Capitulo 2: La Espadachín.

La noticia de la muerte del niño no tardó en hacer que Skadi saliera corriendo sin siquiera despedirse. Apenas y me dio tiempo de ver su expresión, completamente destrozada. No supe nada más de ella esa noche.

Yo me quedé ahí, procesando lo que acababa de ver.

No lo entendía.

O, mejor dicho, no quería entenderlo.

Era demasiada coincidencia. Un niño que no le importaba a nadie, que fue rescatado por alguien con poder e influencia, que fue reclamado de la nada por un supuesto "conocido" de Skadi… y ahora, de repente, estaba muerto.

Si bien este mundo no era precisamente justo, la forma en que había ocurrido todo me hacía sospechar.

No tenía pruebas. No tenía nombres. No tenía forma de confirmar nada.

Pero en el fondo, había algo en mi instinto que me decía que esto no había sido simplemente "un accidente".

Apreté los dientes y observé el lugar por última vez antes de darme la vuelta. No era momento de perderme en suposiciones. Mañana continuaría el torneo, y con ello, mi camino para alcanzar la fuerza necesaria para hacer lo que realmente quiero.

Ya veríamos más adelante si el destino tenía alguna respuesta para mí.

Al día siguiente, la atmósfera en la arena estaba más tensa que antes. Hoy se celebrarían dos combates seguidos para decidir a los peleadores que avanzarían a la fase eliminatoria.

Me encontraba en la zona de espera junto a los demás participantes. Algunos hablaban entre ellos con confianza, otros solo observaban en silencio. Pero yo solo tenía una cosa en mente: encontrar a Skadi.

No la había visto desde que salió corriendo anoche, y aunque no era asunto mío, algo en mí quería saber cómo estaba.

Cuando la vi entrar a la arena, supe que algo no estaba bien.

No tenía la misma energía de antes. Su mirada estaba fija en el suelo, su postura más rígida de lo normal. Parecía atrapada en sus pensamientos.

No fui el único que lo notó. Algunos peleadores se apartaron de ella con incomodidad, mientras que otros la miraban con cierto interés. Skadi no parecía darse cuenta de nada.

No tuve tiempo de acercarme antes de que anunciaran el primer combate del día.

—¡El primer enfrentamiento será… Fenrir contra Gunnar "la Muralla"!

El público estalló en gritos y vítores. Al parecer, mi oponente tenía algo de fama.

Me dirigí al centro de la arena mientras observaba al hombre que tenía enfrente. Alto, fornido, con el cuerpo cubierto de cicatrices y una expresión de absoluta confianza.

—Nunca pensé que tendría que aplastar a un cachorro en este torneo —dijo con una sonrisa burlona—. Bueno, al menos no dolerá… mucho.

Yo solo ladeé la cabeza.

—Un muro, ¿eh? —murmuré para mí mismo—. Supongo que un poco de demolición no vendría mal.

El presentador levantó la mano y el combate dio inicio.

El sonido del gong marcó el inicio del combate.

Mi oponente, Gunnar "la Muralla", no se movió ni un centímetro.

Su cuerpo era enorme, con músculos como bloques de piedra. No adoptó ninguna postura de combate, ni levantó los puños en guardia.

Solo me miró y sonrió con calma.

—Puedes atacar primero —dijo con confianza.

Era un desafío.

Quiere que lo golpee directamente… interesante.

No es que fuera estúpido. Era una trampa.

Avancé sin dudar. No le haría el favor de esperar más.

Lancé un golpe directo a su rostro.

Pero en el último segundo…

¡BOOM!

Su cuerpo entero cedió con el impacto.

¿Eh?

No había endurecido su piel como el peleador anterior. En lugar de eso, su aura hizo que su cuerpo se hundiera y absorbiera la fuerza del golpe.

Fue como intentar golpear arena movediza.

Antes de que pudiera reaccionar, su torso se comprimió ligeramente y luego expulsó la energía de regreso.

¡BAM!

La fuerza de mi propio golpe me fue devuelta en un rebote brutal.

Sentí la onda de choque en mi brazo y tuve que saltar hacia atrás antes de perder el equilibrio.

