Capitulo 1: CRUZANDO EL UMBRAL

En un oscuro vacío, donde no existía la más mínima luz, una figura flotaba. Era un joven.

Sus ojos estaban cerrados, su rostro reflejaba una tranquilidad absoluta. No había odio, miedo ni preocupaciones, solo una profunda paz. Flotaba sin rumbo en aquel abismo insondable, hasta que, de repente, sus párpados temblaron. Poco a poco, sus ojos comenzaron a abrirse.

—¿Estoy… muerto? —murmuró con voz apagada.

Un vago recuerdo atravesó su mente: un disparo, el estruendo de un arma, y una sombra sosteniendo el gatillo.

—Supongo que sí… Solo recuerdo a ese bastardo apretando el gatillo…

Miró a su alrededor, o al menos intentó hacerlo. No había nada, solo un vacío sin fin.

—¿Dónde estoy? ¿El cielo? ¿El infierno?

Nunca había creído en un dios, un paraíso o una condena eterna, a pesar de que esas ideas estaban profundamente arraigadas en su país. Para él, la muerte era simplemente eso: el fin. No importaba si alguien era bueno o malvado, si dañaba por placer o por obligación… el final era el mismo para todos. La muerte.

Siempre pensó que el concepto del cielo y el infierno no era más que una herramienta de control. "Obedece y serás recompensado. Rebélate y serás castigado." Ese era el principio básico detrás de todas las religiones que conocía.

Pero ahora, en lugar de desaparecer en la nada, flotaba en este abismo interminable.

Su consciencia comenzó a desvanecerse de nuevo, y sin poder evitarlo, cerró los ojos.

 

El tiempo pasó. ¿Horas? ¿Días? ¿Años? No lo sabía. Su percepción del tiempo era borrosa, fragmentada. A veces recobraba el sentido por unos instantes, solo para sumirse nuevamente en la oscuridad

Pero en una de esas ocasiones, algo cambió.

No podía abrir los ojos, pero una intensa luz se filtraba a través de sus párpados cerrados. Sintió una fuerza que lo atraía hacia ella, como si su cuerpo, o lo que quedara de él, estuviera siendo arrastrado.

El calor comenzó a envolverlo, desplazando el frío al que se había acostumbrado.

De repente, la luz desapareció, reemplazada por una sensación húmeda y una serie de estímulos que golpearon su cuerpo dormido.

Primero fue el tacto: una brisa helada rozando su piel, la sensación de algún liquido empapando su pecho y abdomen, y un dolor sordo que, aunque presente, disminuía con el tiempo.

Luego, llegó el sonido: el silbido del viento cortando el aire a gran velocidad, seguido de explosiones lejanas que generaban potentes ráfagas.

Y entonces, una voz.

—*No podemos seguir así por mucho más tiempo, necesitamos perderlos* —exclamó un hombre, con un tono urgente.(** significa idioma desconocido)

—*Lo sé, Derek, pero si recibo otro ataque… el bebé morirá definitivamente. Ya no me queda más Qi sanguíneo para protegerlo….* —respondió una mujer, corriendo junto a él. Su voz estaba teñida de angustia y fatiga.

—*Esos malditos… sí que saben elegir el momento perfecto para atacar*—gruñó Derek entre dientes.

—*No importa. Incluso si lo hubiéramos sabido de antemano… aún así le habríamos transmitido nuestro Qi sanguíneo. Después de todo, es nuestro querido bebé*—la mujer esbozó una sonrisa dulce mientras miraba al pequeño envuelto en sus brazos.

Las sombras de cuatro figuras los perseguían entre los árboles. La luna llena colgaba en el cielo, su luz bañando el denso bosque por el que huían. A lo lejos, la silueta de una ciudad amurallada se perfilaba contra el horizonte, sus tenues luces parpadeaban en la distancia.

Derek apretó los dientes.

—*No tenemos opción. Tenemos que ocultarlo, Adhara. La ciudad está cerca, Adelántate. Yo los distraeré… aún tengo suficiente energía para un último ataque*.

Adhara vaciló un instante, pero luego asintió.

—*Ten cuidado, por favor*—le pidió, con la voz cargada de preocupación.

Derek se detuvo en seco y giró sobre sus talones para enfrentar a sus perseguidores.

