras el presentador del torneo subía al centro de la arena, su voz amplificada por un sistema de sonido que reverberaba por todo el coliseo futurista.
—¡Damas y caballeros, bienvenidos al Gran Torneo de la Zona Neutral!
Las pantallas gigantes alrededor de la arena se iluminaron con el formato del torneo. Un gráfico digital mostraba los rostros de los dieciséis combatientes clasificados, divididos en grupos numerados del 1 al 4.
—Las reglas son simples: el torneo se llevará a cabo bajo un sistema de grupos. Todos los combatientes pelearán en rondas dentro de sus respectivos grupos y acumularán puntajes según sus victorias. ¡Al final de cuatro rondas, los dos con mejor desempeño de cada grupo avanzarán a la fase de eliminación directa!
Murmullos recorrieron el estadio. Este sistema significaba que perder una pelea no significaba eliminación inmediata, pero también que cada combate contaba.
—Los combates terminan si el oponente queda incapacitado, se rinde o muere. ¡Así que denlo todo y muestren quién merece ser el verdadero campeón!
Una sonrisa se dibujó en mi rostro bajo la máscara. "Así que perder una vez no me deja fuera del torneo… bueno, no es como si tuviera planeado perder de todos modos."
—¡Dicho esto, la primera pelea de la jornada es… FENRIR contra LIAN!
Mi imagen apareció en las pantallas gigantes junto a la de mi oponente. Un hombre delgado y musculoso, con el cabello corto y una expresión confiada. Su postura al caminar hacia la arena me resultó curiosamente familiar.
—No me jodas…
El tipo movió los hombros con soltura, giró sus muñecas y adoptó una posición baja con los puños levantados en forma de garras. Sus movimientos eran ágiles y controlados, su mirada afilada. Era casi como ver a Bruce Lee en persona.
—¿De verdad? —solté con diversión—. ¿Voy a pelear contra el maestro del "Be water, my friend"?
Lian frunció el ceño.
—No sé de qué hablas, pero si necesitas hacer bromas para calmar tus nervios, adelante.
Me puse en posición con una sonrisa burlona.
—No, no, solo estaba sorprendido de encontrarme con alguien sacado de una película de los setenta. Vamos, chico del Kung-Fu, enséñame qué tan fluida es tu agua.
El gong sonó y Lian se movió primero.
Un demonio de velocidad.
Su primer golpe fue un directo al pecho que esquivé por centímetros, pero lo siguió con una patada giratoria que me obligó a inclinarme hacia atrás. Sus ataques eran explosivos y precisos.
Lástima que eso no basta.
Me mantuve firme, esquivando cada golpe con movimientos mínimos. Cada vez que intentaba avanzar, lo desbalanceaba con pequeños empujones en puntos clave. Era frustrante para él, lo notaba en su expresión.
—No importa cuántas fintas hagas, no voy a caer en el truco —comenté con tranquilidad—. Déjame demostrarte algo…
Pateé el suelo y avancé a su zona de ataque, bloqueando su siguiente golpe con mi antebrazo y girando mi cuerpo para propinarle un codazo en el costado. El impacto hizo que soltara aire con fuerza.
—Tch… ¡Maldita sea!
No lo dejé recuperar. Agarré su brazo y lo azoté contra el suelo. Antes de que pudiera moverse, mi puño descendió con brutalidad hacia su rostro, pero me detuve a escasos centímetros.
La audiencia contuvo el aliento.
—Si esto fuera una pelea a muerte, ya estarías fuera.
La frustración en su cara se convirtió en aceptación.
—Tch… me rindo.
El anuncio oficial llegó de inmediato.
—¡FENRIR ES EL GANADOR!
Los vítores estallaron y levanté un brazo con teatralidad. Miré hacia donde estaba Sigrún, quien me observaba con una sonrisa entre burlona y orgullosa.
"Uno menos."