El público estalló en vítores.

—¡Impresionante! ¡Gunnar no solo refuerza su cuerpo, sino que redirige el impacto y lo convierte en un contraataque automático!

—¡Este tipo de aura es extremadamente raro! ¡Es como una pared que devuelve todo el daño que recibe!

Me quedé mirando mis propias manos.

¿Así que ese es su truco?

No endurece su piel como si fuera metal, ni solo refuerza su cuerpo. Absorbe y redistribuye el impacto.

—No puedes ganarme con golpes normales —dijo con confianza—. Tu propia fuerza te jugará en contra.

Se agachó ligeramente y flexionó sus piernas.

Oh no.

Antes de que pudiera reaccionar, explotó hacia adelante como una bala de cañón.

¡Es rápido!

Me lancé a un lado justo a tiempo para evitar su embestida.

El impacto de su carga destrozó el suelo de la arena y creó una nube de polvo.

Me giré de inmediato…

Pero ya estaba sobre mí.

Un puño del tamaño de mi cabeza se dirigía directo a mi abdomen.

No tuve más opción. Bloqueé el golpe con los antebrazos.

¡BAM!

Una onda de choque recorrió mi cuerpo.

Sentí que todo el impacto de su ataque no solo me golpeaba, sino que se quedaba dentro de mi cuerpo.

Como si la energía no desapareciera, sino que se almacenara en mis huesos y músculos.

—Ya lo sientes, ¿verdad? —dijo Gunnar con una sonrisa—. Mientras más golpes recibas, más rápido te quedarás sin fuerzas.

Maldición.

Esto no era solo defensa. Era un método de desgaste brutal.

La presión en mis huesos era real.

El impacto de Gunnar no desaparecía, se quedaba atrapado en mi cuerpo como si estuviera acumulando cargas explosivas en cada golpe que recibía.

Si dejaba que esto siguiera así, terminaría desplomándome sin siquiera recibir un ataque crítico.

Él sonrió, seguro de su victoria.

—No estás usando tu aura, ¿verdad? —dijo, inclinando la cabeza con una expresión relajada—. Quizás te estás guardando para la fase eliminatoria, pero...

Se cruzó de brazos.

—Si no la usas ahora, no llegarás tan lejos.

El público murmuró.

—¿No está usando su aura? ¿Fenrir realmente es tan fuerte sin ella?

—Tal vez su estrategia es no mostrarla hasta el final.

—O... ¿y si ni siquiera puede usarla?

Escuché algunas risas en la multitud.

Gunnar me observaba con atención, esperando mi respuesta.

No podía permitir que pensaran que no tenía aura. No ahora.

Puse mi mejor expresión de seguridad y exhalé.

—¿Mi aura?

Hice una mueca como si hubiera olvidado que existía.

—Aún no la necesito.

El estadio se quedó en silencio por un segundo antes de que la gente reaccionara.

—¡¿Aún no la necesita?!

—¡Qué arrogante!

—¿Está diciendo que Gunnar no es suficiente para forzarlo a usarla?

Gunnar soltó una carcajada.

—Ja... ja ja. ¡Me agradas, Fenrir!

Sus ojos se afilaron con intensidad.

—Pero si sigues así, lo único que lograrás es ser aplastado.

Se agachó ligeramente, flexionando sus piernas como antes.

Se preparaba para otra carga.

Pero esta vez, yo estaba listo.

Si Gunnar tenía una debilidad, debía encontrarla.

No podía ganar en un simple choque de fuerza.

Así que empecé a observar.

Su manera de moverse, su respiración, el ritmo de sus ataques.

Noté algo.

Cada vez que atacaba, sus pies se despegaban levemente del suelo por una fracción de segundo.

Un pequeño salto. Casi imperceptible.

Pero suficiente para hacerle perder estabilidad si se lo arrebataba.

Sonreí.

—Vamos, Muralla. Veamos qué tan fuerte eres.

Gunnar rió con confianza y se lanzó hacia mí.

Pero esta vez, cuando su puño venía en mi dirección...

Moví mi pie.

Golpeé el suelo justo donde iba a pisar.

