El rugido del público seguía resonando en mis oídos mientras salía de la arena. Otra victoria más. Otra pelea donde la falta de aura debería haber sido mi debilidad… y, sin embargo, salí ileso. Lo esperaba, pero era imposible ignorar las miradas cada vez más sospechosas.
Mantuve el paso firme hasta los vestidores, ansioso por quitarme la máscara y volver a ser Ulfarr por el resto del día. Pero antes de llegar, una voz firme me detuvo.
—Necesito hablar contigo.
No me giré de inmediato. No tenía que hacerlo para saber quién era. Aksel estaba ahí, apoyado contra la pared con los brazos cruzados, con la misma expresión de siempre: severa, analítica… y esta vez, con un toque de urgencia.
—No aquí. —respondí con voz distorsionada por la máscara.
Aksel asintió y caminamos hacia una zona más apartada. Apenas nos detuvimos, fue directo al grano.
—Necesito tu ayuda con el caso. Las desapariciones aumentan, y ahora tengo pruebas de que los Enforcers están involucrados. No puedo hacer esto solo.
Me reí por lo bajo.
—Te ayudaré, pero con una condición.
Aksel no pareció sorprendido.
—¿Cuál?
—Antes de empezar, vendrás conmigo a un lugar.
—¿A dónde?
Le lancé una mirada desde detrás de la máscara.
—A buscar más aliados.
El viaje al pueblo fue silencioso. Aksel no preguntó nada, pero sabía que estaba analizando cada uno de mis movimientos.
Al llegar, nos recibió una atmósfera hostil. Ojos sospechosos nos siguieron, pero nadie se atrevió a detenernos. La influencia de la persona que íbamos a ver era evidente.
Entramos en un edificio destartalado que servía de cuartel. Ella estaba ahí. Sentada sobre una mesa, con una botella en mano y la mirada afilada.
—Tardaste. —dijo con tono seco.
Me quité la capucha y asentí.
—Tenía cosas que hacer.
Aksel miró a su alrededor con una mezcla de sospecha y curiosidad.
—¿Dónde estamos?
—En territorio de la líder de los bandidos.
Él se tensó de inmediato. La mujer, en cambio, sonrió con arrogancia.
—¿Y tú quién eres?
—Aksel, Enforcer. —respondí antes de que él pudiera decir algo—. Pero no es enemigo. Está investigando lo mismo que nosotros.
Ella entornó los ojos.
—¿Y por qué debería confiar en él?
Aksel no se inmutó.
—Si quisiera encubrir esto, no estaría aquí.
Hubo un silencio tenso. Finalmente, ella se bajó de la mesa y se cruzó de brazos.
—¿Y qué quieres de mí, Fenrir?
—No de ti. De tu técnica.
Ella arqueó una ceja.
—¿Y qué me das a cambio?
Le expliqué la situación. La corrupción dentro de los Enforcers, las desapariciones, el laboratorio que encontramos… y lo más importante: no podíamos enfrentarlo solos.
Ella me observó en silencio, sus ojos rojizos analizando cada palabra. Finalmente, esbozó una sonrisa confiada.
—Bien. Trabajaremos juntos.
Me crucé de brazos.
—Cumplí mi parte del trato. Ahora enséñame la técnica.
Su sonrisa se amplió.
—Eso depende de si sobrevives al entrenamiento.
Podía notar la burla en su voz, pero no me inmuté.
—Eso lo veremos.
La alianza estaba hecha. Ahora solo quedaba descubrir hasta dónde llegaba la oscuridad dentro de los Enforcers… y dominar la técnica que ocultaría mi mayor peligro.
Tenía una corazonada.
No había pruebas, no había nada concreto, solo un presentimiento basado en cómo se estaban moviendo las cosas. Los Enforcers estaban involucrados en las desapariciones, eso ya lo sabía, pero algo me decía que no se detendrían ahí.
El torneo estaba llegando a su clímax, y con él, la atención de toda la ciudad estaba centrada en la arena. Era la distracción perfecta. Si los Enforcers tenían un plan en marcha, el final del torneo sería el momento ideal para ejecutarlo.
Y no pensaba esperar sentado para verlo suceder.
—Tenemos dos semanas.
