Capitulo 4: La ciudad de los bandidos.

La ciudad de los bandidos era un desastre. Calles de tierra endurecida, edificios a medio caer y un hedor rancio a alcohol, sangre y desesperación flotando en el aire. Apenas puse un pie en la zona cuando un grupo de hombres armados con dagas y bates oxidados me rodeó.

—Mala idea. —Suspiré.

El primero intentó apuñalarme por la espalda. Se lo hice pagar con un giro rápido y un codazo en la mandíbula. Los demás se lanzaron al mismo tiempo. Golpes torpes, desesperados, sin técnica ni coordinación. No fue difícil desmantelar su ofensiva. Un puñetazo al estómago, una patada en la rodilla, un impacto seco en la sien. Uno a uno cayeron al suelo, gimiendo de dolor.

El último, un tipo de barba rala y nariz rota, levantó las manos temblorosas cuando me acerqué.

—¡Espera! ¡Nos enviaron por ti!

Arqueé una ceja.

—¿Quién?

Tragó saliva, escupió sangre y me miró con los ojos muy abiertos.

—Ella.

No me dijo nada útil. Le pisé la mano con fuerza.

—¿Quién es "ella"?

Gritó de dolor y respondió con desesperación.

—Nuestra jefa. Dijo que si llegabas a la ciudad, te lleváramos con ella.

¿Sabían que vendría o simplemente estaban atentos a cualquiera que hiciera preguntas sobre la familia que buscaba?

—Llévame.

El tipo asintió frenéticamente y me guió por callejones oscuros. Pasamos junto a figuras envueltas en sombras, miradas hostiles que nos seguían de cerca. Nadie intentó detenernos. Eventualmente, llegamos a un edificio mejor conservado que el resto. Dos guardias malhumorados custodiaban la entrada.

—Traje a Ulfarr. —dijo mi guía.

Uno de los guardias desapareció en el interior. Regresó unos segundos después y simplemente asintió.

—Pasa.

No reaccioné, pero mis sentidos se agudizaron al entrar. El lugar era una especie de base improvisada, rústica pero organizada. Había grupos de hombres y mujeres bebiendo, otros discutiendo en voz baja. En el centro, sentada con una pierna sobre la otra y el codo apoyado en el reposabrazos de su silla, estaba ella.

Alta. Musculosa. Cabello rojo fuego cayéndole sobre el rostro. Un parche cubriendo su ojo derecho. Pero lo que más me llamó la atención fue el tatuaje en su hombro: el mismo símbolo que había estado buscando.

Me examinó de arriba abajo con una mirada dominante, como un depredador midiendo a su presa.

—Así que tú eres el tipo que pregunta por mi familia.

Su voz tenía un filo peligroso. No respondí de inmediato. Dejé que el silencio hablara antes que yo.

—Supongo que eso me hace tu invitado.

Ella rió, seca y sin humor.

—O mi enemigo. Depende de quién seas realmente.

—No soy quien crees.

—¿Ah, no? —Se inclinó hacia adelante, observándome con su único ojo rojizo—. Dicen que perteneces a una de las cinco grandes familias.

—Eso es un error.

Silencio otra vez. Ella no parecía alguien que confiara en las palabras fácilmente.

—¿Y qué eres entonces?

Sonreí de lado.

—Alguien con el mismo enemigo que tú.

Sus ojos se entrecerraron, evaluándome.

—¿Y qué te hace pensar que te voy a creer?

—Porque si fuera un perro de las cinco familias, no estaría aquí solo y desarmado.

Ella apretó los labios. Por primera vez, noté una chispa de interés en su mirada.

—Grandes palabras. Pero aquí, las palabras no valen nada.

—Entonces dime qué vale aquí.

Su sonrisa fue la de un lobo mostrando los colmillos.

—Vamos a averiguarlo.

Y así, el verdadero juego comenzaba.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Ella no se movía, pero sus músculos estaban listos para la acción. Yo tampoco me relajé. En este tipo de situaciones, el primer movimiento era clave.

—Si no eres de las cinco familias —dijo con voz baja y filosa—, ¿por qué carajo usas su técnica?

No tuve tiempo de responder.

Sin previo aviso, su pierna se disparó en una patada ascendente. Esquivarla de frente era una mala idea, así que me giré y dejé que el aire me rozara la nariz. Su fuerza era real. Apenas sus pies tocaron el suelo de nuevo, ya venía con un puñetazo. Bloqueé con el antebrazo, pero sentí el impacto vibrar hasta los huesos.