Un leve desnivel. Un cambio mínimo.

Lo suficiente para que su pie resbalara.

Su ataque se desvió ligeramente.

Le falló a mi rostro por centímetros.

—¿Qué...?

Antes de que pudiera recuperar su postura, me deslicé por debajo de su brazo y le golpeé justo en la parte baja de la costilla.

Impacto limpio.

No lo suficiente para derribarlo, pero sí para hacer que su cuerpo reaccionara con dolor.

—Tsk...

Gunnar intentó golpearme de nuevo, pero repetí la táctica.

Pisar antes que él, modificar su equilibrio.

Un fallo.

Otro.

Otro más.

Los murmullos en la multitud aumentaron.

—¿Qué está haciendo Fenrir?

—¡Gunnar no puede golpearlo!

—No es solo esquivar… ¡Está alterando el ritmo de la pelea a propósito!

Para alguien como Gunnar, cuyo estilo dependía de la estabilidad y la firmeza de su cuerpo, perder el balance era lo peor que podía pasarle.

Empezó a impacientarse.

Perfecto.

Aceleré el ritmo, lanzando golpes en puntos clave:

El costado.

La parte interna del muslo.

El abdomen.

Pequeños ataques que se acumulaban poco a poco.

Gunnar respiraba con dificultad.

Hasta que finalmente, cometió su mayor error.

Retrocedió.

Por instinto, tratando de recuperar el equilibrio.

Y ahí acabó todo.

Me lancé de inmediato.

Aproveché su retroceso, su falta de firmeza en el suelo.

Concentré toda mi fuerza en un único golpe.

Levanté la pierna y le propiné una patada giratoria en la cabeza.

Su cuerpo giró en el aire antes de caer al suelo con estrépito.

El estadio enmudeció.

Un par de segundos después, el árbitro se acercó, revisó a Gunnar y alzó la mano.

¡Gunnar está fuera de combate! ¡El ganador es Fenrir!

El público tardó en reaccionar.

No fue una victoria brutal. No fue un golpe definitivo con un gran despliegue de poder.

Fue una pelea calculada.

Y eso los dejó desconcertados.

Mientras salía de la arena, escuché algunos comentarios.

—Ese Fenrir... es peligroso.

Sonreí de lado.

Era justo la reacción que quería.

Salí de la arena, aún sintiendo la adrenalina en mi cuerpo.

Pero la pelea no había terminado.

Ahora era el turno de Skadi.

Caminé hasta la zona de espectadores mientras el siguiente combate comenzaba.

Cuando la vi entrar en la arena, noté algo diferente.

No tenía la misma expresión tranquila de antes.

Se veía más fría. Más afilada.

Su oponente era un hombre alto, con el cuerpo cubierto de cicatrices. Llevaba un hacha de gran tamaño y sonreía con confianza.

El presentador comenzó a hablar:

—¡Ahora, en la siguiente batalla, tenemos a Skadi, la espadachina de negro, contra Bjorne el Despiadado!

El público rugió de emoción.

El tal Bjorne levantó su hacha con una sonrisa burlona.

—Una mujer con una espada de madera… Qué decepción.

Skadi no respondió.

El árbitro bajó la mano.

—¡Que comience el combate!

Bjorne no perdió el tiempo.

Cargó contra Skadi, alzando su hacha con ambas manos.

Un golpe descendente.

Poderoso.

Demoledor.

Pero no lo suficientemente rápido.

En un parpadeo, Skadi ya no estaba ahí.

El impacto del hacha levantó una nube de polvo.

El público se quedó en silencio.

—¿Dónde…?

El comentarista no terminó su frase.

Porque en el siguiente segundo, Skadi apareció detrás de Bjorne.

Su espada de madera estaba en posición de ataque.

Y Bjorne…

Se desplomó.

Sin un solo rasguño visible.

—¡¿Q-qué acaba de pasar?!

El público no entendía.

Yo sí.

Un solo golpe.

Rápido, preciso. Aplicado en el lugar exacto para cortar la conexión entre el cerebro y el cuerpo por un instante.

Bjorne no estaba muerto.

Pero tampoco podía seguir peleando.

