El aire se volvió denso, cargado de una energía carmesí que giraba alrededor del dragón negro. Adhara lo percibió antes de verlo: una ola de presión avanzando hacia ella como una tormenta inminente.
¡BOOM!
El suelo se partió en grietas profundas cuando el dragón desató su primer ataque. Un proyectil de Qi sanguíneo cruzó el aire con una velocidad letal. Adhara saltó hacia un lado, pero la explosión la alcanzó parcialmente, y el calor la atravesó, quemándola con ferocidad. Apretó los dientes, rodó por el suelo y se incorporó al instante. No podía permitirse ni un respiro.
El dragón no le dio tregua.
Levanto ambas manos, y más esferas de energía brillaron alrededor de su cuerpo, pulsando con un resplandor carmesí antes de ser lanzadas a gran velocidad.
¡TUM! ¡TUM! ¡TUM!
Adhara zigzagueó entre los proyectiles, sintiendo el impacto de cada uno. Un instante de retraso, y uno la rozó en el costado, desgarrando su ropa y dejando una quemadura profunda. El dolor la recorrió con agudeza, pero no podía detenerse. No podía seguir evadiendo sin más.
Con un giro ágil, esquivó otro proyectil y se lanzó contra su enemigo. Los golpes que intercambiaron resonaron como un trueno. Él confiaba en su fuerza bruta, utilizando su Qi sanguíneo para potenciar su poder y defensa. Cada uno de sus golpes era como un alud.
Adhara apenas lograba resistir. Cada choque entumecía sus brazos, cada impacto la hacía perder el equilibrio. No tenía suficiente Qi para reforzar su espada ni igualar su fuerza. Necesitaba más.
Su mirada se fijó en los cortes que había causado en su enemigo. Sangre. Era poca, pero suficiente para ganar un breve respiro.
Absorbió la sangre derramada. Un ardor abrasador recorrió su cuerpo, y la sangre restauró parte de su resistencia. No sanaba por completo, pero su cuerpo respondió mejor. El dragón negro lo percibió y gruñó con desdén.
—Eres un parásito... —dijo, su voz vibrante de desprecio y creciente frustración.
Su pecho se infló, y Adhara reaccionó instintivamente. Saltó hacia atrás justo cuando una llamarada negra brotó de su boca. El fuego se dispersó en una nube tóxica que tocó el suelo. El gas oscuro lo envolvía todo.
Maldición. Si respiraba eso, estaría perdida.
Tapó su boca y nariz con el brazo. No podía quedarse quieta. Se impulsó hacia adelante, espada en mano, y golpeó con toda la fuerza que pudo reunir.
¡SWISH!
El filo, ahora fortalecido con el Qi sanguíneo, cortó el aire con un destello carmesí.
El dragón gruñó y cubrió su brazo con su energía defensiva, bloqueando el golpe. Sin embargo, Adhara sintió cómo su impacto lo hizo tambalear. Estaba funcionando. Pero él no era un enemigo fácil de derrotar.
Con una velocidad aterradora, giró y lanzó un golpe con su cola. Adhara apenas logró interponer su espada, pero la fuerza del golpe la lanzó contra una pared.
¡CRASH!
La estructura se desplomó tras ella. Su visión se nubló, pero no dejó que eso la detuviera. Se obligó a moverse, a reaccionar. El dragón negro ya estaba sobre ella.
—Te subestimé —gruñó, su voz llena de poder—. Pero aquí termina todo. La levantó del cuello, alzándola en el aire. Adhara forcejeó, sintiendo la presión en su garganta. Estaba perdiendo. No podía ganar así.
Pero entonces sintió el calor recorriéndole la piel. Su propia sangre... y la de él.
Apretó los dientes y absorbió cada gota que pudo. El calor creció en su interior, y el dragón negro lo notó. Intentó soltarla, pero ya era demasiado tarde.
Adhara extendió la mano y materializó su espada nuevamente, ahora reforzada con su Qi sanguíneo. Un destello carmesí iluminó el campo de batalla.
¡SHRACK!
La espada perforó su brazo, obligándolo a soltarla. Adhara cayó al suelo y giró rápidamente, aprovechando la apertura.
¡SLASH!
La hoja se hundió en su costado, atravesando su armadura de energía. Un rugido de agonía sacudió la ciudad. El veneno en el aire comenzó a disiparse.
Adhara tambaleó, su visión se tornó borrosa. Apenas podía mantenerse en pie. Había ganado... pero a duras penas.
El dragón negro cayó de rodillas, jadeando.
—Tch... —gruñó, con sangre escurriendo de su boca—. Así que... aún no estás acabada...
Su cuerpo se desplomó con un estruendo sordo.
Adhara cerró los ojos por un segundo. No podía descansar aún. El bebé seguía en peligro.
Adhara regresó tambaleante al parque, sus piernas apenas la sostenían. Se arrodilló ante el juego infantil y, con manos temblorosas pero cuidadosas, sacó al bebé envuelto en mantas.
Su corazón se encogió.
El bebé estaba pálido, con los ojos cerrados e inerte. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras la desesperación se apoderaba de ella. Pero cuando apoyó dos dedos en su pequeño cuello y sintió un pulso, débil pero presente, soltó el aire contenido en su pecho.