Retrocedí.

—¿Así que en vez de hablar, prefieres pelear?

—Las palabras son baratas.

—Los golpes también, si no sabes usarlos bien.

Eso la irritó. Se lanzó contra mí con una serie de ataques rápidos y pesados. Su estilo era rudo, sin adornos ni movimientos innecesarios. Golpes certeros, directos. Fui esquivando y desviando los más peligrosos mientras medía sus habilidades. No era solo fuerza bruta. Sabía lo que hacía.

En uno de sus ataques, me obligó a bloquear con ambas manos. Usó el momento para impulsarse y girar en el aire, lanzando una patada descendente. La esquivé por centímetros, sintiendo cómo rompía el suelo detrás de mí.

—Nada mal. —Sonreí.

Ella chasqueó la lengua y volvió a la carga.

La pelea se alargó. En un momento, logré devolverle un puñetazo que la hizo retroceder unos pasos, pero apenas pareció importarle. Me observó con ojos entrecerrados.

—Esa técnica…

No me gustó cómo sonó eso.

—¿Qué pasa con ella?

—Así que es verdad. Estás ocultando tu aura.

No respondí.

Ella apretó los dientes.

—Sabía que no eras de fiar. Esa técnica solo la usan las cinco familias.

—Te equivocas.

—¡No me vengas con mierda! —gritó, lanzándose de nuevo.

Esta vez no intenté bloquear. Me moví con rapidez y la esquivé, pero ella insistió. No iba a escuchar razones mientras creyera que era su enemigo.

Suspiré.

—Basta.

Golpeé con más fuerza esta vez. Un golpe limpio, directo a su estómago. Su cuerpo se dobló ligeramente, pero antes de que pudiera reaccionar, la tomé del brazo y la lancé con un giro.

Salió volando, rompiendo un muro de madera y aterrizando en una zona apartada, donde no había miradas curiosas.

Caminé hacia ella con calma mientras se levantaba, respirando agitadamente.

—Ahora me vas a escuchar.

Dejé que mi aura fluyera.

Rojo.

Puro, intenso, imposible de ignorar.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, paralizada por la revelación.

—Tú…

Di un paso más.

—¿Sigues creyendo que soy uno de ellos?

No respondió de inmediato. Sus manos temblaban ligeramente. Lo que fuera que sabía sobre un aura como la mía, la había dejado sin palabras.

Finalmente, respiró hondo, todavía con la mirada clavada en mí.

—Habla.

Sonreí con cansancio.

—Por fin.

El verdadero diálogo comenzaba ahora.

Después de nuestra pelea, me llevó a su habitación, un lugar modesto pero lo suficientemente aislado para que nadie nos molestara. Se sentó en una silla junto a una mesa de madera desgastada, con los brazos cruzados y una mirada dura, aún alerta por mi presencia.

—Voy a preguntar una vez más. —Su voz era seria, casi demandante—. ¿Cómo carajo tienes un aura del caos?

Me encogí de hombros, apoyándome contra la mesa en el centro de la habitación.

—No lo sé.

—¿No lo sabes? —soltó una risa seca—. ¿Esperas que me trague eso?

—Es la verdad.

Ella me analizó por un largo momento, buscando signos de mentira en mi rostro. Parecía frustrada por no encontrar nada.

—Está bien. Digamos que te creo. —Se acomodó mejor en su asiento—. Pero eso no explica lo otro. La técnica para ocultar el aura.

—Eso tiene una historia más larga.

—Estoy escuchando.

Suspiré. No tenía intenciones de contarle toda la verdad, pero si quería que confiara en mí, tenía que darle algo.

—Sigrún me la enseñó.

Su expresión se endureció de inmediato.

—Sigrún… ¿la de la rama de los Einarrson?

—Sí.

La mujer chasqueó la lengua.

—Esa perra…

Sonreí de lado.

—Veo que la conoces.

—No personalmente. Pero he oído suficiente sobre ella. Es fuerte, peligrosa… y sobre todo, una maldita loca.

No podía discutir eso.

—Bueno, ella es la razón por la que sé ocultar mi aura.

—¿Por qué demonios te la enseñaría?

—Porque me llevó con ella.

Ella frunció el ceño.

—Explícate.

Me enderecé un poco.

—Soy Ulfarr, el hijo menor de los Einarrson.