Mientras salía de la arena, sentí una mirada sobre mí.
Skadi estaba apoyada contra una de las paredes del pasillo, con los brazos cruzados. No estaba sorprendida, más bien analizaba cada movimiento que había hecho.
—Eres fuerte.
No era una pregunta, ni un halago. Solo una afirmación.
Me encogí de hombros.
—Ya me viste en acción la otra noche.
Ella asintió levemente.
—Es diferente ver a alguien en un combate descontrolado que verlo pelear con reglas.
—Y aún así gané.
—Sí —dijo sin más.
Por un momento, nos quedamos en silencio.
—¿Y qué hay de ti? —pregunté, fingiendo desinterés—. ¿Ya te toca pelear?
—Dentro de unos minutos.
—Tendré que verlo.
Ella no respondió, pero vi un atisbo de orgullo en su expresión.
Apenas unos minutos después, su nombre fue anunciado.
—¡A continuación, SKADI contra REINER!
Me senté a observar. Su oponente era un tipo fornido con guanteletes de metal, que sonreía confiado.
—Espero que aguantes más de un minuto —se burló.
Skadi simplemente inclinó la cabeza, sin expresión alguna.
El gong sonó.
Y en el siguiente parpadeo, Reiner estaba en el suelo.
Un solo golpe. Un corte limpio con su espada de madera en el centro de su abdomen, lo suficiente para dejarlo fuera de combate sin matarlo.
El estadio quedó en silencio por un momento.
Luego, la ovación fue ensordecedora.
Yo, en cambio, miraba en completo silencio.
Definitivamente puede ocultar su aura…
Y si eso es cierto, entonces es peligrosa.
La noche cayó sobre la ciudad neutral, y con ella, la actividad en las calles apenas disminuyó. Los faroles de neón y los hologramas proyectaban luces de colores en los edificios, dándole a todo un aire moderno y caótico a la vez.
El sorteo de las peleas para el día siguiente ya se había realizado. Por ahora, no tenía que preocuparme por otro combate hasta entonces. Decidí dar un paseo por la ciudad, esta vez sin la máscara, simplemente como Ulfarr.
—Sigues con esa manía de perderte por ahí —comentó Sigrún, caminando a mi lado con las manos en los bolsillos—. ¿Pensando en la pelea de mañana?
—No realmente —respondí—. Solo quiero ver cómo es la ciudad sin el ruido del torneo.
—Hmph, lo que sea.
Apenas doblamos una esquina, me encontré con una figura conocida.
Skadi.
Estaba de pie cerca de un callejón, con los brazos cruzados. Su mirada se encontró con la mía en cuanto me vio.
—Oh, ¿qué tal? —saludé con naturalidad—. No esperaba verte tan pronto.
—Lo mismo digo.
Mi vista se desvió por un instante. Noté que llevaba un pequeño paquete en las manos.
—¿Y eso?
—Medicinas.
Entrecerré los ojos.
—¿Para el niño?
Ella asintió.
—Lo estoy cuidando. Se llevó más golpes de los que imaginaba, su cuerpo aún es débil.
No respondí de inmediato. Había sido una suerte que Skadi terminara preocupándose por él, pero aún sentía cierta molestia cuando recordaba la forma en que su propia familia lo trataba.
—Me alegra oír eso —dije al final.
Antes de que pudiera decir algo más, una presencia interrumpió nuestro encuentro.
—Skadi.
Un hombre alto y de porte imponente se acercó con paso firme. Vestía un uniforme negro con detalles dorados, una placa metálica en el pecho y un largo abrigo que ondeaba detrás de él. En su cintura, un arma de fuego poco común en esta parte del mundo.
Un enforcer.
No era exactamente un policía, pero era lo más cercano a ello en la ciudad neutral. Se encargaban de mantener el "orden" cuando las disputas se salían de control.
—Necesito hablar contigo —dijo el hombre en un tono firme.
Skadi no mostró reacción.