El árbitro corrió a revisar su estado.

Un par de segundos después, levantó la mano.

—¡El ganador es Skadi!

Silencio.

Luego, murmullos.

Luego, gritos de emoción.

—¡¿Qué fue eso?!

—¡Ni siquiera la vimos moverse!

—¡Fue un solo golpe!

Algunos la miraban con respeto.

Otros, con miedo.

Y ella…

Solo giró sobre sus talones y salió de la arena sin decir una sola palabra.

Me di la vuelta con la intención de ir tras Skadi.

Pero antes de que pudiera dar un paso, una mano se apoyó en mi hombro.

—No deberías meterte más en eso.

Giré la cabeza y me encontré con Sigrún.

No estaba sonriendo.

Su tono era más serio de lo habitual.

—¿Qué quieres decir?

Sigrún suspiró y cruzó los brazos.

—Digo que ahora tienes algo más importante de qué preocuparte.

—…

—¿No te has dado cuenta? —Señaló con la cabeza hacia las gradas—. No eres el único que está observando.

Seguí su mirada.

Y ahí estaban.

Decenas de ojos puestos en mí.

Algunos llenos de interés.

Otros, de sospecha.

—Desde que empezó el torneo, has evitado usar tu aura —continuó Sigrún—. Pero contra Gunner, él lo activó, y tú seguiste peleando como si nada.

—…

—Eso hizo que la gente empezara a preguntarse… "¿Fenrir realmente no está usando su aura? ¿O simplemente la está ocultando?"

Me quedé en silencio.

Sigrún tenía razón.

Era imposible que pasara desapercibido para siempre.

Y ahora, era evidente que las miradas sobre mí no iban a desaparecer.

—Te lo diré de nuevo —dijo Sigrún, dándome una palmada en la espalda—. No te metas en problemas innecesarios.

Luego, se giró y comenzó a caminar.

Me quedé ahí un momento más, observando las gradas.

No tenía otra opción.

A partir de ahora, tendría que moverme con más cuidado.

La conversación con Sigrún tenía sentido.

Pero aun así…

Esa sensación de angustia no desaparecía.

Sabía que no debía meterme más en esto.

Sabía que lo mejor era enfocarme en el torneo.

Pero simplemente no podía ignorarlo.

Saqué el teléfono que Skadi me había dado y le envié un mensaje.

"¿Estás bien?"

Esperé.

Cinco minutos.

Diez.

Quince.

Nada.

Tampoco lo había leído.

Mi agarre sobre el teléfono se tensó.

Pensé en dejarlo así.

Pero no lo hice.

En lugar de eso, me encontré caminando por la ciudad, rumbo al edificio donde vivía Skadi.

No tenía idea de qué iba a decirle.

Pero necesitaba verla.

Al menos una vez más.

El camino hacia el edificio de Skadi estaba casi desierto a estas horas.

Las luces de la ciudad iluminaban la calle, proyectando sombras alargadas a mi alrededor.

No podía evitar preguntarme…

¿Por qué estaba haciendo esto?

¿Por qué me importaba tanto el destino de un niño que apenas conocía?

¿Por qué me preocupaba lo que Skadi pudiera estar sintiendo?

¿Por qué no podía simplemente hacer lo que siempre hacía?

Mantenerme al margen.

Ser un espectador.

No involucrarme.

Y entonces, recordé a ella.

Hace años, en mi otro mundo, conocí a una chica muy parecida a Skadi.

Se llamaba Aoi.

Era una practicante de kendo.

Su técnica era impecable.

Precisa.

Letal.

Pero no peleaba por honor.

No peleaba por pasión.

Peleaba por necesidad.

Su padre estaba enfermo.

Las deudas médicas los estaban ahogando.

Así que entró a las peleas clandestinas.

Al principio, lo hacía solo por dinero.

Pero con el tiempo…

El dinero dejó de ser suficiente.

La emoción de la pelea.

El poder.

La adrenalina.

El placer de derrotar a otros.

La fueron consumiendo.

Hasta que dejó de ser la persona que una vez conocí.

Y cuando quiso detenerse…

Cuando intentó escapar de ese mundo…

Fue demasiado tarde.

