Capitulo 9: Resolución.

Lambert camina hacia mí con la calma de alguien que ya ha ganado. Su expresión es la de un hombre que siempre ha estado en control. Yo, en cambio, apenas puedo respirar. Siento la sangre caliente deslizándose por mi rostro, mi máscara está rota, mi cuerpo es un desastre.

He intentado todo. Cambié entre mis auras: la verde para velocidad, la morada para pensar más rápido, la azul para resistir más golpes. Nada funcionó. Él es más fuerte, más rápido, más despiadado.

—Eres entretenido, lo admito. —Su voz tiene un tono casi burlón—. Pero al final del día, sigues siendo un simple insecto.

No le respondo. No porque no quiera, sino porque apenas puedo hablar.

—¿Qué pasa? ¿Te quedaste sin trucos? —Lambert se agacha un poco, con una sonrisa cruel—. Es una lástima. Aunque supongo que no necesito más de esto. Aún tengo otros asuntos que atender...

Lo veo levantar la mirada, como si ya estuviera pensando en su próxima presa.

—Esa mujer, Sigrún, ¿era importante para ti? Oh, y qué decir de Skadi. Tan ingenua… cuando termine contigo, me aseguraré de darles una muerte digna.

Un escalofrío me recorre la espalda.

No por miedo.

No por ira.

Es algo más profundo.

Un recuerdo invade mi mente.

Un callejón.

Puños destrozados.

Un cuerpo en el suelo.

Sangre caliente en mis labios.

Y entonces, lo escucho.

Risas.

Mi risa.

—…Ah.

El aire a mi alrededor se vuelve denso.

Mi cuerpo, que hace un segundo estaba al borde del colapso, empieza a temblar. No por debilidad.

Estoy… riéndome.

Primero es un murmullo bajo. Luego crece. Más fuerte. Más profundo.

Lambert frunce el ceño.

—¿Qué…?

—No puedo evitarlo… —susurro, llevándome una mano al rostro mientras una oleada de adrenalina me atraviesa—. Esto es tan…

Bajo la mano, y lo veo.

Los ojos de Lambert se abren con incredulidad.

Porque los míos ya no son los de antes.

Son los de un depredador.

Y entonces, ocurre.

Siento cómo algo se rompe dentro de mí.

Mi aura, la que había estado cambiando de color para ocultarme, empieza a filtrarse.

Oscura.

Densa.

Un rojo profundo, más oscuro que la sangre misma, envuelve mi cuerpo como llamas vivas.

Lambert da un paso atrás.

—…Eso no es posible.

Sonrío.

—¿Sabes? Me di cuenta de algo…

Me pongo de pie.

—No importa cuántos trucos use. No importa cuántas estrategias planee.

Flexiono los dedos. Puedo sentir mi aura vibrando entre ellos, como si estuviera viva.

—Al final del día… lo que realmente me emociona…

Mis labios se curvan en una sonrisa incontrolable.

—Es una buena pelea.

Lambert apenas tiene tiempo de reaccionar.

Desaparezco de su vista.

Y en un instante, mi puño envuelto en este rojo abismal se estrella contra su rostro con una fuerza monstruosa.

Lambert sale disparado, atravesando muros de piedra como si fueran de papel.

Y yo solo puedo pensar en una cosa.

Esto.

Esto es lo que realmente me hace sentir vivo.

La batalla continúa…

La sangre hierve en mis venas. No por dolor. No por furia.

Por emoción.

Mis pies tocan el suelo apenas un instante antes de que vuelva a lanzarme hacia Lambert, que aún está recuperándose del golpe anterior. Su espalda se estrella contra una pared derrumbada, la polvareda lo cubre por un momento. Pero yo no le doy tiempo.

Estoy encima de él en un instante.

Su brazo se levanta para bloquear, su aura densa envolviéndolo, pero ya no importa.

Mi puño se hunde en su guardia, quebrando el equilibrio que tenía.

Siento sus huesos ceder bajo el impacto.

Un rugido de dolor escapa de su garganta.

Pero no me detengo.

Lo agarro por la cara y lo lanzo contra el suelo con tal fuerza que el impacto revienta la piedra bajo él. Antes de que siquiera pueda respirar, mi rodilla se estrella contra su abdomen. Escucho el crujido de algo rompiéndose en su interior.

Mi risa resuena en el aire.

—¿Qué pasó? ¿No decías que era un insecto?

Lambert se retuerce, escupiendo sangre. Me mira con los ojos abiertos de par en par, como si estuviera viendo algo imposible.

