Dos semanas de entrenamiento.
Dos semanas de frustración, de fracaso tras fracaso, de repetir el proceso una y otra vez hasta que mi cuerpo y mi mente estuvieran al borde del colapso.
Pero finalmente… lo había logrado.
Frente a mí, la líder de los bandidos—quien hasta ahora se había mostrado impasible e imponente—se cruzó de brazos, mirándome con una ceja en alto y una sonrisa divertida.
—Tengo que admitirlo, no pensé que fueras a conseguirlo en tan poco tiempo. —Se inclinó levemente hacia mí—. ¿Qué dices, Fenrir? ¿Te vienes conmigo y te conviertes en mi esposo?
La miré sin expresión.
—Ni siquiera sé tu nombre.
Ella rió.
—Touché. —Se llevó una mano a la cadera—. Soy Ingrid. Ingrid Björnson.
—Ingrid, huh. —Repetí su nombre, memorizándolo.
Ella asintió, aún con esa sonrisa burlona, pero también con un atisbo de respeto en su mirada.
Había valido la pena.
No solo había logrado dominar la técnica. También habíamos avanzado con la investigación.
Durante estas dos semanas, Aksel y yo nos habíamos vuelto bastante cercanos.
Era un tipo serio, siempre con un aire de responsabilidad sobre sus hombros, pero al mismo tiempo, era fácil de llevar. A pesar de nuestra diferencia de edad y experiencias, nos entendíamos bien.
En muchos aspectos, él terminó siendo algo así como un mentor para mí. No en el entrenamiento ni en el combate, sino en la vida misma.
Me enseñó cómo moverme mejor en la ciudad sin levantar sospechas, cómo entender mejor a las personas con las que trataba, y, aunque nunca lo dijo directamente, aprendí mucho solo observándolo.
No era un hombre de muchas palabras, pero cuando hablaba, valía la pena escucharlo.
Y ahora, con la semifinal a la vuelta de la esquina, era el momento de poner todo lo que había aprendido a prueba.
Las dos semanas de investigación dieron sus frutos.
Habíamos descubierto que la operación de los Enforcers no se limitaba a experimentos aislados o a laboratorios ocultos en edificios abandonados. No. Esto era mucho más grande.
Había un centro de operaciones subterráneo.
Un lugar donde no solo se llevaban a cabo los experimentos con niños, sino que también servía como punto clave para el tráfico de núcleos de aura. Un sitio bien oculto, con un nivel de seguridad que explicaba por qué nadie había podido exponerlos hasta ahora.
Nos costó mucho, pero logramos encontrar una entrada.
El problema era que irrumpir en ese lugar no sería sencillo.
Sabíamos que estaba resguardado por Enforcers de alto rango, además de lo que sea que estuvieran haciendo ahí dentro. Un asalto directo sería suicida.
Así que planeamos con cuidado.
La semifinal del torneo sería en la mañana.
Y en la noche… atacaríamos la base.
Era un riesgo enorme, pero no podía darme el lujo de dudar.
Teníamos que actuar.
El camino de regreso a la ciudad central fue tranquilo. Aksel y yo caminábamos por los senderos menos transitados para evitar llamar la atención. No era raro que los enforcers patrullaran las afueras, y lo último que queríamos era que alguien nos hiciera preguntas incómodas.
En algún punto, Aksel rompió el silencio con una pregunta que no esperaba.
—Oye… ¿qué te parece Skadi?
Fruncí el ceño, extrañado.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes, como persona. ¿Qué opinas de ella?
Lo pensé por un momento antes de responder.
—Es una buena amiga.
Aksel soltó un suspiro y asintió con una leve sonrisa.
—Me alegra escuchar eso… Aunque no del todo.
Lo miré con curiosidad.
—¿Por qué lo dices?
—Porque, para ella, Ulfarr y Fenrir son personas diferentes.
