Nos movíamos en silencio por los túneles oscuros de la base subterránea. El aire era denso, cargado de un hedor metálico que se pegaba a la garganta. Aksel iba al frente, con Ingrid y los bandidos siguiéndolo de cerca. Yo estaba en la retaguardia, asegurándome de que nadie nos emboscara.
El suelo bajo nuestros pies estaba húmedo. No tardé en darme cuenta de que no era agua.
—Esto… no es normal —murmuró uno de los bandidos, una mujer de ojos oscuros y expresión tensa.
—Nada en este lugar lo es —respondió Ingrid en voz baja.
Las paredes tenían marcas de garras, como si algo o alguien hubiera intentado escapar desesperadamente. Más adelante, unas puertas metálicas pesadas y reforzadas nos daban la impresión de que habían encerrado algo peligroso. Uno de los tenientes de Ingrid intentó abrir una, pero ni siquiera se movió.
—Parece que estamos en el corazón del infierno —susurré.
Avanzamos por un pasillo más estrecho, la sensación de opresión haciéndose insoportable. El hedor se intensificó hasta volverse nauseabundo. Fue entonces cuando lo vimos.
Una gran sala, iluminada por luces parpadeantes, reveló la peor escena que jamás habíamos presenciado.
Cuerpos.
Pequeños, frágiles, irreconocibles. Apilados en esquinas o desperdigados sin orden. Sangre por todas partes, impregnando el suelo y las paredes como si alguien se hubiera entretenido pintando con ella. Vísceras colgaban de ganchos, y en una mesa metálica en el centro de la sala, lo que parecía ser un cuerpo a medio diseccionar permanecía inmóvil.
Nadie habló. Nadie se movió.
Solo el sonido de la respiración pesada de los bandidos y el rechinar de dientes de Aksel rompían el silencio.
Di un paso adelante, sintiendo cómo la sangre empapaba la suela de mis botas. No me inmuté, pero en mi interior, algo hervía.
No sé cuánto tiempo pasamos así, mirando esa escena dantesca, hasta que un grito nos sobresaltó.
—¡¿Qué demonios…?!
Me giré de inmediato, en posición defensiva.
Skadi estaba ahí, con los ojos abiertos de par en par y las pupilas dilatadas por el shock.
—¿Qué haces aquí? —Aksel se adelantó, su expresión endurecida.
—¡¿Qué es esto?! —Su voz temblaba. Sus manos estaban crispadas, listas para cualquier cosa.
—Fenrir… —me miró fijamente.
Yo no dije nada.
—Skadi… ¿cómo llegaste hasta aquí? —preguntó Aksel, su tono más preocupado que enojado.
—Tú estabas actuando raro últimamente —su voz aún estaba agitada, pero intentó estabilizarse—. Y con todo lo que ha pasado con los Enforcers, no me cuadraba. Así que decidí seguirte.
Nos miró a todos, sus ojos analizando rápidamente la situación.
—¿Qué está pasando aquí?
Hubo un momento de silencio. Luego, Ingrid suspiró y dio un paso adelante.
—Supongo que no tiene sentido ocultarlo —dijo con una sonrisa irónica—. Skadi, te presento a mis muchachos. Somos bandidos, por si no era obvio. Y lo que ves aquí… es el resultado de los experimentos de los Enforcers.
Skadi frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
—Experimentos con aura —respondí finalmente—. Han estado secuestrando niños para probar algo con ellos… y este es el resultado.
Vi cómo sus manos temblaban ligeramente.
—No… No puede ser…
Pero la realidad estaba justo frente a ella.
Aksel la miró con una mezcla de culpa y determinación.
—Por eso estamos aquí.
Skadi respiró hondo varias veces, cerró los ojos y finalmente los volvió a abrir.
—Voy a ayudar —dijo con firmeza.
—No —respondió Aksel de inmediato.
—No me importa lo que digas. No pienso quedarme de brazos cruzados.
Hubo un tenso intercambio de miradas. Finalmente, Aksel chasqueó la lengua y desvió la mirada.
—Bien… pero sigues mis órdenes.
Skadi asintió con firmeza.
