Donde la Mantís había sucumbido en segundos, Ren permaneció consciente.
Su propia espora, la bestia más débil del mundo, pulsaba con luz, como si estuviera... luchando.
Cada esfuerzo era agonía.
Se impulsó hacia arriba, sus dedos encontrando el borde del agujero justo cuando sus rodillas amenazaban con ceder. La luz lo cegó momentáneamente mientras salía arrastrándose del túnel.
No era el exterior.
Emergió en una pequeña cueva natural, cuyas paredes estaban cubiertas de cristales bioluminiscentes que bañaban todo en una etérea y espectral luz azul.
Pero apenas podía apreciar la belleza de la cámara, los hongos ancestrales seguían extendiéndose, consumiendo su energía vital.
—Por favor... —susurró, su visión se nublaba—. No quiero morir aquí...
Su espora luchaba valientemente, sus propios hongos creaban barreras contra la infección amarilla, pero estaba perdiendo la batalla. Ren podía sentir cómo su conciencia se desvanecía, su cuerpo se enfriaba por segundos.
Fue entonces cuando lo vio.
En el centro de la cueva, bañada en luz de cristal, crecía una planta que parecía... le recordaba a la de los cuentos de su padre.
—La planta... —murmuró, arrastrándose hacia ella mientras los hongos amarillos continuaban su avance—. La que ayudó a Madre...
Sus dedos rozaron el tallo luminoso justo cuando la oscuridad comenzaba a reclamar los bordes de su visión.
Con manos temblorosas, Ren arrancó la planta brillante. Los hongos amarillos seguían expandiéndose por su cuerpo, pero algo en su mente, algo más profundo que el pensamiento consciente, le decía que esto era importante.
Esta planta era...
Aunque no lo entendía completamente.
Su padre había encontrado una como ella, hace casi 12 años, en otro túnel. La medicina milagrosa que había permitido que su madre concibiera.
Pero esta era diferente, donde la planta de su padre había sido firme y robusta, esta era delicada y etérea.
Esta era la femenina, su padre había encontrado la masculina.
Con los hongos ancestrales consumiendo su última fuerza, Ren llevó la planta a sus labios. El sabor era como luz líquida, como recordar un sueño.
Y entonces lo sintió, una profunda resonancia con algo ya existente en su cuerpo, genes dormidos heredados de su madre, el eco de la otra mitad de la medicina que había hecho posible su existencia.
Las dos mitades de una medicina antigua, separadas por años y túneles, finalmente se reunieron en su sangre.
El efecto fue instantáneo.
Una luz blanca pura emanaba de su piel, tan intensa que los hongos amarillos retrocedieron, marchitándose y cayendo como ceniza.
Su espora, esa criatura supuestamente inútil, comenzó a pulsar con un nuevo ritmo, perfectamente sincronizado con la energía que ahora fluía por sus venas.
Para cualquier observador, la espora habría parecido exactamente igual, pequeña, aparentemente débil. Pero Ren podía sentir que algo había cambiado fundamentalmente dentro de él.
Como si hubiera evolucionado a una variante completamente nueva, una que nadie había visto antes.
Lo que Ren no sabía, lo que no podía saber, era que acababa de completar una receta antigua, una medicina que requería tres ingredientes específicos: la planta macho, la planta hembra y algo único, un anfitrión nacido con la primera mitad de la fórmula.
Él mismo era la llave que faltaba.
Los hongos en su cabello volvieron a su color habitual, dando la impresión de que nada había cambiado. Pero en las profundidades de su ser, un poder dormido acababa de despertar.
Un poder que cambiaría todo.
♢♢♢♢
El hambre lo despertó primero, un vacío voraz que hacía temblar sus manos mientras sacaba el pan con estofado de su mochila.
Comió desesperadamente, saboreando cada bocado como si fuera la primera comida que había probado.
Los hongos en su cabello brillaban con una luz más fuerte que antes, iluminando los cristales de la cueva con sombras danzantes. Ren lo notó, pero había sobrevivido demasiados horrores esa noche como para preocuparse por un cambio tan pequeño.
Mientras masticaba el último pedazo de pan, la realidad de lo que había hecho comenzó a golpearlo.
Había estado a segundos de la muerte, varias veces.
Si los Sapos Luna lo hubieran atrapado... si la Excavadora lo hubiera encontrado... si la Mantís... si las esporas...
Sus padres. ¿Qué habría sido de ellos si él...?
—Debería volver —murmuró, con la culpa pesando más que el agotamiento—. Esto fue una locura. Yo...
—Vuelve.
La voz era tan suave al principio que pensó que era su propia mente. Pero había algo diferente en ella, algo antiguo y sabio que resonaba profundamente en su ser.
Y entonces comenzó.
Como si alguien hubiera abierto una compuerta en su mente, el conocimiento comenzó a fluir.
Vio su espora, no como la criatura débil que todos despreciaban, sino como algo con potencial infinito. Entendió, con claridad cristalina, cada paso necesario para su cultivo:
La manera exacta de alimentarla con diferentes tipos de hongos. La cultivación precisa para fortalecer el vínculo. La secuencia correcta de evoluciones. Las bifurcaciones en su camino hacia el poder.
Pero no se detuvo ahí.
La Mantis Espejo, vio cómo se formaban sus placas, cómo canalizaba la luz y el mana, los puntos débiles en su exoesqueleto donde siempre comenzaban las grietas. Su ciclo de vida…
Los Excavadores Nocturnos, la manera en que construían sus túneles, los patrones que seguían, cómo conservaban energía durante tiempos de escasez…
Los Sapos Luna, el mecanismo detrás de sus ojos hipnóticos, la composición exacta de su ácido, los rituales de apareamiento que determinaban sus patrones de caza…
La ecología y biología de las criaturas que había encontrado ahora le eran claras.
Era como si pudiera ver los hilos invisibles que conectaban todas las criaturas, entender sus naturalezas más íntimas, sus fortalezas, sus debilidades, sus secretos.
—¿Qué... qué es esto? —susurró, abrumado por la avalancha de información.
Los hongos en su cabello palpitaban suavemente, y por primera vez desde que obtuvo su espora, Ren sintió que podía ver el camino delante de él.
No solo el suyo.
Los caminos de todas las criaturas.