Mi voz resonó en la habitación donde nos reunimos. Aksel, la líder de los bandidos y algunos de sus tenientes estaban allí, cada uno con su propia expresión de interés o escepticismo.
—En ese tiempo, debo aprender la técnica. Mientras tanto, en las noches, seguiremos con la investigación.
Aksel asintió, cruzando los brazos.
—Dos semanas no es mucho. Si los Enforcers están detrás de esto, no sabemos cuánto tiempo más tendremos antes de que muevan sus piezas.
—Y hay algo más. —agregué—. No tengo pruebas aún, pero tengo la sospecha de que los Enforcers planean algo grande para el final del torneo.
La líder de los bandidos me miró con una ceja en alto.
—¿Sospechas o sabes?
—Sospecho.
—¿Y qué esperas que hagamos con eso?
—No ignorarlo.
Hubo un silencio en la sala. Nadie dijo nada, pero todos parecían entender lo que eso significaba.
—Si tienes razón… —murmuró Aksel—, entonces no tenemos mucho tiempo.
—Por eso nos dividiremos en dos frentes. —expliqué—. Durante el día entrenaré, y en la noche rastrearemos información. Aksel, tú y los tenientes se encargarán de recolectar pistas dentro de la ciudad, centrándose en los Enforcers y en lo que podría estar ocurriendo al final del torneo.
Uno de los tenientes bufó.
—¿Y qué pasa si te descubren?
—No lo harán. —respondí con seguridad—. Soy cuidadoso.
La líder sonrió, una mezcla de diversión y desafío.
—Entonces, Fenrir… ¿listo para el infierno?
Me puse de pie y la miré directamente.
—Siempre.
Mis días comenzaron a dividirse en dos realidades distintas.
Por la mañana, entrenaba sin descanso con la líder de los bandidos. La técnica era más difícil de lo que imaginé. No solo se trataba de ocultar el aura, sino de moldearla, manipularla hasta que adoptara otra apariencia. No era solo esconderse… era engañar.
—Estás pensando demasiado. —me gruñó ella después de que fallara otro intento—. El aura es como un instinto, no como una ecuación.
—Yo soy bueno con ecuaciones.
—Y por eso te está costando tanto.
Sabía que tenía razón, pero no lo admitiría.
Por la noche, la batalla cambiaba. Ya no era Fenrir, sino un espectro en las sombras. Con Aksel y los tenientes, recorríamos la ciudad en busca de pistas. Nos movíamos con sigilo, evitando llamar la atención, interrogando a contactos en los bajos fondos, espiando reuniones sospechosas.
Las desapariciones seguían, y aunque teníamos pruebas de que los Enforcers estaban involucrados, aún no sabíamos quién dentro de la organización lo estaba permitiendo… o liderando.
Y ahora también teníamos que descubrir qué planeaban para el final del torneo.
El tiempo avanzaba.
La presión aumentaba.
Si no dominaba la técnica antes de las semifinales, estaría en serios problemas. Y si no descubríamos pronto quién estaba detrás de los experimentos, tal vez ya no habría nadie a quien salvar.
Dos semanas.
Dos caminos.
Y ninguna opción de fallar.
El cansancio se acumulaba.
Las largas horas de entrenamiento, las noches sin dormir, las peleas constantes… había estado presionando mi cuerpo más allá de sus límites. Sabía que tarde o temprano iba a romperse.
Y así fue.
En medio del entrenamiento, todo se volvió borroso. Mi respiración se volvió pesada, mis piernas flaquearon, y antes de que pudiera reaccionar, mi visión se apagó.
Desperté sintiendo el movimiento. Mi cuerpo se balanceaba ligeramente, y una sensación extrañamente familiar me invadió. Me estaban cargando.
—¿Ya despertaste, princesa?
Reconocí la voz de inmediato.
—Aksel. —Mi tono fue seco, mi garganta áspera.
—El mismo.
Intenté moverme, pero mi cuerpo protestó con un dolor sordo.
—¿Dónde estamos?
—Llevándote a la posada donde te estás quedando.
Eso me hizo fruncir el ceño.
—¿Cómo sabes dónde vivo?
Aksel soltó una risa ligera.
—Sé muchas cosas, Fenrir… o debería decir, Ulfarr.
Eso sí que me despertó.