Me quedé en silencio por un segundo. Bueno, tenía sentido. Ella nunca había sospechado que ambos éramos la misma persona. No tenía razones para hacerlo.
—Lo siento por eso, pero no puedo revelar mi identidad a tantas personas —dije con sinceridad.
Aksel negó con la cabeza.
—No te preocupes, lo entiendo. Pero aun así, quiero pedirte algo.
—¿Qué cosa?
—No la lastimes. Y ten cuidado con ella.
Mis pasos se detuvieron por un momento.
—¿Cuidado? ¿A qué te refieres?
Aksel miró al horizonte, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.
—Skadi es… especial.
—Eso es vago.
Soltó una risa breve antes de continuar.
—La entrené por separado de los demás porque su aura es diferente a la de la mayoría. Pensé que hacía lo correcto, pero al alejarla de los demás durante su desarrollo… Bueno, se volvió un poco… ¿cómo decirlo? ¿Especial?
Mi expresión se endureció un poco.
—No estás diciendo nada concreto.
Aksel me miró con seriedad.
—Skadi es muy apegada a las personas que quiere… A veces, hasta obsesiva.
Parpadeé, sorprendido.
—¿Obsesiva?
—No en el mal sentido… Bueno, depende. Solo te lo advierto porque ahora mismo, tú eres la única persona fuera de los enforcers con quien tiene una conexión real.
Procesé esa información en silencio.
—Entiendo… Pero no tienes que preocuparte. No tengo intención de hacerle daño.
Aksel me observó por unos segundos antes de asentir.
—Bien. Solo recuérdalo.
Después de eso, seguimos nuestro camino sin decir mucho más. Pero aunque intenté ignorarlo, sus palabras seguían rondando en mi cabeza.
El rugido del público resonaba en la arena mientras esperaba a mi oponente en el centro del coliseo. El sol de la mañana iluminaba el terreno de batalla, reflejándose en la piedra pulida del suelo. La tensión era palpable en el aire, un ambiente cargado de expectativas.
La semifinal. La última prueba antes de la gran final.
Mi oponente entró a la arena con paso firme. Alto, de complexión robusta, cabello oscuro y corto. Su mirada era afilada, la de alguien que había peleado innumerables veces y sabía cómo ganar. No era un peleador cualquiera. Su aura se manifestaba a su alrededor como una intensa presión azulada que hacía vibrar el aire.
—Así que tú eres Fenrir —dijo con una sonrisa confiada—. Finalmente nos encontramos.
No respondí, solo lo observé con calma. En este punto del torneo, las habilidades ya estaban claras. Este hombre no solo era fuerte, sino inteligente. Un estratega.
El anunciador no tardó en dar la señal.
—¡Comiencen!
No hubo vacilación. En el instante en que la pelea empezó, mi oponente cargó contra mí con una velocidad impresionante para su tamaño. Su puño surcó el aire con una fuerza que habría roto huesos si me alcanzaba.
Me moví a un lado, esquivando por un margen mínimo. El golpe impactó el suelo con tal violencia que levantó escombros.
No le di tiempo para un segundo ataque. Me deslicé hacia él con un paso ágil y lancé un golpe directo a su rostro. Pero lo bloqueó con el antebrazo y giró su cuerpo para contrarrestar con una patada.
Salté hacia atrás justo a tiempo.
Era fuerte. Más fuerte que cualquiera de mis oponentes anteriores.
No podía seguir peleando a la defensiva. Si quería ganar, tenía que demostrar lo que había aprendido.
Cerré los ojos por un instante y canalicé mi aura.
El aire a mi alrededor cambió.
Cuando los volví a abrir, mi energía brotó con intensidad, envolviéndome en un resplandor profundo. Pero ya no era roja.
Era morada.
Mi oponente se detuvo, sorprendido.
—¿Aura morada?
No lo culpo. En este mundo, el aura morada no era común. No era el color de los guerreros físicos ni de los grandes luchadores. Era el aura de los que dominaban la percepción, el pensamiento acelerado, la claridad absoluta.