—¿Qué sigue? —preguntó, con los puños apretados.
Ingrid sonrió de lado.
—Ahora, nos aseguramos de que los bastardos responsables paguen.
Me giré hacia la sala de los horrores una última vez.
Si los Enforcers estaban realmente detrás de esto… no iba a permitir que se salieran con la suya.
El aire se volvió más pesado mientras descendíamos por la base. La sangre seca impregnaba las paredes, los restos de cuerpos mutilados estaban esparcidos por el suelo y la oscuridad se hacía cada vez más densa. Cada paso que dábamos era una confirmación de que habíamos cruzado un umbral sin retorno.
Y entonces, la emboscada ocurrió.
Las compuertas metálicas se cerraron de golpe tras nosotros. Sombras emergieron de los pasillos laterales, rodeándonos con precisión letal. Enforcers, con armaduras negras y visores opacos, desenfundaron sus armas sin titubeos.
Pero el verdadero peligro aún no se había presentado.
Desde el fondo del pasillo, una figura alta y vestida con un uniforme diferente caminó con calma.
Su túnica negra llevaba bordado en oro el emblema de una de las cinco grandes familias. Su porte era altivo, con un aire de absoluta confianza.
Aksel apretó los dientes. Ingrid, a su lado, frunció el ceño con una intensidad asesina.
—No puede ser… —murmuró Aksel.
—Así que finalmente nos encontramos cara a cara, Ingrid —dijo el hombre, con una sonrisa fría.
Ingrid dio un paso al frente con los puños cerrados.
—Lambert von Helbrück…
Ese nombre resonó con peso en el ambiente.
Helbrück. Una de las cinco grandes familias, famosa por su obsesión con la investigación del aura.
Ingrid no apartó la mirada ni por un segundo.
—Tú… fuiste uno de los responsables de la caída de mi familia.
Lambert sonrió con la calma de alguien que no se arrepentía en lo más mínimo.
—No solo fui responsable… Yo fui quien dirigió su aniquilación.
Aksel lanzó una mirada rápida a Ingrid, evaluando su reacción. Sabía que ella podía perder el control.
Lambert se cruzó de brazos y nos miró a todos, pero su mirada se detuvo en mí.
—Pero más importante aún… Fenrir.
El sonido de mi nombre en su boca me puso en alerta.
—Qué interesante —continuó—. Nunca pensé que vería a alguien con tu habilidad en persona.
Mi postura se endureció.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Lambert sonrió con diversión.
—Oh, vamos. Esa técnica de manipulación de aura que usas… proviene de la familia de Ingrid, ¿no es así?
Mi expresión se mantuvo neutra, pero por dentro, las piezas empezaban a encajar.
—Estudié esa técnica durante años —continuó Lambert—. Aunque nunca pude replicarla del todo… hasta ahora.
Miró hacia las sombras y chasqueó los dedos.
Desde la penumbra, una figura emergió.
Un niño.
Mi sangre se heló.
Era el mismo niño que Skadi y yo habíamos salvado antes.
Pero algo estaba muy mal.
Su piel estaba más pálida, sus ojos sin brillo, como si su conciencia hubiera sido drenada. Y lo más aterrador…
Un aura de color rojo oscuro emanaba de su cuerpo.
—Este pequeño fue uno de nuestros experimentos exitosos —dijo Lambert con satisfacción—. No es perfecto, pero está cerca.
Skadi dio un paso adelante, el horror pintado en su rostro.
—No…
Lambert la miró con diversión.
—Ah, Skadi. Sé que lo recuerdas. ¿No es una maravilla?
Ella estaba paralizada. Incapaz de moverse.
Yo, en cambio, supe de inmediato que la pelea tenía que terminar aquí y ahora.
Mi aura morada surgió con fuerza.
Lambert observó con una sonrisa casi complacida.
—Muy interesante… pero dime, Fenrir… ¿cuál es tu verdadero color?
No respondí.
No había tiempo para juegos.
La batalla había comenzado.
Sin dudarlo ni por un segundo, me lancé contra el niño.
Mi puño, envuelto en aura, se dirigió directo a su torso.
