La fase de grupos había terminado, y el torneo entraba en una pausa de una semana antes de comenzar la fase eliminatoria. Durante ese tiempo, los participantes tenían la oportunidad de descansar, entrenar o planear estrategias.
Yo, en cambio, llevaba dos días atrapado en un dilema.
No se trataba solo del torneo, sino de algo mucho más peligroso: el tema de mi aura. Hasta ahora, había logrado pelear sin revelarla, pero ya no podía seguir ignorando el problema.
Al principio, la gente simplemente pensaba que era un luchador raro, alguien que compensaba su falta de aura con técnica y resistencia. Pero después de mis últimas peleas, la historia estaba empezando a cambiar. Tal vez la está ocultando a propósito. Tal vez tiene algún secreto que no quiere mostrar.
Esa idea estaba ganando fuerza, y si seguía así, era cuestión de tiempo antes de que alguien intentara obligarme a demostrarlo.
—Te ves más tenso de lo normal —dijo Sigrún, recostada en el sofá de la posada con una botella en la mano—. ¿Pensando en el torneo?
—Pensando en lo que viene después —respondí, apoyándome contra la pared.
Sigrún y yo nos habíamos trasladado temporalmente a la ciudad neutral por el torneo, quedándonos en una posada lo suficientemente decente como para no preocuparnos por problemas. Pero aunque el ambiente era tranquilo, mi mente estaba lejos de relajarse.
Ella me miró de reojo y soltó una risa nasal.
—Déjame adivinar, ¿es por lo de tu aura?
No le respondí, pero eso fue suficiente confirmación.
—Te lo dije, cachorro. Mientras nadie sepa que la ocultas, no hay problema.
—Ese es el problema —murmuré—. Ya están empezando a sospechar.
Al principio, la excusa de "no la necesito" había servido, pero ahora que los combates se volvían más serios, la gente estaba prestando más atención. Era imposible que un simple humano sin aura pudiera igualar a los que sí la usaban.
—Entonces dales una respuesta que los haga callarse —dijo, girando su copa entre los dedos—. No tienes que decir la verdad, solo algo que los mantenga entretenidos.
—Si les digo que no puedo usarla, me tomarán como un peleador de tercera.
—¿Y qué? ¿Desde cuándo te importa lo que piensen?
Desde nunca. Pero en este mundo, la percepción era importante. Si me veían como alguien inferior, no me tomarían en serio, y eso solo haría las cosas más complicadas a largo plazo.
—Entonces, muéstrales lo suficiente para que dejen de molestar —agregó, con una sonrisa burlona—. O al menos, dales algo más de qué hablar.
La idea de fingir una manifestación mínima de aura cruzó por mi mente, pero la descarté. No tenía manera de hacerlo sin arriesgarme a que alguien viera más de lo necesario.
Mi problema no era simplemente que no quisiera mostrar mi aura. Mi problema era el color.
El rojo del Aura del Caos.
En este mundo, un aura roja no era algo que pudiera mostrarse sin consecuencias. Si revelaba su color, llamaría la atención de la peor manera posible. Era un riesgo que no podía permitirme.
La técnica de ocultación que usaba no era algo común. Pertenecía a las cinco grandes familias, un arte exclusivo que muy pocos fuera de ellas sabían usar. Sigrún me la había enseñado, y aunque había logrado dominarla, nunca se suponía que alguien fuera de esas familias debía conocerla.
Sigrún me miró en silencio por un momento y luego suspiró.
—Mira, cachorro. La mejor opción es que sigas como hasta ahora. Pero si te preocupa tanto, hay una solución...
La miré con interés.
—Hay un viejo rumor sobre una técnica que permitía cambiar el color del aura. Algo que pertenecía a una de las otras cinco grandes familias.
Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir.
—¿Quieres decir que existe una manera de ocultar el rojo sin suprimir mi aura?
—Si es que la técnica realmente existió, sí —dijo encogiéndose de hombros—. Pero nadie sabe cómo funciona, y menos aún si alguien puede enseñarla.
Así que era un callejón sin salida.
Sigrún notó mi expresión y sonrió con burla.
—Tch, te preocupas demasiado. Solo concéntrate en ganar el torneo.
Fácil de decir. Difícil de hacer.
El problema no desaparecía. Y mientras más tiempo pasaba, más claro se volvía que encontrar una solución era solo cuestión de tiempo... o de fuerza.
El peso de la conversación con Sigrún no se desvaneció tan fácilmente. Aunque traté de distraerme, mi mente seguía atrapada en lo mismo.
No podía depender solo de suposiciones. Necesitaba información.
Así que, en lugar de quedarme en la posada soportando las borracheras de Sigrún, decidí salir a la ciudad como Ulfarr. No tenía un destino claro, pero si había algún lugar donde podía encontrar algo, ese era la biblioteca.