—Está bien.
Me lanzó una última mirada antes de darse la vuelta y seguir al enforcer, perdiéndose entre la multitud.
Sentí a Sigrún moverse a mi lado y, cuando volví a mirarla, la noté con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Quién es ella?
Su tono era neutro, pero algo en su expresión me hizo sentir que no era solo curiosidad.
—Una conocida —respondí.
Sigrún me miró fijamente.
—Hmph.
—¿Qué?
—Nada —respondió con una sonrisa ladeada, aunque su expresión decía lo contrario.
No le di más vueltas y le expliqué lo que había pasado con el niño y su familia. Cuando terminé, Sigrún suspiró y se pasó una mano por el cabello plateado.
—Vaya, sí que tienes un talento para meterte en problemas.
—No es como si pudiera ignorarlo.
Ella me observó por un momento y luego dejó escapar una pequeña risa.
—No, claro que no. Tú eres así.
—¿Eso es algo malo?
—Nah. —Sacudió la cabeza—. Supongo que solo es parte de tu "molesto sentido de justicia".
No pude evitar reír entre dientes.
—¿Me estás citando?
—Tal vez.
Seguimos caminando sin decir mucho más, pero algo me decía que Sigrún aún tenía algo en la cabeza. Aunque, como siempre, yo era demasiado lento para notarlo.
El día llegó con el estruendo de la multitud y el rugido del torneo reanudándose.
Mi siguiente oponente era un hombre fornido, de brazos gruesos y mirada impasible. No se movía mucho, pero cuando lo hacía, sus pasos retumbaban en la arena como si llevara pesas en los pies.
—Se llama Hagen —dijo un comentarista—. Su estilo de pelea es completamente defensivo. Su aura refuerza su piel al punto de volverla tan dura como el acero.
El público murmuró con emoción. Era una habilidad molesta, sin duda. Un tipo como él podría quedarse de pie en la arena todo el día sin recibir apenas daño, esperando a que su oponente se agotara.
La campana sonó.
Hagen levantó los puños en posición de guardia. No atacó.
Espera que lo haga yo primero.
Decidí complacerlo. Me moví a toda velocidad y lancé un puñetazo directo a su rostro.
¡CLANG!
Mierda.
Era como golpear una placa de metal.
—Vas a romperte la mano antes de hacerme algo —comentó Hagen con una sonrisa.
No respondió a mi ataque. Solo mantuvo su postura, dejando que intentara romper su defensa por mi cuenta.
Bien. Si ese es el juego, juguemos.
Empecé a atacar de nuevo, pero esta vez de forma diferente. No golpeaba con toda mi fuerza, sino con velocidad, usando ataques cortos y constantes en puntos estratégicos: el costado, las articulaciones, el abdomen.
Hagen se mantuvo firme, pero tras cada golpe, su expresión se volvía menos confiada.
—¿Qué tramas…?
No respondí. Solo seguí golpeando.
Las cosas inamovibles tienen un punto débil: si no pueden moverse, tampoco pueden disipar la fuerza de los golpes.
Aunque su cuerpo se sintiera como acero, el impacto de mis golpes estaba acumulándose por dentro. Sus órganos seguían siendo vulnerables.
Después de un minuto de intercambios, Hagen respiraba con dificultad.
Intentó avanzar y lanzarme un puñetazo. Esquivé sin esfuerzo. Sus movimientos eran lentos.
Demasiado lentos.
Aproveché la apertura y lancé un golpe limpio al centro de su pecho.
—¡GAAH!
Hagen cayó de rodillas, tosiendo saliva mezclada con sangre.
El árbitro no esperó más.
—¡Fenrir gana!
El rugido del público llenó la arena, pero yo apenas lo escuché.
Fue una buena pelea.
Me di la vuelta y salí del coliseo, con la adrenalina aún corriendo por mis venas.
