La noche cayó sin hacer ruido. Afuera, las luces de la calle titilaban con indiferencia, y en el interior de su habitación, Jim observaba el reflejo de la pantalla en sus ojos oscuros. El cursor parpadeaba sobre el botón de conexión.
No había prisa. Nunca la había.
Con un clic, el juego se abrió, y los sonidos familiares llenaron el silencio de su cuarto. Jim exhaló lentamente. Ahí estaba: la interfaz, la sala de espera, los nombres conocidos flotando en la pantalla. Un espacio donde no tenía que ser más de lo que ya era.
El chat de equipo se iluminó.
Tsubasa: ¡Oceano! Justo a tiempo.
Jim apoyó el codo en la mesa, leyendo el mensaje sin emoción aparente. Podía imaginar la voz animada de Emma. Sus mensajes siempre llevaban algo de esa energía que él no terminaba de entender.
OceanS: Aquí estoy.
Tsubasa: Juguemos. Tengo un buen presentimiento.
Él alzó una ceja. ¿"Buen presentimiento"? No existía tal cosa. En un juego como este, todo dependía de estrategia, reflejos y un poco de suerte. Pero Emma siempre hablaba como si cada partida fuera algo más, como si detrás de cada enfrentamiento hubiera una historia esperando a ser contada.
Entraron a la partida, y los primeros minutos transcurrieron como siempre: decisiones rápidas, ataques bien coordinados, estrategias que fluían entre ellos sin necesidad de muchas palabras. Jim tenía que admitirlo, Emma sabía jugar. No era la mejor, pero tenía una intuición que a veces lo sorprendía.
La partida iba bien hasta que, en un momento de calma, Emma escribió en el chat de equipo:
Tsubasa: ¿Sabes? A veces pienso que los juegos en línea son como pequeñas versiones de la vida real. Cada persona que aparece, cada partida que juegas, es una historia breve, un cruce de caminos que dura lo que dure el juego.
Jim dejó de moverse por un segundo.
OceanS: No es tan profundo. Es solo un juego.
Emma tardó en responder.
Tsubasa: Para ti, tal vez. Para mí, es una forma de conocer gente.
OceanS: ¿Para qué? Al final todos desaparecen.
Ahí estaba. Directo, sin rodeos.
Jim no solía preocuparse por suavizar sus palabras. Si alguien quería escucharlo, bien; si no, también. Pero Emma no se quedó en silencio ni cambió de tema.
Tsubasa: No todos. Algunos se quedan.
Jim sintió que sus dedos vacilaron sobre el teclado.
OceanS: ¿Y qué importa si se quedan o no? Igual, con el tiempo, todo se desgasta.
Emma respondió al instante.
Tsubasa: Tal vez. Pero hay cosas que valen la pena, aunque no duren para siempre.
El chat quedó en pausa por un momento.
Jim volvió la vista a la pantalla, pero su mente estaba en otro lado. No es que no hubiera pensado en eso antes. Simplemente, nunca le había parecido algo que valiera la pena discutir. La vida era lo que era: un ciclo repetitivo donde las cosas comenzaban y terminaban sin razón aparente.
Pero Emma... ella no lo veía así.
Después de un largo silencio, Emma decidió dar el paso. Había algo en OceanS que le decía que había algo más detrás de sus palabras, algo que no estaba dispuesto a mostrar de inmediato. No le iba a presionar. Sin embargo, la sensación de conexión era palpable. De repente, activó el chat de voz, sin previo aviso, casi como si lo hiciera para aliviar un momento de tensión.
—¿Oceano? —su voz apareció de forma abrupta a través de los auriculares, como una pequeña chispa que encendía el aire en el espacio virtual. Al principio, no hubo respuesta.
Jim se quedó quieto frente a la pantalla, mirando el pequeño icono de su avatar, parpadeando junto al nombre de Emma(Tsubasa). Unos segundos de duda, como si estuviera calculando las palabras, hasta que finalmente se oyó su voz, algo vacilante.
—Eh… ¿sí?
—Solo pensaba que… no sé, a veces hablar hace que todo sea un poco menos… pesado. —Emma sonó casi como si estuviera hablando consigo misma, como si la idea de hablarle a alguien le sacara un poco el nudo que sentía en su pecho.
