—Alguna ciudad de México—
La noche dominaba el cielo, oscura y sin luna, solo las nubes pesadas quedaban como vestigio de la lluvia que había azotado la ciudad hace poco. El pavimento aún estaba húmedo, reflejando el tenue resplandor de los faroles de alumbrado público. El aire tenía ese característico aroma a tierra mojada, pero en las calles solitarias, la frescura de la lluvia no disipaba el peso de la inseguridad.
(Jadeo, jadeo...)
Un joven corría por las calles apenas iluminadas, su respiración agitada rompía el silencio de la noche. Sus zapatillas resbalaban sobre el asfalto mojado, y cada paso era un esfuerzo titánico para no caer. El frío se filtraba en su piel, pero la adrenalina lo mantenía en movimiento.
Detrás de él, el rugido de un motor se hacía cada vez más fuerte. Una motocicleta lo seguía de cerca, su escape modificado bramaba en la quietud nocturna. Sobre ella, dos siluetas lo acechaban como depredadores que ya habían elegido a su presa.
No era raro que pasaran cosas así en esa parte de la ciudad. No en un país como este.
El joven corrió con todas sus fuerzas, pero sus piernas flaqueaban. Nunca había tenido buena resistencia física, y ya era un milagro que hubiera podido correr tanto sin detenerse. Sus pulmones ardían, su pecho subía y bajaba descontroladamente, su corazón latía como si estuviera a punto de explotar.
La moto lo alcanzó en un instante. Se deslizó frente a él y frenó en seco con un chirrido agudo de llanta sobre el asfalto mojado. Antes de que pudiera reaccionar, la figura en la parte trasera descendió con rapidez y sacó un arma, apuntándole directamente a la frente.
—Cámara. Ya te la sabes. Dame tu celular, cartera y todo lo que tengas si no quieres quedar aquí.
El cañón frío del arma se pegó contra su piel. El joven alzó las manos, tratando de calmar al asaltante.
—Tranquilo, carnal. Tranq...—
¡THUMP!
No terminó la frase. Un golpe seco con el mango del arma impactó contra su sien. Su mundo se tambaleó. La vista se le nubló y cayó al suelo. El dolor le punzaba en la cabeza, y por un momento, todo se volvió un torbellino de sombras y luces distantes.
El ladrón se movió con rapidez, le arrebató el celular y la cartera. Pero cuando intentó tomar la mochila que llevaba en la espalda, el joven reaccionó. No podía dejar que se la llevaran.
El celular, la cartera... que se los llevaran. Pero la mochila, no.
Ahí estaban las medicinas de su madre. Sin ellas, ella... ella moriría. Era lo único que le quedaba en el mundo. Lo único que aún no le habían arrebatado.
El asaltante frunció el ceño al notar la resistencia del joven. Si se aferraba con tanta desesperación a la mochila, debía haber algo valioso dentro. Su instinto le gritó que no la soltara, y ambos terminaron forcejeando, cada uno sujetando un extremo con un agarre de hierro.
¡Uuuuh, uuuuh!
Una sirena sonó en la distancia.
El joven sintió una chispa de esperanza. En este país, donde la policía siempre llegaba tarde, por una vez en su vida habían llegado justo a tiempo.
El ladrón, alterado, tiró con más fuerza. Pero el joven no cedió. Entonces, el asaltante tomó una decisión.
¡BANG!
El estruendo del disparo rompió el silencio de la noche.
El joven sintió un ardor punzante en el pecho.
Todo se volvió confuso. El dolor, el frío del suelo mojado, la sangre caliente escurriendo de su herida. Su respiración se volvió errática.
El mundo se apagaba.
Las luces de la calle se desdibujaban en su visión borrosa, y los sonidos parecían alejarse, como si estuviera hundiéndose en el agua.
Su agarre se aflojó, y la mochila se deslizó de sus manos. El ladrón la tomó sin titubear y corrió de vuelta a la moto. Su compañero arrancó antes de que él terminara de subir, y la motocicleta desapareció entre la oscuridad.
El joven los vio alejarse... pero algo más se acercaba.
Luces rojas y azules.
Demasiado tarde.
Su cuerpo se sentía pesado. Cada segundo que pasaba, la vida se le escapaba un poco más. Sabía que no sobreviviría. Y sin él, su madre tampoco.
Mientras su visión se oscurecía, los recuerdos comenzaron a desfilar por su mente.
Su padre... Un alcohólico adicto a las apuestas que los abandonó llevándose todo el dinero que su madre había ahorrado con años de trabajo en las fábricas. Su madre... Enfermó por los químicos que respiraba todos los días, y cuando descubrieron su enfermedad, la echaron sin pensarlo dos veces.
Su hermano menor... Aquel niño que había muerto en medio de una pelea de pandillas mientras solo iba a comprar tortillas para la comida.
La escuela que tuvo que abandonar cuando estaba a punto de graduarse para trabajar y pagar las medicinas de su madre.
La injusticia de todo.
La delincuencia le arrebató a su hermano. Luego a su madre.
Y ahora... a él.
Y entonces...El odio lo invadió.
Odiaba a los que, como esos dos malnacidos, le arrebataron a su hermano en un asalto.
Despreciaba a los jefes de su madre, que la desecharon como basura cuando enfermó.
Detestaba a los políticos y empresarios de mierda que vivían sin preocuparse por los que sufrían en las calles.
Aborrecía a los que, como esos ladrones, le habían quitado lo poco que le quedaba.
Odiaba este mundo.
Odiaba... su propia debilidad.
Mientras su visión se nublaba, una idea desesperada cruzó su mente.
"Si tuviera otra oportunidad... no volvería a ser una víctima."