La encontraron muerta en un callejón.

Golpeada.

Humillada.

Olvidada.

Apretaba los dientes sin darme cuenta.

Había sido una estúpida coincidencia.

Dos chicas parecidas, con espadas y problemas en sus vidas.

Eso era todo.

Pero incluso si lo sabía…

Incluso si era consciente de que Skadi no era Aoi…

No podía ignorar el sentimiento en mi pecho.

No podía quedarme quieto mientras veía cómo ella también era devorada por algo que estaba fuera de su control.

No esta vez.

Aceleré el paso.

El edificio donde vivía Skadi no era precisamente lujoso, pero tampoco se veía en mal estado. Era el tipo de lugar donde viviría alguien con un trabajo estable pero sin lujos innecesarios.

Subí las escaleras con pasos ligeros, sintiendo la frialdad del pasamanos metálico en mis dedos. El pasillo del piso donde vivía estaba en penumbra, con solo unas pocas luces de neón parpadeando de manera irregular.

Me detuve frente a su puerta.

202.

Toqué una vez. Nada.

Toqué otra vez, más fuerte.

Silencio.

Suspiré y acerqué el oído a la puerta. No se escuchaba nada dentro.

—Tsk…

Mi instinto me decía que estaba ahí, pero simplemente no quería abrir.

Saqué el teléfono que ella misma me había dado y revisé la última conversación. Mis mensajes seguían sin respuesta.

Dudé por un momento, pero al final decidí hacerlo.

Toqué por tercera vez, esta vez con más insistencia.

—Skadi, soy yo.

Nada.

Esperé un poco más, luego apoyé la espalda contra la pared al lado de la puerta.

—Voy a quedarme aquí hasta que abras.

No hubo respuesta inmediata, pero luego de unos segundos…

Click.

El sonido del cerrojo moviéndose.

La puerta se abrió lentamente, revelando a Skadi en el umbral.

Sus ojos estaban hinchados, su cabello despeinado, y su expresión…

Vacía.

Skadi me miró con desconfianza desde el umbral de la puerta. No intentó ocultar su estado; sus ojos rojos y el temblor en sus labios hablaban por sí mismos.

—¿Qué quieres, Ulfarr? —Su voz era baja, cansada, como si no tuviera fuerzas para discutir pero aún así estuviera lista para hacerlo.

Levanté las manos, en un gesto de calma.

—Solo quería verte.

Ella bufó y apartó la mirada.

—Estoy bien. Vete.

—No, no lo estás.

Se cruzó de brazos y apoyó un hombro contra el marco de la puerta.

—¿Y qué si no lo estoy? ¿Tienes algún consejo vacío para darme? ¿Vas a decirme que todo estará bien?

Negué.

—No soy tan ingenuo. Pero sé que si sigues así, vas a desplomarte.

Su expresión se endureció.

—No necesito que me salves.

—No es lo que intento hacer.

Guardé silencio por un momento, pensando en las palabras correctas. Luego, con un suspiro, hablé.

—Conocí a alguien como tú. Una chica fuerte, decidida… demasiado terca para su propio bien.

Ella me miró con escepticismo, pero no interrumpió.

—Practicaba kendo, pero el mundo en el que estaba no le dio muchas opciones. Peleaba en un lugar como este torneo, pero no por gloria ni por ambición… sino por dinero. Su padre estaba enfermo. No tenía otra forma de sobrevivir.

Skadi bajó la mirada, pero seguí hablando.

—Al principio, pensó que podía controlar la situación. Que solo sería por un tiempo. Pero poco a poco… cambió. Se volvió más agresiva, más desesperada. Perdió el rumbo.

Mis puños se cerraron.

—Y al final, la vida no le dio una segunda oportunidad.

El silencio se instaló entre nosotros.

Skadi no dijo nada de inmediato, pero su expresión cambió. Sus manos, que antes estaban tensas, ahora estaban relajadas.

—… ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?

La miré fijamente.

—No quiero que termines como ella.

Ella apretó los labios.

—…

Di un paso adelante, reduciendo la distancia entre nosotros.