Giré mi cabeza para mirarlo, aunque aún me costaba enfocar bien.
—Vaya, parece que eres más competente de lo que aparentas.
—Claro que lo soy. —Dijo con un tono burlón—. ¿Pensabas que iba a confiar en alguien que apareció de la nada con una máscara sin investigarlo primero?
No podía culparlo. Habría hecho lo mismo.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Desde hace un tiempo. No es tan difícil conectar los puntos si sabes qué buscar. Un peleador con una máscara aparece de la nada en el torneo, y al mismo tiempo, un chico común y corriente de la ciudad parece moverse en lugares en los que no debería.
Solté una risa leve.
—Y aquí pensé que era bueno ocultándome.
—Lo eres. Pero no perfecto.
Me quedé en silencio por unos segundos. Aksel no tenía ninguna razón para revelar lo que sabía, lo que significaba que no me veía como un enemigo. O al menos, no todavía.
—Entonces, ¿qué más sabes de mí?
Aksel sonrió.
—Sé que eres alguien que juega con fuego. Que tienes una misión más grande de lo que dejas ver. Que no confías en nadie por completo. Y que, a pesar de todo, no eres una mala persona.
Me reí suavemente.
—No sé si debería sentirme halagado o insultado.
—Tómalo como quieras. Pero si te sirve de algo, tampoco confío en cualquiera.
—¿Ah, sí? ¿Entonces qué te hizo confiar en mí?
Aksel guardó silencio por un momento antes de responder.
—Tu determinación. He visto a muchos tipos en este mundo, Ulfarr. La mayoría fingen ser algo que no son, o corren en cuanto las cosas se ponen difíciles. Pero tú… tú sigues adelante, sin importar qué. Eso es raro.
No supe qué responder.
—No me malinterpretes. No confío en ti al cien por ciento. Pero sí lo suficiente para llevarte a tu posada en vez de dejarte tirado en el suelo.
Sonreí.
—Eso es todo un honor.
—Sí, sí. Ahora cállate y descansa.
Cuando llegamos a la posada en la ciudad neutral, Aksel me bajó sin mucha delicadeza. Apenas toqué el suelo, sentí que mis piernas casi fallaban, pero me obligué a mantenerme firme.
Fue entonces cuando vi a Sigrún en la entrada.
Sus ojos se posaron en mí primero, luego en Aksel.
—¿Qué pasó? —preguntó, y noté algo extraño en su tono.
¿Era… preocupación?
Aksel resopló.
—Tu chico aquí decidió que el descanso es opcional. Lo encontré colapsado en medio de su entrenamiento.
Sigrún frunció el ceño.
—¿Es verdad?
No respondí de inmediato, pero su mirada exigía una respuesta.
—Solo fue un desliz.
—"Solo un desliz" mis huevos. —bufó Aksel, dándome una palmada en la espalda—. Si no lo hubiera recogido, quién sabe cuánto habrías estado tirado ahí.
Sigrún cruzó los brazos y dejó escapar un suspiro.
—Idiota.
No pude evitar parpadear, sorprendido.
—¿Qué?
—Eres un maldito idiota. —repitió, mirándome con el ceño fruncido—. ¿Qué tan estúpido tienes que ser para llegar a este punto?
Esperaba sarcasmo, burla, o incluso regaño. Pero lo que vi en su expresión no era ninguna de esas cosas. Era enojo… y preocupación.
Eso sí que no me lo esperaba.
Aksel sonrió.
—Bueno, parece que estás en buenas manos. —Se giró para irse—. Cuídalo, señora preocupada.
—Lárgate.
Aksel se rió y desapareció en la noche.
Sigrún se volvió hacia mí y tomó mi brazo con firmeza.
—Ven adentro. Ahora.
No puse resistencia.
Y por primera vez en mucho tiempo… me dejé cuidar.
Sigrún cerró la puerta detrás de nosotros y me hizo sentarme en la cama sin darme opción. Se cruzó de brazos y me miró con el ceño fruncido.
—Escúchame bien, Ulfarr. No me importa en qué mierdas estés metido, ni cuántos secretos guardes.**
Su tono era firme, pero su expresión tenía algo distinto… algo más suave.
—Lo único que me importa es que cuides de tu maldita salud.
Me quedé en silencio, sin saber cómo responder.