Una ligera sonrisa se formó en mis labios mientras recordaba el consejo de Ingrid.
—Si vas a ocultar tu aura roja, elige bien el color que usarás. Algo demasiado común podría generar sospechas, pero si eliges bien, podrías incluso ganar una ventaja en combate.
—¿Y qué color sugieres?
—Morado. Es el color de los que piensan más rápido que los demás. Y tú eres alguien que pelea con la mente, no solo con el cuerpo.
Tenía razón.
Respiré hondo y me concentré. Sentí cada movimiento en la arena con una claridad que no había experimentado antes. Cada contracción muscular, cada cambio en el peso de mi oponente, cada detalle se volvía más nítido.
Era como si pudiera predecir sus movimientos antes de que los hiciera.
Mi oponente, recuperándose de su asombro, avanzó de nuevo. Su golpe fue rápido, pero para mí, era como si el tiempo se hubiera ralentizado. Me incliné hacia un lado, esquivando con una precisión quirúrgica.
Mi cuerpo reaccionaba antes de que mi mente diera la orden.
En un parpadeo, ya estaba dentro de su guardia.
Mi puño se estrelló contra su abdomen con una fuerza devastadora. Un golpe limpio. Su cuerpo se dobló por el impacto y, antes de que pudiera reaccionar, giré sobre mi eje y lancé una patada ascendente a su mandíbula.
Su cabeza se echó hacia atrás. Su equilibrio se rompió.
No le di oportunidad de recuperarse.
Me impulsé hacia adelante y, con un último golpe brutal al pecho, lo envié volando varios metros hasta que su cuerpo rodó por el suelo sin resistencia.
Silencio.
El público tardó un segundo en procesar lo que acababa de pasar.
Una victoria aplastante.
El anunciador, aún en shock, levantó la mano.
—¡G-ganador! ¡Fenrir avanza a la final!
El rugido de la multitud estalló en la arena. Pero yo solo miré a mi oponente en el suelo.
Morado, el color de los que piensan más rápido que los demás.
Ahora, todos los que dudaban de mí tenían una nueva razón para temerme.
El rugido del público seguía resonando mientras yo, aún en el centro de la arena, dirigía mi mirada a las gradas. Entre la multitud exaltada, encontré una figura conocida.
Sigrún.
Estaba ahí, con los brazos cruzados, observándome con los ojos bien abiertos, sorprendida. Era raro verla así, sin su usual expresión de confianza o burla.
Levanté mi pulgar en su dirección.
Por un momento, pareció procesar el gesto, luego dejó escapar una risa y me devolvió el mismo signo con una sonrisa.
Satisfecho, me giré y caminé hacia la salida de la arena.
Una vez en bastidores, me dirigí a la sala donde guardaba mi ropa. Me quité la máscara de Fenrir y dejé escapar un suspiro. Aún sentía el cosquilleo de la adrenalina recorriendo mi cuerpo. La victoria había sido absoluta, pero el peso de la pelea y del uso del aura morada se sentía en mis músculos.
Lo había logrado.
Había dominado la técnica, ocultado mi verdadero color de aura y, lo más impresionante, había aprovechado las propiedades del aura morada. Pero incluso para mí, eso era… extraño.
Mientras me cambiaba, una sensación me recorrió la nuca.
Alguien me estaba observando.
Me giré en un instante y sin dudarlo, lancé un golpe en dirección a la presencia.
Un choque de muñecas detuvo mi ataque.
—Tch… aún atacas sin preguntar, ¿eh?
Parpadeé.
Frente a mí, con su usual porte imponente, estaba Ingrid.
Bajé el puño y la observé con calma.
—¿Qué haces aquí?
—Vine a ver cómo te fue en la pelea —respondió con una sonrisa casual, pero luego su expresión se endureció—. Aunque después de lo que vi… quiero preguntarte algo más importante.