—No puedo decirte qué hacer ni cómo sentirte, pero al menos quiero que sepas esto: no estás sola.

Ella levantó la vista y me miró directamente a los ojos.

—Voy a estar aquí para ti.

No hubo respuesta inmediata. Por un momento, pensé que me rechazaría como antes.

Pero en lugar de eso…

Skadi cerró los ojos, respiró hondo y, con una voz apenas audible, murmuró:

—…Gracias.

Skadi dejó escapar un largo suspiro y, tras un momento de duda, se hizo a un lado.

—Entra.

No lo dudé y crucé el umbral. Su apartamento era modesto, apenas lo suficiente para una persona. No había demasiados muebles, solo lo básico: un sofá, una mesa pequeña con dos sillas y una cama en la esquina. Aun así, el lugar estaba sorprendentemente ordenado.

Ella cerró la puerta y se apoyó contra la pared, como si la conversación anterior la hubiera dejado agotada.

—¿Quieres algo? —preguntó sin muchas ganas.

—No, estoy bien.

Me senté en la silla más cercana y la observé. Ahora que estábamos dentro, parecía menos a la defensiva, aunque aún cargaba con el peso de la noticia.

—¿Cómo lo estás llevando? —pregunté.

Skadi se pasó una mano por el cabello y se dejó caer en el sofá.

—No lo sé. Aún no lo he asimilado del todo. Todo pasó demasiado rápido…

No la presioné. En su lugar, esperé en silencio a que hablara cuando estuviera lista.

Tras unos segundos, Skadi miró el techo y murmuró:

—Este mundo es una mierda.

No pude evitar soltar una risa baja.

—No voy a discutir eso.

Ella sonrió con amargura.

—Supongo que debí esperarlo. Crecer aquí te enseña rápido que nadie te va a ayudar si no eres lo suficientemente fuerte…

—¿Eso lo aprendiste en tu pelotón?

Skadi negó con la cabeza.

—No, lo aprendí mucho antes de eso.

Hizo una pausa, como si estuviera debatiendo si continuar o no. Al final, tomó aire y habló.

—Crecí en la parte pobre de mi ciudad. Mi madre murió cuando era niña, y mi padre… bueno, digamos que no era el mejor ejemplo a seguir. No tenía muchas opciones, así que cuando me ofrecieron unirme al pelotón, acepté sin dudarlo.

La miré con atención.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque era la única salida.

Su respuesta fue firme, sin rastros de duda.

—Me entrenaron, me dieron un propósito… pero también aprendí que todo en este mundo se mide en términos de utilidad. Si no eres útil, te desechan.

Entendía demasiado bien a lo que se refería.

—¿Y aún así sigues ahí?

Skadi se encogió de hombros.

—No es tan simple. Es todo lo que conozco.

El silencio se instaló entre nosotros de nuevo.

—¿Y tú? —preguntó de repente.

—¿Yo qué?

—Tu pasado. Dijiste que conociste a alguien como yo… pero ¿qué hay de ti?

Sentí su mirada clavada en mí, buscando respuestas.

No podía decirle la verdad, así que improvisé.

—No hay mucho que decir.

—Dudo eso.

Me encogí de hombros.

—Crecí en un lugar donde ser fuerte significaba sobrevivir. Aprendí a pelear porque lo necesitaba. Nada más.

—¿Familia?

—No tenía.

Era una mentira a medias. En este mundo, Ulfarr no tenía familia.

Skadi pareció analizar mis palabras, pero al final solo suspiró.

—Supongo que no todos quieren hablar de su pasado.

—No.

Ella sonrió levemente.

—Está bien.

Por un instante, me pregunté si sospechaba algo. Pero si lo hacía, no lo demostró.

—Gracias por venir, Ulfarr.

—No hay problema.

Nos quedamos en silencio un rato más, hasta que finalmente decidí que era momento de irme.

—Descansa, Skadi.

Ella asintió, viéndose un poco más tranquila que antes.

—Nos vemos mañana.

Salí del apartamento con una sensación extraña en el pecho. No sabía por qué había insistido tanto en hablar con ella… pero por alguna razón, me alegraba haberlo hecho.