El viento soplaba con un susurro apagado sobre los restos de la Cámara Prohibida. La oscuridad ya no rugía como una tormenta, pero un eco helado aún vibraba en el aire, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración.
Ryuu permanecía de pie, con la vista fija en el espacio donde desapareció la Hikari Oscura.
Orion.
Ese nombre pesaba como una montaña sobre su pecho. No solo por lo que significaba para Hikari, sino por lo que evocaba dentro de sí.
—¿Por qué lo mencionó como si… viniera por mí? —murmuró.
Hikari no respondió de inmediato. Se volvió hacia las ruinas del altar central y extendió su mano. Un círculo de luz se activó bajo sus pies, revelando una plataforma celestial cubierta de inscripciones antiguas que brillaban en un tono plateado.
—No fue una amenaza vacía —dijo al fin—. Orion fue el primero en recibir la bendición de la Tierra. Antes que tú. Antes que cualquier otro. Su alma era tan fuerte que superó los límites de lo humano… y por eso cayó.
Ryuu la observó en silencio. El corazón le latía con fuerza.
Hikari se giró hacia él, sus ojos dorados brillando con una tristeza contenida.
—Te llevaré a un lugar donde nadie más ha entrado. Allí verás con tus propios ojos lo que él fue… y lo que podría ser tu destino si no eliges con sabiduría.
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[Santuario de Memorias Celestiales – Oculto en el cielo del plano astral]
El espacio parecía suspendido entre la realidad y el sueño. Flotaban sobre una extensión infinita de cielo estrellado. No había suelo, solo plataformas circulares que brillaban con luz líquida. A cada paso, Ryuu sentía como si caminara sobre constelaciones.
Al fondo, una gran puerta de cristal flotaba entre dos pilares flotantes. Un halo de energía giraba sobre ella, susurrando palabras antiguas en un idioma que no conocía… pero que, de algún modo, entendía.
—¿Qué es este lugar? —preguntó.
Hikari caminó a su lado, su expresión grave.
—Aquí se almacenan los ecos de los elegidos. Las decisiones que marcaron sus almas. Y las que los destruyeron.
La puerta se abrió sin que nadie la tocara. Un torrente de luz envolvió a ambos y los absorbió en un remolino de recuerdos.
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[Memoria – 3,000 años atrás]
El mundo era diferente. No había edificios. Solo un bosque sagrado que respiraba magia. En medio de un claro, un joven de cabello plateado y ojos azul oscuro meditaba, rodeado por cinco esferas flotantes de energía.
—¿Ese es… Orion? —susurró Ryuu.
El joven era sereno. Su presencia irradiaba sabiduría y poder. Pero sus ojos… sus ojos estaban vacíos.
Entonces apareció una versión más joven de Hikari. Más alegre, más viva. Corrió hacia él con una flor de luz en la mano.
—¡Orion! ¡Lo logré! Creé una nueva forma de curar usando solo luz natural. ¿Quieres probarlo?
Él sonrió, apenas. La miró con ternura… pero también con algo más. Algo oscuro, como una despedida.
—Eres el alma más pura de este mundo, Hikari… pero este mundo ya no puede salvarse.
El recuerdo cambió.
Una torre ardía. Gritos. Un ejército entero se postraba ante Orion, ahora con alas negras y ojos dorados como el sol.
—¡Por orden de Orion, el Portador del Juicio, iniciamos la limpieza de la corrupción celestial!
Y Hikari… lloraba. Sola. Arrodillada entre cuerpos. Sus manos temblaban.
—¡Orion! ¡Esto no es lo que queríamos!
—Esto es lo que el mundo necesita —respondió él—. La paz no se consigue sin sacrificio.
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[Fin del Recuerdo]
Ryuu cayó de rodillas cuando la visión terminó. El aire le faltaba. La imagen de Hikari llorando entre ruinas lo partía por dentro.
—Él… estaba convencido de que hacía lo correcto.
—Y por eso fue el más peligroso de todos —dijo Hikari con amargura—. Porque su amor por el mundo lo llevó a destruirlo.
Ella se agachó a su lado, tocándole el rostro con dulzura.
—Ryuu… por eso necesito que nunca pierdas tu centro. Ni por mí. Ni por tu poder. Ni siquiera por tu misión.
Ryuu la miró… y entonces hizo algo que sorprendió a ambos.
La besó.
No un beso rápido. Fue intenso. Cargado de emociones. Un grito mudo desde lo más profundo de su alma.
Cuando se separaron, Hikari tenía los ojos abiertos de par en par.
—¿Por qué…?
—Porque yo no quiero convertirme en Orion —dijo él con voz baja—. Y tú eres la única que puede recordarme quién soy… incluso cuando yo lo olvide.
Hikari cerró los ojos. Una lágrima cayó, pero esta vez era cálida. No de tristeza… sino de esperanza.
—Entonces juro que nunca te abandonaré.
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[Al salir del Santuario]
El cielo sobre ellos se tornó rojo por un instante.
Una grieta se abrió en el plano, visible desde cualquier lugar del continente.
Y desde el otro lado… una figura descendía lentamente, envuelta en llamas negras. Una armadura viva cubría su cuerpo. En su pecho, un símbolo arcaico brillaba como un ojo abierto.
Orion había regresado.
Pero no como un humano.
Sino como algo más.
Una voz antigua resonó en la mente de todos los seres con consciencia:
> —El equilibrio ha sido roto.
—El Portador Caído ha despertado.
—Y esta vez…
No habrá misericordia.
Ryuu apretó los puños.
—Que venga. Esta vez, yo también tengo algo que proteger.
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Continuará…
Próximo capítulo: Capítulo 30 – El Amanecer del Fin