Más tarde, volví a la arena como espectador para ver la siguiente pelea de Skadi.
Desde el primer segundo, noté algo diferente.
Su estilo usualmente era elegante, preciso. Golpeaba rápido y sin movimientos innecesarios. Pero esta vez…
Era más agresiva.
No peleaba con la misma paciencia de siempre. Sus ataques eran más violentos, menos refinados. No peleaba solo para ganar.
Estaba peleando para desquitarse.
Su oponente apenas tuvo oportunidad de reaccionar antes de ser arrojado fuera del ring, inconsciente.
Definitivamente algo la molestaba.
Después de la pelea, decidí caminar un poco por la ciudad. No tardé en encontrarme con Skadi.
Estaba apoyada contra una pared, con los brazos cruzados y la mirada perdida en el suelo.
—Te vi en la arena —comenté.
Ella levantó la vista, parpadeando al reconocerme.
—Ulfarr.
—Peleaste diferente hoy.
—¿Ah?
—Más agresiva. Como si estuvieras descargando algo.
Skadi desvió la mirada.
—No es nada.
—Parecía algo.
Ella suspiró, claramente sin ganas de hablar del tema. Pero yo no tenía intención de dejarlo pasar tan fácilmente.
—Vamos, dime. Tal vez puedo ayudar.
—…
—Si no quieres contármelo porque apenas me conoces, dilo de una vez y me callo.
Finalmente, después de unos segundos de silencio, respondió.
—El hombre de ayer… el enforcer. Es alguien que conozco.
—¿Un amigo?
—No lo llamaría así. Pero estamos en el mismo grupo.
Fruncí el ceño.
—¿Grupo?
Ella dudó por un momento antes de hablar.
—Soy una cadete de los enforcers.
Eso explicaba muchas cosas.
—¿Y qué tiene que ver con tu pelea?
Apretó los puños, la frustración evidente en su rostro.
—Me dijo que debía entregarle al niño.
Me quedé en silencio.
—No podía negarme.
La rabia en su voz era inconfundible. No quería hacerlo. Pero no tenía opción.
—¿Qué harán con él?
—No lo sé. Pero en la mayoría de los casos… los huérfanos en esta ciudad no tienen un destino amable.
Sentí esa misma molestia de la noche anterior.
Ese maldito sentimiento.
Pero lo enterré.
—No pareces del tipo que sigue órdenes ciegamente.
—No lo soy.
—Entonces, ¿por qué te uniste a los enforcers?
Skadi me miró con una expresión difícil de leer.
—No es algo de lo que quiera hablar.
No insistí.
Pero ahora tenía una nueva incógnita.
Después de hablar un rato más, decidí cambiar el tema.
—Dejemos esto por ahora. ¿Ya comiste?
Skadi parpadeó, confundida.
—¿Eh?
—Digo, después de una pelea intensa y una frustración acumulada, lo mejor es comer algo.
Me miró con sospecha.
—¿Me estás invitando a comer?
—Si lo quieres ver así.
Se cruzó de brazos y suspiró.
—Hah… supongo que no tengo razones para rechazarlo.
—Genial.
Fuimos a un restaurante cercano, uno de esos lugares pequeños pero acogedores. Skadi pidió algo simple, mientras que yo, sin importarme mucho la etiqueta, pedí lo suficiente como para reponerme de mi propia pelea.
A medida que comíamos, la conversación se volvió más ligera. Evitamos hablar del torneo o del niño, y nos enfocamos en tonterías. Algo en ella parecía relajarse poco a poco.
Cuando terminamos, Skadi apoyó los codos en la mesa y me miró con una pequeña sonrisa.
—Sabes, Ulfarr… me hacía falta algo como esto.
—¿Comida?
—Tonto. Una distracción.
—Ah. Bueno, supongo que soy bueno en eso.
—Gracias.
Me sorprendió un poco escucharla decirlo con tanta sinceridad, pero simplemente asentí.