Jim no respondió de inmediato. Emma lo sabía, podía imaginar la forma en que él se quedaba callado, dándole vueltas a las cosas en su cabeza, buscando una forma de decir lo mínimo sin parecer descortés. Decidió seguir hablando, como si fuera una conversación normal.
—Mira,creo que no te gusta hablar de… todo, pero hay veces en que simplemente decir algo sin pensar demasiado alivia. Yo también suelo callarme cosas… no es como si estuviera pidiendo una terapia o algo así, solo… solo es que tal vez esto no sea tan malo.
Jim resopló, no por desdén, sino como una forma de liberar la tensión.
—¿Y qué te hace pensar que quiero hablar sobre eso?, simplemente dije lo que pienso. —su voz sonó un poco más áspera, como si no pudiera evitar el toque de su carácter más defensivo.
—Porque no siempre se trata de lo que quieres o no. A veces solo sucede. —Emma lo dijo con una calma extraña, como si hubiera dicho algo que, aunque no tuviera respuestas, al menos tenía sentido para ella.
Jim se quedó en silencio, pero esta vez no era por falta de ganas de hablar. Algo en la suavidad de sus palabras lo hizo sentir una ligera incomodidad. Nadie le había hablado así en mucho tiempo, nadie había intentado comprenderlo sin buscar resolver sus problemas. No estaba acostumbrado a eso.
Pasaron unos minutos, el sonido constante del juego de fondo casi como una cortina que cubría su mente. Emma no presionó más. Por alguna razón, no necesitaba obtener una respuesta clara de él. Se sentía bien haberlo dicho. No todo tenía que tener un propósito o un resultado inmediato.
Finalmente, Jim habló, su voz ahora un poco más relajada:
—No lo sé. No soy muy bueno en esto de hablar de mí mismo. Solo… me siento cansado, supongo. Pero no es como si esperara que lo entendieras.
—No tienes que decirme nada que no quieras. Solo, si alguna vez necesitas hablar, no soy de las que se ríen de esas cosas. —Emma trató de sonar casual, como si no fuera nada importante. Pero Jim percibió algo en sus palabras, una autenticidad que rara vez encontraba.
El silencio volvió a llenar el espacio. Jim estaba pensando en lo que acababa de decir, en lo que Emma había dicho. No era la típica conversación vacía que solía tener con otros. La intensidad era mínima, pero aún así, estaba ahí, flotando entre ellos.
—Bueno, supongo que está bien. Hablar no es lo peor del mundo, aunque… no tengo muchas ganas de hacerlo ahora. —Jim murmuró, casi como si estuviera hablando consigo mismo más que con Emma.
—Está bien. No pasa nada. —Emma respondió con una sonrisa que no podía ver, pero que, sin embargo, parecía llenar el aire de una manera ligera y cálida.
Unos segundos después, sin pensarlo mucho, Emma añadió:
—Si algún día quieres hablar de algo más, o si, no sé, quieres jugar algo más fuera de este juego, puedes buscarme por Discord. Solo por si alguna vez te apetece hablar o jugar algo diferente.
Jim tardó unos segundos en procesarlo. Emma no le estaba presionando para nada, simplemente lo dejaba caer como algo casual, como si la opción de hablar fuera solo una extensión natural de su conexión en el juego.
—De acuerdo. —Jim no añadió más, pero su tono no sonaba indiferente. Era una aceptación, aunque silenciosa.
Emma no esperó mucho más. Sin embargo, antes de desconectarse, le envío su ID de Discord por mensaje privado dentro del juego.
—Nos vemos, Oceano, Cuídate. —Y con eso, apagó el micrófono y salió del chat.
Jim se desconectó, se quedó mirando su reflejo en la pantalla apagada. Se pasó una mano por el cabello y dejó escapar un suspiro.
Unos minutos después, el sonido de una notificación la sacó de su concentración. Era Jim. Había enviado una solicitud de amistad por Discord, Emma acepto agregándolo a su lista de amigos. Emma miró la pantalla por unos segundos y, sin pensarlo, le envío un simple "Hola👋", acompañando el mensaje con una sonrisa de satisfacción. Quizá no fuera mucho, pero para ella era un gran paso.
Jim nunca entendería completamente lo que eso significaba para ella. Y tal vez eso estaba bien.
Al otro lado de la ciudad, Emma cerró su computadora con una sonrisa pequeña. Completando así otro buen día.