—Tú… ¡Tú no eres humano!

Sonrío.

—¿Y qué?

Levanto mi pierna y aplasto su pecho con un pisotón brutal. El suelo tiembla. Lambert grita.

Pero entonces, lo siento.

Una punzada de algo en mi cabeza.

No dolor.

No fatiga.

Es otra cosa. Algo que me tira hacia atrás por una fracción de segundo.

Lambert lo nota.

Él, aún en el suelo, escupe sangre pero sonríe.

—Je… así que es eso…

Frunzo el ceño.

—¿De qué hablas?

—Esa aura… no es tuya.

Mis dedos se tensan.

—¿Y qué?

Lambert ríe entrecortado, aunque su cuerpo está destrozado.

—Tarde o temprano… te consumirás a ti mismo… No puedes controlar algo que no entiendes.

Algo dentro de mí se revuelve.

Lambert me mira con una sonrisa teñida de sangre.

—Esa no es tu fuerza. Es algo… mucho más antiguo.

Mi ceño se frunce aún más.

Siento otra punzada en mi cabeza.

Lambert lo nota. Y su sonrisa se ensancha.

—Lo sientes, ¿no?

Su voz es apenas un susurro.

—La verdadera naturaleza de lo que llevas dentro.

La sangre en mis venas aún arde.

Mi respiración es pesada.

Pero por primera vez… siento algo más.

Algo que no había sentido antes.

No miedo.

No duda.

Es como si algo dentro de mí estuviera… despertando.

Y no sé si es algo bueno.

Pero aún no he terminado aquí.

Así que, sin pensarlo dos veces, levanto el puño.

Y lo dejo caer sobre Lambert una vez más.

El mundo seguía girando.

Mi respiración era pesada, cada latido en mi pecho golpeaba con un eco distante, como si no fuera mío.

La sangre de Lambert manchaba mis nudillos.

La pelea había terminado.

Pero algo dentro de mí seguía rugiendo.

Esa sensación... ese éxtasis... no quería desaparecer.

Mi aura vibraba a mi alrededor, filtrándose como un incendio que no quería apagarse.

No.

Debía calmarme.

Inspiré profundo.

Cálmate.

El aura danzaba en mi piel, pero apreté los dientes y forcé mi cuerpo a obedecer.

El ardor en mis venas luchó por permanecer.

Pero no lo dejé.

Cerré los ojos.

Forcé cada músculo, cada fibra de mi ser, a volver a su estado normal.

El rojo oscuro se disipó poco a poco, hasta que no quedó más que mi respiración agitada y el silencio.

Lo logré.

Justo a tiempo.

Pasos resonaron en la distancia.

Levanté la mirada y vi a Aksel apoyado en Ingrid, ambos visiblemente agotados y heridos. Detrás de ellos, Skadi caminaba con la mirada baja, sus pasos pesados, como si cargara un peso invisible sobre los hombros.

No necesitaba preguntar.

Sabía lo que había pasado.

El niño…

—Tch… —Aksel chasqueó la lengua mientras me miraba—. No puedo creerlo…

Ingrid tampoco decía nada, solo me observaba con incredulidad.

—¿Realmente… ganaste?

—Sí —respondí, mi voz apenas un susurro.

El silencio se hizo denso.

No parecía que ninguno de ellos supiera qué decir.

Así que hice lo único que se me ocurrió.

Sonreí débilmente y levanté una mano.

—¿Ven? Les dije que todo saldría bien.

Ingrid soltó una risa entre dientes.

Aksel negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

Skadi, sin embargo, no dijo nada.

Solo me miraba con esa expresión... esa tristeza.

Quise decir algo, pero mi cuerpo decidió por mí.

El agotamiento me golpeó como un martillo, y antes de darme cuenta…

Mi vista se oscureció y caí de espaldas contra el suelo.

Mi última imagen antes de perder la conciencia fue la de Skadi dando un paso apresurado hacia mí, su boca abriéndose como si fuera a decir algo.

Pero para ese punto…

Yo ya no estaba despierto para escucharla.

El sueño no era un sueño.

Era una visión.

Me encontraba en un campo de cuerpos.

Hombres y mujeres caídos, destrozados, sin vida.

Y sobre ellos…

Él.

Una figura de unos 35 años, de cabello oscuro y una sonrisa demente que se extendía demasiado en su rostro.

Su aura roja ardía como un incendio imposible de apagar.

Era caos puro.

Era destrucción.

Pero lo peor no era su presencia.

Lo peor era que, de alguna forma, él también me veía a mí.