Pude ver cómo sus músculos se tensaban por reflejo, pero no se movió.

—Pero Sigrún me sacó de esa familia. Me crió lejos de ellos.

—¿Por qué?

—Porque tenía sus propios planes.

Ella me observó, analizando cada palabra.

—¿Y ahora qué? ¿Quieres volver con ellos?

Solté una risa breve.

—No. Al contrario.

Sus ojos se afilaron.

—¿Entonces?

—Estoy aquí para destruirlos. A ellos y a las otras cuatro familias.

El silencio cayó sobre la habitación.

Ella no habló de inmediato. Se quedó mirándome, como si intentara ver dentro de mi mente.

Finalmente, se relajó en su asiento, pero su expresión seguía seria.

—Eso es una declaración grande.

—Lo sé.

—¿Y por qué debería creerte?

Me encogí de hombros.

—No tienes que hacerlo. Pero si de verdad quieres cambiar la balanza de poder en este mundo, nuestros objetivos se alinean.

Ella apoyó los codos en la mesa, entrecerrando los ojos.

—Tal vez.

No era una aceptación, pero tampoco era un rechazo. Era suficiente por ahora.

Por fin, después de tanto rodeo, la conversación iba en la dirección correcta.

Me apoyé contra la mesa y la miré directamente.

—Voy a ir al grano.

Ella alzó una ceja, esperando.

—Estoy participando en el torneo que se está llevando a cabo en la ciudad neutral.

—¿Torneo? —frunció el ceño—. Ah, ya… el que los grandes bastardos usan para encontrar nuevos talentos.

Asentí.

—Exactamente. Estoy avanzando sin problemas, pero hay un problema: mi aura.

Se inclinó un poco hacia adelante, interesada.

—¿Qué pasa con tu aura?

—Es roja.

Se quedó en silencio por un momento, luego chasqueó la lengua.

—Aura del caos… claro.

—No puedo mostrarla.

Ella entrecerró los ojos.

—Porque te delataría.

—Sí. No solo eso. La gente teme lo que no entiende, y el aura roja es vista como una anomalía peligrosa. Si la revelo abiertamente, las cinco familias podrían empezar a interesarse en mí.

Ella asintió lentamente.

—Tiene sentido. Entonces, ¿qué esperas obtener de mí?

Me enderecé.

—La técnica.

—¿Cuál técnica?

—La de cambiar el color del aura.

Su expresión se endureció de inmediato.

—Así que la conoces.

—Solo de nombre. Sé que existió, pero que desapareció junto con la gente que la usaba.

Ella se cruzó de brazos y me estudió en silencio.

—Interesante. ¿Y qué te hace pensar que yo podría ayudarte con eso?

—Porque tu familia la usaba.

Se quedó en silencio por un momento. Luego, se levantó de su silla y caminó lentamente hacia mí.

—Así que no solo buscabas a mi familia por curiosidad… —Su mirada se afiló—. Querías algo de nosotros.

No negué nada.

—Si quiero lograr mi objetivo, necesito esa técnica.

—La técnica de cambio de color del aura…

Esperé.

—Si en serio crees que puedes aprenderla… entonces primero tendrás que demostrarme que lo vales.

No me sorprendió su respuesta.

—¿Cómo?

—Estoy investigando algo en la ciudad neutral. Últimamente, varios niños han desaparecido sin dejar rastro.

—¿Desaparecido?

—Sí. Nadie sabe qué les pasó, no hay testigos ni pistas claras.

Eso me dejó pensativo. No tenía interés en convertirme en un justiciero, pero si resolver este misterio me acercaba a mi objetivo, entonces no podía ignorarlo.

—¿Tienes alguna sospecha?

—Algunos rumores apuntan a un grupo con bastante influencia en la ciudad. Pero no tengo pruebas, y necesito que alguien sin conexiones con mi gente haga el trabajo.

—Quieres que investigue por ti.

—Exacto. Si descubres algo útil, entonces te enseñaré la técnica.

Lo pensé por un momento. Si quería esa técnica, tenía que aceptar.

—Está bien. Lo haré.

Ella asintió, satisfecha.

—Entonces será mejor que te pongas en marcha.

Sin más que discutir, me levanté y salí de la habitación. Había conseguido una pista, pero ahora tenía otra tarea en mis manos.

Con eso en mente, dejé el pueblo de los bandidos y me dirigí nuevamente a la ciudad neutral.