Ella suspiró, pasando una mano por su cabello plateado.
—No puedes seguir así. No eres un maldito dios, aunque actúes como uno.
Me reí, pero dolió más de lo que esperaba.
—Podría haberme dejado tirado en el suelo, ya me habría despertado en algún momento.
—¿Ah, sí? ¿Y si no lo hacías?
Me callé.
Sigrún se sentó a mi lado en la cama, apoyando los codos en sus piernas.
—Te ves fuerte, actúas fuerte… pero sigues siendo humano, Ulfarr. No puedes cargar con todo solo.
Bajé la mirada. Sabía que tenía razón.
—Estoy acostumbrado.
Ella chasqueó la lengua.
—Pues desacostúmbrate.
Giré la cabeza para mirarla. Sus ojos verdes estaban más serios de lo normal.
—No quiero perder a nadie importante de nuevo.
La sinceridad en su voz me golpeó más fuerte que cualquier puñetazo.
Me costaba recordar la última vez que alguien me dijo algo así.
—Tampoco quiero perderte a ti. —murmuré.
Por un momento, no hubo palabras. Solo el silencio de la habitación.
Sigrún sonrió con suavidad.
—Si es así, entonces deja de hacer estupideces. Si necesitas ayuda, pídela. No estás solo.
Asentí levemente.
—Está bien.
Se hizo un silencio cómodo entre los dos. Me recosté un poco más en la cama, sintiendo cómo el agotamiento aún pesaba en mi cuerpo.
Fue entonces cuando, sin pensarlo, solté:
—Oye… ¿qué edad tienes?
Sigrún parpadeó.
Su expresión pasó de serena… a sorprendida… y luego a pura indignación.
—¡¿Perdón?!
Me di cuenta demasiado tarde de lo que acababa de preguntar.
—Es solo curiosidad…
—¡¿Curiosidad?! ¡¿Me acabas de preguntar mi edad?!
Me recosté más en la cama, como si pudiera escapar de su mirada.
—…No era con mala intención.
—¡No se le pregunta la edad a una dama!
—Tú misma dijiste que no soy un dios, entonces cometo errores humanos.
Sigrún me fulminó con la mirada antes de soltar un bufido.
—Veintisiete.
Parpadeé.
—No hay tanta diferencia entre nosotros.
Ella levantó una ceja.
—¿Y por qué eso importa?
Abrí la boca… y luego la cerré.
Porque, sinceramente, no tenía idea de por qué lo había preguntado en primer lugar.
Y mucho menos… por qué me importaba.
Desperté con la luz tenue del amanecer filtrándose por la ventana. Mi cuerpo aún se sentía pesado por el agotamiento, pero no fue eso lo primero que noté.
Frente a mí, acurrucada en el pie de la cama, estaba Sigrún.
Dormía con los brazos cruzados sobre sus piernas, su cabeza ligeramente inclinada hacia un lado. Su cabello plateado caía desordenado, y su expresión, normalmente severa o burlona, se veía tranquila.
Por un momento… pensé que se veía linda.
Me desconcerté de inmediato.
Sacudí la cabeza, quitándome esa idea de la mente, y me senté con cuidado para no hacer ruido. No quería despertarla.
Me puse de pie y empecé a prepararme para salir.
—¿Piensas irte así como así?
Me congelé.
Sigrún se había despertado y me miraba con el ceño fruncido, aunque sus ojos todavía tenían ese aire soñoliento.
—¿Acaso no escuchaste lo que te dije anoche? —me reprochó.
Suspiré.
—Lo escuché. Y lo entiendo.
—Entonces, ¿por qué ya te estás largando?
Me giré para verla de frente.
—Porque tengo que hacer esto a como dé lugar.
Sigrún apretó los labios, pero no me interrumpió.
Di un paso hacia la puerta y, antes de salir, me detuve.
—Te lo prometo. No iré más allá de lo necesario.
Sus ojos se entrecerraron.
—Pase lo que pase… volveré a casa junto a ti.
Ella no dijo nada de inmediato. Solo me miró en silencio, como si intentara decidir si creerme o no.
Finalmente, soltó un suspiro resignado.
—Más te vale, idiota.
Sonreí levemente antes de salir de la posada.
Era hora de volver al pueblo de los bandidos.