—No hay problema.
Después de terminar la comida, nos quedamos un rato más conversando. La tensión que había en Skadi al inicio ya no estaba.
Finalmente, llegó la hora de despedirnos.
—Supongo que nos vemos mañana —dijo ella, estirándose un poco.
—Sí. Intenta descansar.
Asintió, pero antes de irse, me miró con curiosidad.
—Oye, Ulfarr… ¿tienes teléfono?
—No.
—…
Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar.
—¿No tienes teléfono?
—No.
—Espera, espera, espera… ¿cómo demonios vives sin uno?
—No es difícil. Simplemente no lo necesito.
Me miró como si estuviera viendo a un cavernícola.
—No, esto no puede ser. Espérame aquí.
Dicho eso, entró a su edificio y desapareció.
Unos minutos después, volvió a salir con algo en la mano.
—Toma.
Me entregó un teléfono. Se notaba que no era nuevo, pero aún funcionaba bien.
—¿Me lo prestas?
—No. Te lo doy.
La miré con incredulidad.
—No necesito un teléfono.
—Sí, sí lo necesitas.
—No.
—Sí.
Suspiré.
—¿Y si lo rechazo?
—No voy a aceptarlo.
Me quedé en silencio, observando el dispositivo.
—… Está bien. Lo aceptaré.
Skadi sonrió, satisfecha.
—Bien. Ahora al menos podré contactarte si necesito algo.
—¿Y si no contesto?
—Te iré a buscar.
Me reí un poco.
—Está bien. Nos vemos mañana.
—Nos vemos.
Con eso, nos separamos. Guardé el teléfono en mi bolsillo y me dirigí de vuelta a la posada, sin saber que al día siguiente, todo cambiaría.
Al día siguiente, no había peleas. La ciudad celebraba los 100 años de su fundación con un gran festival.
En la mañana, mientras me preparaba en la posada, Skadi me envió un mensaje:
"Voy a pasear por la ciudad, ¿quieres venir?"
No tenía razones para rechazarla. Además, era una buena oportunidad para seguir conociéndola.
Antes de salir, le comenté a Sigrún.
—Voy a dar una vuelta con Skadi por la ciudad.
Ella, que estaba tomando su café matutino, se quedó en silencio por un momento. Luego, con una voz neutra, respondió:
—¿Ah, sí?
—Sí. Parece que conoce bien la zona.
—Hmm…
Tomó otro sorbo de su café, sin mirarme.
—Bueno. Diviértete.
No le di más importancia a su tono y salí a encontrarme con Skadi.
El festival estaba lleno de puestos de comida, exhibiciones y hasta espectáculos en la calle.
Skadi me llevó a varios lugares, hablándome de la historia de la ciudad y de algunas anécdotas que conocía. A pesar de lo que había pasado antes, parecía estar disfrutando el día.
—Así que… ¿te has divertido? —pregunté mientras caminábamos por una de las avenidas principales.
—Sí. Más de lo que esperaba.
—Lo dices como si no tuvieras vida social.
—Porque no la tengo.
—Ah.
Se rió levemente.
—Pero esto está bien.
—Bien. Porque aún no hemos terminado.
Le señalé un puesto de dulces.
—Vamos, te invito algo.
—¿Intentas comprar mi amistad?
—Sí.
—Bueno. No soy difícil de comprar.
Compramos algunos dulces y seguimos caminando mientras el sol comenzaba a ocultarse.
Todo parecía ir bien.
Hasta que su teléfono vibró.
Skadi sacó el dispositivo, lo miró, y su rostro se volvió pálido.
—…
—¿Qué pasa?
No respondió. Solo se quedó viendo la pantalla, completamente en shock.
Fruncí el ceño y me acerqué para ver el mensaje.
"Lamentamos informarte que el niño ha fallecido."
El festival continuaba a nuestro alrededor.
Pero, para nosotros, todo se detuvo.