GRRRAAAHHH.

Un rugido inhumano sacudió el bosque mientras su cuerpo se expandía hasta alcanzar los 12 metros de altura. Su forma humana desapareció, reemplazada por la imponente figura de una bestia.

Los cuatro enemigos se detuvieron de golpe al verlo.

—*Tú, persíguela. Está débil tras dar a luz y gastó su último Qi sanguíneo en curar sus heridas. Apenas debe tener una cuarta parte de su fuerza normal*—ordenó el líder del grupo.

Cuando estaba por separarse del grupo el líder lo detuvo.

—*Recuerda. No importa el costo. Tienes que recuperar el Crisol Soberano*-.

La criatura que antes era Derek gruñó al ver que uno de los perseguidores se separaba para seguir a Adhara. Intentó moverse para interceptarlo, pero los otros tres lo bloquearon.

—*Oh, no tan rápido*—se burló uno de ellos.

—*Sigue siendo uno de los guardianes, así que no se contengan. Acabemos con esto*—ordenó el líder.

Sin perder más tiempo, la batalla comenzó.

A lo lejos, Adhara escuchó los rugidos y los impactos de la lucha. Pero no podía detenerse. Si la atrapaban, no solo recuperarían el Crisol Soberano, sino que su bebé también estaría en peligro.

La silueta de la muralla de piedra se alzaba ante ella. La ciudad no era tan grande, pero era su única oportunidad.

Apretó los dientes y saltó, cruzando la barrera sin esfuerzo. Cayó al otro lado y siguió corriendo sin mirar atrás.

Sin embargo, su perseguidor la imitó y continuó la caza.

Adhara corrió por las calles, doblando esquinas y zigzagueando entre los edificios en un intento desesperado por perderlo. El sonido de sus pisadas resonaba entre las paredes de piedra y madera, mezclándose con la lluvia que comenzaba a caer.

Finalmente, logró despistarlo… pero sabía que no sería por mucho tiempo.

Llegó a un parque. Sus pulmones ardían, su cuerpo temblaba de agotamiento, pero se obligó a moverse. Con manos temblorosas, ocultó al bebé dentro de uno de los juegos infantiles, envolviéndolo en su capa.

—Resiste un poco más… —susurró.

El pequeño no lloró.

Adhara se alejó corriendo.

No llegó muy lejos.

Una sombra cayó frente a ella con un estruendo.

El impacto sacudió el suelo, levantando una ráfaga de viento que azotó su rostro y despeinó su cabello empapado.

El hombre se alzó ante ella, su silueta oscura iluminada solo por el parpadeo moribundo de los faroles de la calle.

—Vaya, vaya… Ya no tienes a dónde correr.

Su voz destilaba una satisfacción cruel.

Adhara se tensó.

—Entrégame el Crisol Soberano —continuó él—, y prometo que tu hijo no sufrirá. De lo contrario… cuando termine contigo, lo arrancaré de tu cadáver y luego lo buscaré personalmente.

Adhara sintió un escalofrío.

Su respiración se volvió errática, pero mantuvo la compostura.

—Crees que no sabemos lo que pretenden… No permitiré que pongan sus manos sobre mi hijo ni sobre el Crisol Soberano.

El hombre suspiró con fingida resignación.

—Bien. Si así lo quieres… Solo recuerda, fue tu necedad la que provocó la verdadera extinción de los tuyos.

Entonces ocurrió.

El aire se volvió pesado.

Su cuerpo comenzó a cambiar. Su piel se cubrió de escamas negras como la noche, desprendiendo un gas oscuro y denso que flotaba en el aire como un miasma vivo. Sus músculos se expandieron, su ropa se rasgó en jirones. Sus manos se convirtieron en garras negras como obsidiana, afiladas como navajas.

Sus ojos brillaron con un fulgor violeta, con pupilas rasgadas que lo hacían parecer una bestia de pesadilla.

De su espalda surgió una larga cola escamosa que se agitó con violencia, dejando marcas en el suelo.

Adhara también cambió.

Pero su transformación no fue tan brutal.

Su cuerpo no aumentó de tamaño ni se cubrió de escamas por completo. Solo sus manos se convirtieron en garras y sus ojos, antes azules, se tornaron ámbar con pupilas reptilianas.

Ella estaba débil.