No tenía demasiada fe en hallar información útil. Si esa técnica realmente había desaparecido, no iba a estar en algún libro abierto al público. Pero al menos era un punto de partida.
Al llegar, encontré un edificio antiguo pero bien conservado. No parecía recibir demasiados visitantes, lo que me convenía. Menos gente significaba menos ojos curiosos preguntándose qué hacía un cualquiera como yo en un lugar como este.
Me dirigí a la sección de historia y comencé a revisar los tomos sobre las cinco grandes familias. La mayoría hablaban sobre sus linajes, sus logros y su importancia en la historia de la ciudad.
Nada sobre una técnica que cambiara el color del aura.
Pasé un par de horas hojeando documentos antiguos, buscando alguna pista. Cualquier mención de habilidades únicas o técnicas perdidas. Pero, como lo esperaba, no había nada concreto.
Cambio de color del aura... ¿realmente existió?
Cuando ya estaba considerando irme, un libro en particular llamó mi atención. Era un registro de antiguas rivalidades entre las cinco grandes familias.
Lo abrí y comencé a leer.
Y ahí, entre viejas disputas y alianzas rotas, encontré algo interesante.
Había una mención a una familia que, en el pasado, era temida por su capacidad de "alterar la percepción del aura" en combate.
No lo llamaban cambio de color, pero sonaba parecido.
La familia en cuestión había desaparecido hace décadas. No por una guerra ni por un conflicto con otras familias, sino porque se "diluyeron entre la gente".
¿Diluirse?
El texto no explicaba mucho más, pero dejaba claro que su linaje no se había extinguido por completo.
Lo que significaba que, en teoría, alguien en esta ciudad podría ser un descendiente... y, tal vez, conocer la técnica.
El libro no ofrecía muchos detalles sobre la familia desaparecida, pero algo llamó mi atención.
Un dibujo.
Era un escudo de armas, uno simple, pero intrigante. En él, se representaba la figura de un camaleón con un diseño abstracto, casi como si estuviera desvaneciéndose en el fondo.
"Alterar la percepción del aura" y un camaleón... tiene sentido."
Tomé el teléfono que me había dado Skadi y le saqué una foto. No era el método más sofisticado, pero al menos me permitiría preguntar por ahí.
Claro, la idea de caminar por la ciudad mostrando el símbolo a extraños sonaba estúpida. Pero tampoco tenía muchas opciones. Si esta familia había desaparecido y solo quedaban rastros de su existencia, alguien tenía que haber visto este símbolo antes, ¿no?
Salí de la biblioteca con esa determinación.
No había avanzado mucho antes de que una voz familiar me llamara.
—¡Ulfarr!
Me giré y vi a Skadi caminando hacia mí con una expresión animada.
No parecía tener rastro de la tristeza de hace unos días. En su lugar, se veía enérgica, como si se sintiera cómoda al verme.
—Oh, Skadi. —Le devolví el saludo con una leve sonrisa.
—¿Qué haces por aquí? —preguntó, inclinando la cabeza con curiosidad.
"Buena pregunta."
No podía decirle la verdad, así que simplemente improvisé.
—Nada en particular. Solo estaba explorando un poco la ciudad.
—¿Explorando? —repitió, cruzándose de brazos—. No pareces del tipo que haría turismo.
Sonreí con calma.
—Uno nunca sabe cuándo puede encontrar algo interesante.
Ella pareció aceptar la respuesta, aunque con un dejo de duda en la mirada.
—Bueno, al menos ahora tengo a alguien con quien caminar —dijo despreocupadamente—. ¿Me acompañas un rato?
Era mejor que ir de puerta en puerta como un idiota preguntando por un camaleón.
—Claro —respondí, guardando el teléfono en mi bolsillo.
Y así, sin planearlo, terminé pasando la tarde con Skadi, mientras mi búsqueda quedaba en pausa... por ahora.
—En realidad, Fenrir me pidió que buscara algo en particular —dije, usando mi excusa de siempre.
Skadi arqueó una ceja, claramente interesada.
—¿Fenrir? ¿Desde cuándo confía en ti para hacer cosas por él?
Solté una leve risa.
—Desde que es demasiado vago para hacerlo él mismo.
Ella sonrió con diversión, pero aún parecía intrigada.
—¿Y qué es lo que estás buscando?
Saqué el teléfono de mi bolsillo y abrí la foto del escudo con el camaleón. Luego, se lo mostré.
Skadi entrecerró los ojos y observó la imagen con atención.
—¿Y esto qué se supone que es?
—Un escudo de armas. Según el libro en el que lo encontré, pertenecía a una familia que desapareció hace mucho tiempo.
Ella frunció el ceño.
—No lo había visto antes... pero si estás buscando información sobre una familia desaparecida, no creo que una biblioteca pública sea suficiente.
—Lo sé —admití—, pero era un punto de partida.
Skadi me devolvió el teléfono y sonrió.