Sus ojos me escanearon de arriba abajo, como si tratara de descifrar un enigma.
—¿Qué demonios eres?
Fruncí el ceño.
—¿De qué hablas?
—No juegues conmigo, Fenrir —dijo con un tono bajo, casi como un gruñido—. Sé cómo funciona mi técnica. Sé lo que hace y lo que no hace.
Su mirada se volvió más intensa.
—Mi técnica solo altera la percepción del color de tu aura. No cambia sus propiedades reales. Y sin embargo, tú…
Dejó la frase en el aire, observándome con una mezcla de intriga y seriedad.
—Tú no solo hiciste que tu aura pareciera morada. La usaste como si realmente lo fuera.
Guardé silencio.
Yo ya lo había notado durante la pelea. No solo había cambiado la percepción de mi aura, sino que mi mente realmente había entrado en un estado de claridad y velocidad de procesamiento que antes no poseía.
—Eso es imposible, Fenrir. No puedes cambiar la naturaleza de tu aura.
No respondí de inmediato.
La verdad era que yo tampoco tenía una respuesta.
—No tengo ni idea.
Mi respuesta fue directa y sincera. Ingrid me miró en silencio, esperando algo más, pero no tenía nada que agregar.
—¿Nada? —insistió, cruzándose de brazos.
—Nada —reafirmé—. No sé por qué puedo hacerlo. No sé por qué mi aura es roja en primer lugar. Tengo una sospecha, pero nada concreto.
Ingrid me sostuvo la mirada por unos segundos. Parecía querer seguir presionando, pero al final, simplemente suspiró y se encogió de hombros.
—Bueno, si ni tú mismo sabes, no tiene sentido que siga preguntando —dijo—. De todos modos, también vine a la ciudad para terminar los últimos detalles del plan. Nos veremos en la noche.
—Entendido.
Sin más, Ingrid giró sobre sus talones y se marchó por el pasillo con su paso seguro y confiado.
Yo, por mi parte, me quedé en silencio por un momento. Aún no entendía qué demonios pasaba con mi aura, pero no era momento de obsesionarme con eso.
Aún quedaba una pelea más que quería ver.
Con esa idea en mente, me puse en marcha hacia la arena.
Era el turno de Skadi.
El bullicio del público llenaba la arena mientras Skadi y su oponente tomaban posición.
Su rival era un hombre alto y robusto, de músculos marcados y una presencia imponente. Su arma era una gran espada de dos manos, que manejaba con la seguridad de alguien acostumbrado a cortar a sus enemigos en dos.
Por otro lado, Skadi se mantuvo serena, con su postura relajada y su espada corta sostenida con naturalidad en su mano derecha.
El árbitro dio la señal y la pelea comenzó.
Su oponente no perdió el tiempo y cargó con fuerza, haciendo vibrar la arena con cada pisada. Levantó su enorme espada y la dejó caer con un tajo brutal, lo suficientemente fuerte como para partir el suelo.
Pero Skadi ya no estaba allí.
Se movía con ligereza, esquivando sin esfuerzo cada ataque. No necesitaba una exhibición llamativa ni un despliegue de poder; simplemente aprovechaba cada apertura con movimientos mínimos pero eficientes.
El hombre gruñó y trató de presionarla con una ráfaga de golpes pesados, pero era inútil. Skadi nunca entró en su ritmo. Se mantenía siempre a un paso de distancia, evaluando sus movimientos con calma y devolviendo contraataques rápidos que acumulaban daño poco a poco.
Era un estilo de lucha limpio, eficiente, sin desperdicio de energía.
Finalmente, cuando su oponente comenzó a jadear por el esfuerzo, Skadi decidió terminarlo.
Con un solo movimiento veloz, se deslizó a su lado y golpeó con precisión en el tendón de su pierna de apoyo. Su rival perdió el equilibrio, y en ese instante, ella giró su espada y le propinó un golpe contundente con la empuñadura en la base del cuello.