Muy débil.

Pero aún podía pelear.

Sin dudarlo, deslizó una garra sobre su propio brazo.

Un corte limpio.

La sangre brotó y, antes de tocar el suelo, flotó como si tuviera vida propia.

Adhara alzó la mano.

El líquido carmesí se concentró, moldeándose hasta tomar la forma de una esbelta espada ropera.

El dragón oscuro no perdió el tiempo.

¡BOOM!

El suelo se partió bajo su peso cuando se lanzó hacia ella.

Adhara apenas reaccionó a tiempo.

Saltó hacia un lado, esquivando por poco la garra que amenazaba con destrozarle el cráneo. La ráfaga de aire la hizo tambalear, pero logró mantenerse en pie.

El perseguidor gruñó y la atacó de nuevo, lanzando un golpe descendente con toda su fuerza.

Adhara levantó su espada instintivamente.

¡CRACK!

El impacto la derribó, y su espada…

Su espada no soportó la fuerza del ataque.

Se quebró.

Adhara cayó de rodillas.

Cada músculo de su cuerpo gritaba de dolor.

No tenía energía. No podía ni siquiera cubrir su arma rota con su fuerza para fortalecerla.

El dragón oscuro se acercó, sus ojos brillando con diversión.

—Pensé que pelearías más —se burló—. Pero supongo que ya no eres nada sin tu energía.

Alzó una garra para acabar con ella de una vez por todas.

Pero entonces…

Adhara sonrió.

El perseguidor frunció el ceño.

—¿Qué—?

El dolor lo interrumpió.

Sintió un tirón dentro de su propio cuerpo.

La sangre brotó de un corte en su brazo… y, en lugar de caer al suelo, flotó en el aire, moviéndose con vida propia.

Se retorció, se dobló…

Y voló hacia Adhara.

Su piel pálida recuperó su color.

Su cuerpo dejó de temblar.

Su energía regresó.

Adhara se puso de pie.

El dragón oscuro retrocedió, mirándose el brazo con furia.

—¿Usaste… mi sangre?

Adhara flexionó los dedos, sintiendo la fuerza regresar a ellos.

—No puedo manipular la sangre dentro de ti…

Se inclinó hacia adelante en posición de ataque.

—Pero una vez que la derramas… ya no es tuya.

El dragón oscuro rugió y la embistió con rabia.

Esta vez, Adhara lo enfrentó de frente.

Sus garras chocaron con las suyas en una tormenta de chispas.

Pero ahora…

Ahora estaba lista para pelear.

El dragón oscuro retrocedió y envolvió su cuerpo en una capa de Qi sanguíneo. Sus músculos se tensaron aún más, su piel escamosa pareció endurecerse como una armadura viviente.

—Veamos cuánto más puedes resistir.

Se lanzó hacia ella con una velocidad explosiva.

Adhara apenas tuvo tiempo de alzar los brazos para bloquear. El impacto la hizo retroceder varios metros, sus garras rechinaron al raspar contra la calle empedrada.

Es más rápido. Más fuerte.

Pero no invencible.

Adhara usó el impulso de su retroceso para girar sobre sí misma y lanzar un tajo con sus garras.

Su ataque fue bloqueado por el brazo cubierto de energía del dragón, pero aun así dejó una marca en su escama endurecida.

Él gruñó y contraatacó.

Adhara esquivó por poco, su cuerpo todavía no estaba al cien por ciento, pero la recuperación con la sangre le daba ventaja.

El intercambio se intensificó.

Él atacaba con golpes brutales, reforzados por su Qi sanguíneo . Cada puñetazo dejaba grietas en el suelo, cada zarpazo creaba ondas de choque en el aire.

Adhara lo esquivaba con movimientos ágiles, usando el entorno a su favor.

Un salto sobre una banca. Un giro en el aire para evitar un barrido de su cola.

Cada vez que lograba hacerle un corte, absorbía un poco más de su sangre y se fortalecía.

Pero no era suficiente.

Su oponente se dio cuenta.

—Maldita—

Saltó hacia atrás y levantó una mano.

El Qi sanguíneo a su alrededor se intensificó.

Ahora sí…

Usará ataques de energía.

Adhara se preparó, su respiración entrecortada.

La verdadera batalla… apenas comenzaba.