—¡Fenrir, espera! —gritó Skadi, pero mi golpe ya lo había alcanzado.
El impacto resonó por toda la habitación. El niño salió disparado contra la pared, su pequeño cuerpo temblando por la fuerza del ataque. Pero ni siquiera gritó. Solo se levantó, como si no sintiera dolor.
Skadi se quedó helada.
—¿Cómo pudiste…? ¡Es solo un niño!
Lambert, sin embargo, sonrió.
—Tu elección fue la correcta, Fenrir.
El niño movió la cabeza de forma antinatural, y su aura roja se intensificó. Su expresión vacía se deformó en una mueca inhumana, su boca demasiado abierta, sus ojos sin pupilas brillando en la oscuridad.
Eso ya no era un niño.
Era un arma.
En ese momento, la batalla comenzó.
Los enforcers atacaron sin piedad. Ingrid y los bandidos cargaron contra ellos, mientras Aksel luchaba a mi lado.
Skadi, sin embargo, estaba paralizada.
—¡Skadi, muévete! —rugió Aksel mientras cortaba a un enforcer con su espada.
—No puedo… —susurró ella, viendo al niño avanzar lentamente, su pequeña mano cubierta de un aura roja que hacía que el suelo se agrietara.
—Ese niño ya no existe —le dije con frialdad—. Lo que tienes frente a ti es un experimento fallido.
—¡Pero yo lo salvé…!
—No —la interrumpí—. Lo rescataste. Pero no pudiste salvarlo.
Ella apretó los puños.
Aksel se colocó a su lado, su expresión seria.
—Si titubeas, morirás. Y si mueres, él también morirá contigo.
Skadi tembló. Miró sus propias manos y luego al niño.
Pero antes de que pudiera reaccionar, Lambert hizo su movimiento.
Ingrid corrió directo hacia él, su velocidad impresionante, pero Lambert apenas alzó la mano y una onda de aura oscura la golpeó en el pecho, lanzándola contra una de las paredes con tal fuerza que se desplomó en el suelo, escupiendo sangre.
—Demasiado débil —se burló Lambert—. Igual que el resto de tu patética familia.
Aksel rugió de furia y cargó contra él.
Pero entonces, el niño se movió.
Apareció frente a Aksel en un instante, su pequeño brazo perforando su costado.
Aksel apretó los dientes y le cortó el brazo al niño, haciéndolo retroceder.
Pero el daño estaba hecho.
Cuando intentó moverse, su aura fluctuó. Y en ese momento, otro enforcer aprovechó la oportunidad.
El filo de una espada brilló en la oscuridad.
El grito de Aksel resonó en la habitación.
Su brazo derecho fue cortado de un solo tajo.
—¡AKSEL! —gritó Skadi, sus ojos abiertos con horror.
El hombre cayó de rodillas, su rostro retorcido en dolor, mientras la sangre empapaba el suelo.
Y en ese instante, algo cambió en Skadi.
La temperatura en la habitación pareció bajar.
Su aura estalló.
Era plateada.
Lambert se detuvo en seco.
Sus ojos se abrieron con fascinación.
—No puede ser…
Skadi respiró hondo, su cuerpo temblando por la emoción.
—Nunca más… —susurró—. Nunca más perderé a alguien.
Su aura plateada brilló con intensidad.
Lambert sonrió, como si acabara de encontrar algo más valioso que cualquier otra cosa.
—El aura plateada… —murmuró—. El aura que es la enemiga natural del aura roja.
Se giró hacia ella, su expresión cambiando a una de pura hostilidad.
—Tú… —susurró—. Tú eres la elegida para matar a nuestro señor.
Y entonces se lanzó contra ella con la intención de matarla.
Pero yo me moví primero.
Mi puño se estrelló contra su rostro con toda mi fuerza.
Lambert salió volando a través de la habitación, atravesando una pared y cayendo en una zona diferente de la arena.
Me quedé de pie, con el puño aún elevado, mi respiración pesada.
Skadi se quedó atrás, mirando al niño con una nueva determinación en los ojos.
Y yo…
Yo me dirigí hacia Lambert.
Ahora era solo él y yo.
El combate final había comenzado.