Levantó la cabeza, sus ojos brillaban con una intensidad antinatural.

Nuestra mirada se cruzó.

Sonrió aún más.

Y entonces…

Me desperté.

Mis ojos se abrieron de golpe, y lo primero que sentí fue el peso de las mantas sobre mí.

Mi cuerpo aún estaba cansado, pero ya no sentía la presión de la pelea.

Parpadeé un par de veces, mi visión enfocándose lentamente.

Reconocí el techo.

Estaba en la posada.

Solté un suspiro y me pasé una mano por la cara.

El sueño… no, la visión.

¿Qué demonios había sido eso?

Antes de poder procesarlo, una voz familiar me sacó de mis pensamientos.

—Vaya, pensé que dormirías dos días enteros esta vez.

Me giré hacia el origen de la voz y vi a Sigrún, sentada en una silla cerca de la ventana.

Su expresión era neutral, pero sus ojos tenían un matiz distinto.

Preocupación.

Por mí.

—Cuánto tiempo dormí —pregunté, mi voz aún algo ronca.

—Un día entero —respondió—. Aksel e Ingrid te trajeron aquí. Dicen que después de la pelea simplemente te desplomaste.

Asentí, recordando el cansancio extremo que me golpeó tras la pelea con Lambert.

Intenté incorporarme, pero un dolor punzante recorrió mis músculos.

Sigrún chasqueó la lengua.

—Eres un idiota.

Sonreí de lado.

—Tú también me extrañaste, ¿eh?

Ella entrecerró los ojos.

—¿Sabes cuántas veces me ha tocado traerte de vuelta en un estado lamentable?

—Supongo que muchas.

—Demasiadas.

Por un momento, el silencio nos envolvió.

Ella desvió la mirada, como si no quisiera decir lo que venía después.

—Pensé que esta vez… no volverías.

Me congelé un instante.

Sigrún nunca decía cosas así.

Pero esta vez su voz tenía un matiz genuino.

Me enderecé, ignorando el dolor en mis músculos, y la miré fijamente.

—Te prometí que siempre volvería.

—Lo sé —susurró—. Pero ¿y si un día no puedes cumplir esa promesa?

Me quedé en silencio.

Era una posibilidad real.

Pero no podía permitirme fallarle.

Me incliné un poco hacia adelante y, con la voz más firme que pude, le dije:

—No importa lo que pase. Siempre volveré.

Ella me sostuvo la mirada por unos segundos.

Luego, soltó un suspiro.

—Más te vale, idiota.

Me reí bajo.

—Sí, sí.

El ambiente se relajó un poco.

Pero entonces recordé algo.

Skadi.

Me vino la imagen de su rostro tras la batalla.

Ella estaba mal.

No podía dejarla sola.

Intenté levantarme, esta vez con más éxito.

Sigrún me miró con el ceño fruncido.

—¿A dónde crees que vas?

—Tengo algo que hacer.

—¿Vas a lanzarte a otro problema apenas te despiertas?

—No es un problema. Solo… necesito hablar con alguien.

Ella suspiró, resignada.

—Al menos intenta no volver sangrando esta vez.

Sonreí.

—Haré mi mejor esfuerzo.

La brisa nocturna era fría contra mi piel mientras caminaba por las calles.

Esta vez no iba como Fenrir.

Esta vez era Ulfarr.

Mientras avanzaba, escuché pasos detrás de mí.

No necesité girarme para saber quién era.

—Mira nada más, el muerto se levantó de la tumba.

Aksel.

Me giré y lo vi caminando hacia mí con una leve sonrisa burlona.

—Te ves como si un caballo te hubiera pateado la cara.

—Gracias —respondí—. Tú también te ves hecho mierda.

Él soltó una carcajada y se señaló el vendaje en el torso.

—Sí, bueno… el que pierde un brazo se lleva la peor parte, ¿no?

No dije nada.

Sabíamos de quién hablábamos.

Caminamos en silencio un momento, hasta que él rompió el hielo.

—¿Vas a ver a Skadi?

—Sí.

—Bien.

No añadió más, pero su tono lo decía todo.

Ella te necesita.

Seguimos caminando un poco más hasta que nuestras rutas se dividieron.

Antes de que me alejara, Aksel habló una última vez.

—Ey.

Me giré.

—¿Qué?

Me miró fijamente y, por primera vez, su expresión no tenía rastro de burla.

—Hiciste bien.

No necesitaba que lo dijera.

Pero aún así…

—Gracias —respondí.

Él asintió y siguió su camino.

Y yo, el mío.

Hacia Skadi.