—Déjamelo a mí. Conozco algunos lugares donde podríamos encontrar más información.
Me sorprendió un poco su entusiasmo.
—¿En serio?
—Sí. No puedo prometer nada, pero si Fenrir quiere saberlo, supongo que vale la pena intentarlo.
No estaba seguro de si lo decía porque quería ayudar a "Fenrir" o porque simplemente disfrutaba de la idea de una investigación.
De cualquier manera, ya no estaba solo en esta búsqueda.
—Te lo agradezco —dije con sinceridad.
Skadi sonrió con confianza.
—Ya verás, Ulfarr. Encontraremos algo.
Y con eso, la búsqueda tomó un nuevo rumbo.
Pasaron algunos días de búsqueda sin ningún resultado.
Por más que revisamos archivos viejos, preguntamos en librerías antiguas y hasta intentamos hablar con algunos ancianos de la ciudad, no encontramos ni una sola pista útil.
La frustración era evidente, especialmente en Skadi, que odiaba perder el tiempo. Finalmente, tomó una decisión drástica.
—Voy a revisar la base de datos de los Enforcers —dijo de repente.
Me giré hacia ella, sorprendido.
—¿Puedes hacer eso?
—No debería —admitió con una sonrisa algo traviesa—, pero... tengo acceso a ciertos registros. Si hay algo que pueda ayudarnos, lo encontraré.
No pude evitar sonreír un poco ante su determinación.
—Te lo agradezco.
—No me agradezcas todavía. Solo espérame aquí. No tardaré.
Dicho eso, se fue a toda prisa.
Esperé en una banca cercana, observando el flujo de personas en la ciudad. Parte de mí sabía que no iba a obedecer la advertencia que estaba por venir.
Después de un rato, Skadi regresó con una expresión seria.
—Lo único que encontré es que este escudo aparece en algunas partes de un pueblo aledaño —dijo mientras me devolvía el teléfono.
—¿Un pueblo? —pregunté, levantando una ceja.
—Sí. Pero escucha bien, Ulfarr. No se te ocurra ir allí.
Su tono fue tajante.
—¿Por qué?
—Porque ese lugar es un infierno. No es un pueblo común, es una guarida de bandidos peligrosos. Si metes un pie ahí, no vas a salir entero.
Fruncí el ceño, como si estuviera considerando su advertencia.
—Entiendo…
—No, no entiendes —dijo con firmeza—. Te estoy prohibiendo que vayas.
Quise reír ante su actitud sobreprotectora, pero en lugar de eso, puse una expresión de derrota.
—Está bien, no iré —mentí descaradamente.
Ella pareció relajarse un poco.
—Bien. Asegúrate de decirle a Fenrir sobre esto. Pero si ese idiota trata de manipularte para que hagas algo peligroso, dímelo.
—¿Eh?
—Sé que eres débil, Ulfarr —dijo con una sonrisa burlona—, pero si Fenrir se aprovecha demasiado de ti, avísame y le daré una paliza.
Me crucé de brazos, fingiendo molestia.
—No soy tan débil...
Skadi rió.
—Claro, claro. Anda, dile a Fenrir lo que averiguamos.
Asentí, pero en mi mente, ya estaba planeando mi viaje al pueblo.
Esa noche, antes de partir, me aseguré de que todo estuviera en orden.
No sabía exactamente con qué me encontraría en ese pueblo, pero si era lo que Skadi decía, necesitaba estar preparado. Me equipé con lo esencial: algo de dinero, ropa adecuada para viajar sin llamar la atención y, por supuesto, mi máscara de Fenrir.
Antes de irme, pasé por la habitación de Sigrún. Era mejor avisarle para evitar problemas luego.
Cuando entré, ella estaba sentada en el suelo, con una botella en la mano y la mirada perdida.
—Sigrún —la llamé.
Giró la cabeza con una expresión medio adormilada.
—¿Mmm? ¿Qué pasa, cachorro?
Suspiré. Definitivamente estaba borracha.
—Voy a salir por un día o dos —le informé—. No te preocupes, estaré bien.
Ella frunció el ceño y agitó una mano en el aire como si estuviera espantando un mosquito.
—Mmh... sí, sí, lo que sea… No hagas tonterías...
Rodé los ojos.
—Descansa, Sigrún.
Salí de la habitación y, sin perder más tiempo, abandoné la posada.
La noche era fría y silenciosa.
Caminé por las calles desiertas, alejándome poco a poco de la seguridad de la ciudad. A medida que avanzaba, una sensación de anticipación se acumulaba en mi pecho.
Sabía que esto era peligroso. Sabía que Skadi me lo había prohibido.
Pero también sabía que, si quería seguir adelante con mis planes, no podía darme el lujo de ignorar posibles respuestas.
Así que seguí adelante… sin saber lo que me esperaba en ese pueblo.
Y ahí, terminó mi primer gran error.