El hombre cayó de rodillas, aturdido.
El árbitro anunció su victoria y el público estalló en aplausos.
Skadi simplemente guardó su espada y salió de la arena sin alardear, con la misma calma con la que había entrado.
Cuando Skadi salió de la arena, el público la aplaudió con entusiasmo, pero algo me parecía extraño.
Ella no había mostrado su aura en ningún momento, y sin embargo, nadie del público parecía cuestionarlo.
Cualquiera que intentara ocultar su aura en el torneo sería visto con sospecha… entonces, ¿por qué ella podía hacerlo sin problemas?
Justo cuando ese pensamiento cruzó mi mente, escuché una voz familiar a mi lado.
—Es porque la gente la conoce —dijo Aksel con su tono relajado.
Me giré para verlo. Estaba con los brazos cruzados, observando la arena.
—¿Cómo? —pregunté.
—Skadi es una Enforcer. Para la gente en general, no es raro que los Enforcers tengan sus propios métodos en combate. Mientras sean efectivos, a nadie le importa. —Entonces, con una sonrisa burlona, agregó—: A diferencia de ti, freak extranjero con máscara.
Solté una risa.
—Tienes razón. Debe ser difícil para ellos aceptar a un desconocido cubierto con una máscara oscura, lanzando golpes como un lunático.
Aksel se rio entre dientes.
—Exacto. Das miedo, chico.
Lo miré con una sonrisa de lado.
—¿Y qué hay de ti? ¿Qué haces aquí? ¿No te duelen las rodillas de viejo por estar tanto tiempo de pie?
Él dejó escapar una carcajada.
—Maldito mocoso. Mis rodillas todavía funcionan mejor que las tuyas después de tu colapso en el entrenamiento.
Nos reímos por un momento, disfrutando de la broma. Pero entonces su expresión cambió por un segundo.
Cuando volvió a mirar hacia la arena, tenía una mirada nostálgica.
—Vengo a ver a Skadi de vez en cuando —dijo, sin mucho detalle.
No tenía que preguntar más. Entendí de inmediato el motivo de su expresión.
La misión de esta noche…
Sabíamos que había una posibilidad de que no volviéramos.
Aksel lo sabía, pero igual estaba aquí, observando a su aprendiz, como si quisiera recordarla bien antes de lo que pudiera pasar.
Le di una palmada en el hombro.
—Todo saldrá bien.
Aksel asintió sin responder.
Me despedí de él con una inclinación de cabeza y fui a buscar a Skadi.
Esperé a que Skadi terminara de recibir las felicitaciones antes de acercarme a ella cuando se dirigía a los vestidores.
—Buena pelea —dije con una leve sonrisa.
Ella me miró y por un momento pareció sorprendida, pero luego esbozó una pequeña sonrisa de satisfacción.
—Gracias. ¿Viniste a verme?
—Claro. No me perdería el combate de mi compañera.
Skadi pareció complacida con la respuesta, pero enseguida su expresión cambió.
—Últimamente no te he visto mucho —comentó, con un ligero tono de molestia.
—He estado ayudando a Fenrir con su entrenamiento —respondí sin pensar demasiado.
La reacción fue inmediata.
—Hmph… últimamente le has estado prestando mucha atención a Fenrir —murmuró, cruzándose de brazos—. Pero no tanto a mí.
No esperaba esa queja.
Recordé lo que dijo Aksel.
"Ella es muy apegada… hasta obsesiva con las personas que quiere."
No parecía un simple comentario sin importancia. Realmente estaba molesta.
Decidí aliviar el ambiente con una respuesta rápida.
—Para compensarlo, ¿qué tal si te invito a comer?
Su actitud cambió en un instante.
—¡Eso suena bien! —respondió con entusiasmo—. Espérame aquí, voy a cambiarme.
Sin esperar mi respuesta, se fue directo a los vestidores, dejando tras de sí una sensación extraña en el ambiente.
Definitivamente, tenía que tener cuidado con ella.
Skadi y yo terminamos en un pequeño restaurante en la ciudad neutral. Era un lugar discreto, con pocas mesas y una iluminación tenue, perfecto para pasar desapercibidos. Pedimos algo sencillo, nada demasiado elaborado, y mientras esperábamos la comida, ella me observaba con una intensidad incómoda.
—¿Qué? —pregunté al notar que no apartaba la vista de mí.
Ella sonrió y apoyó la barbilla en su mano.
—Nada, solo… Me alegra que estemos pasando tiempo juntos otra vez. Últimamente siento que Fenrir me ha estado robando demasiado de ti.
Sentí un escalofrío sutil al escuchar eso, pero mantuve mi expresión neutral.
—Bueno, en realidad solo lo he estado ayudando con su entrenamiento. No en cosas de fuerza, pero sí en técnicas y estrategia. Se pone algo gruñón cuando algo no le sale bien, así que alguien tiene que calmarlo.
Skadi inclinó la cabeza, su sonrisa se mantuvo, pero sus ojos se oscurecieron apenas un instante.
—Oh, ya veo… Así que lo estás ayudando también con eso.
El tono en que lo dijo no me gustó. Había algo en su expresión, una especie de tensión silenciosa que apenas pude notar, pero que hizo que mi instinto me advirtiera que no insistiera más en el tema.
Para cambiar de conversación, hablé sobre su combate en la semifinal y sobre lo impresionante que había sido verlo de cerca. Eso pareció alegrarla un poco, aunque cuando mencioné que aún no había visto su aura en combate, su expresión volvió a cambiar.
—¿Y eso importa? —preguntó con una leve inclinación de la cabeza—. ¿Acaso dudas de mi fuerza?
—No, claro que no. Es solo que me da curiosidad.
Ella sonrió, pero su expresión me hizo sentir que había cometido un error al preguntar.
Cuando terminamos de comer, insistió en caminar conmigo un rato más antes de separarnos. Se despidió con una sonrisa radiante y me dijo que la pasara a buscar después de la final del torneo para "celebrar juntos".
No respondí de inmediato. Había algo inquietante en la forma en que lo dijo.
Regresé a la posada para prepararme para la misión de la noche. Revisé mi equipo, asegurándome de tener todo listo, cuando escuché un golpe en la puerta.
—Sé que estás ahí —dijo una voz familiar.
Abrí la puerta y vi a Sigrún con los brazos cruzados, su expresión severa pero con un destello de preocupación en sus ojos.
—Déjame adivinar… ¿Otra vez estás a punto de hacer algo peligroso?
Suspiré, rascándome la nuca.
—Probablemente.
Ella chasqueó la lengua y su mirada se endureció.
—Ulfarr…
Antes de que comenzara a regañarme, levanté una mano y le sonreí.
—Tranquila. Te lo prometí, ¿no? No importa qué pase, siempre volveré contigo.
Sigrún apretó los labios, claramente insatisfecha con mi respuesta, pero no insistió más.
—Más te vale cumplir esa promesa —murmuró.
Antes de irme, ella me agarró del brazo, apretándolo con fuerza.
—No tienes que hacerlo todo solo. Si alguna vez necesitas ayuda… pídemela. Haré lo que sea por ti.
Por un momento, me quedé en silencio.
No supe qué responder, así que simplemente asentí con la cabeza antes de marcharme.
Me reuní con Ingrid y los bandidos en un callejón oscuro, justo en las afueras de la ciudad neutral. Todos estaban armados y listos. Frente a nosotros se encontraba la entrada oculta al centro de operaciones subterráneo.
Ingrid miró a todos los presentes y habló en voz baja:
—Éste es el punto de no retorno. Si entramos ahí, no habrá marcha atrás.
Nadie se echó atrás.
Yo respiré hondo y observé la puerta sellada frente a nosotros.
Era hora de acabar con esto.