Sosteniéndolo con firmeza, se obligó a ponerse de pie. No podía quedarse allí. La pelea había causado demasiada conmoción y los humanos no tardarían en llegar.
Se adentró más en la ciudad hasta llegar a una zona rodeada por un muro de ocho metros. La parte interna.
La batalla había ocurrido en el anillo exterior, un lugar abandonado a su suerte, pero aquí... aquí todo era diferente.
Se acercó a un complejo de casas bien ubicadas. No eran ostentosas, pero su arquitectura refinada y el ambiente distinguido dejaban en claro que solo los adinerados podían permitirse vivir allí.
Apoyó el hombro contra un poste de luz, tratando de recuperar el aliento, cuando una voz la sacó de sus pensamientos.
—¿Se encuentra bien?
Adhara alzó la vista.
Era una mujer. Llevaba un elegante vestido de noche que abrazaba su figura curvilínea, resaltando una silueta de reloj de arena. El escote en V pronunciado y las mangas largas añadían un aire de sofisticación, mientras que la falda ceñida se abría en una ligera cola, lo que le permitía moverse con facilidad.
—Estoy bien —respondió Adhara con un tono seco, girándose hacia ella.
Pero la mujer se quedó helada al verla.
Cubierta de sangre de pies a cabeza, con cortes visibles y la mirada feroz de quien acababa de sobrevivir a un infierno... Adhara parecía salida de una pesadilla.
El miedo chispeó en los ojos de la desconocida, pero su expresión cambió al ver al bebé entre sus brazos. Estaba tan pálido, tan inmóvil...
—Soy médica, déjeme ayudar —dijo con urgencia, dando un paso al frente.
Adhara dudó.
Pero la expresión de la mujer no tenía rastro de malicia, solo genuina preocupación.
Finalmente, y con el corazón latiendo con fuerza, extendió al bebé.
La mujer lo tomó con cuidado y palpó su pequeño cuello.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios al notar el pulso.
—Richard, llama una ambulancia —ordenó con firmeza al hombre que había permanecido en silencio a su lado.
Pero cuando volvió la vista a Adhara...
Ella ya no estaba.
La sombra de su presencia aún flotaba en el aire, como un fantasma que se desvanecía en la noche.
—Ya viene la ambulancia, Liz. Una vez que se lleven al bebé, no deberíamos involucrarnos más —dijo Richard.
Vestía un traje sastre de un azul oscuro casi negro. La chaqueta, perfectamente ajustada, resaltaba su porte elegante. La camisa blanca contrastaba con la corbata de seda, cuyo patrón geométrico discreto añadía un toque de modernidad. Sus zapatos de cuero brillaban impecables bajo la tenue luz del alumbrado público.
—¿A qué te refieres? —preguntó Liz, frunciendo el ceño.
—Vamos, piénsalo. Ninguna persona normal habría sobrevivido a esas heridas ni habría podido caminar como si nada. Y viste cómo desapareció... simplemente se esfumó. Obviamente, no era alguien común. Este no es un asunto en el que deberíamos involucrarnos.
—Pero... —Liz vaciló, mirando al bebé en sus brazos.
—Liz, seguro era una de ellos. Una Energizer —insistió Richard, con un suspiro pesado.
Liz dejó escapar un suspiro de resignación y asintió lentamente.
Minutos después, la ambulancia llegó y se llevó al bebé.
Por la noche, Liz no pudo conciliar el sueño. No dejaba de pensar en ese pobre bebé y en aquella mujer. Una y otra vez, su mente regresaba a la misma pregunta:
—¿Qué pudo haber obligado a esa mujer a abandonarlo? —murmuró para sí misma, mirando el techo de su habitación. —Si realmente era una de esas personas, entonces debía de tener una gran fuerza y poder... pero algo debió haberla llevado al límite.
Liz era madre y, cuando miró a los ojos de aquella mujer, supo que no quería hacerlo. No había sido una decisión tomada a la ligera. No tenía otra opción.
A primera hora de la mañana, Liz se levantó, se vistió con rapidez y salió de su casa. Se metió en su auto y aceleró, con la mente fija en una sola dirección.
Encendió la radio y escuchó las noticias. En ellas, se anunciaba que en la zona exterior de la ciudad había ocurrido un enfrentamiento entre dos seres de gran poder: una mujer luchando contra lo que los testigos describieron como un monstruo.
Al escuchar eso, su corazón se aceleró. Era imposible que no estuviera relacionado. Apretó el volante y pisó el acelerador. Sabía que el bebé había sido trasladado a su hospital. Era el más cercano al lugar del conflicto y el mejor equipado para atender cualquier emergencia. Si la ambulancia había respondido al llamado, el niño estaría allí.
Tiempo después, Liz llegó frente al edificio. El "Hospital St. Magnus" se alzaba imponente entre los rascacielos de Crimson Peak. Era el hospital más prestigioso de la ciudad, reconocido por su infraestructura moderna y su equipo de especialistas altamente capacitados.
Al entrar por las puertas principales, una enfermera que pasaba la reconoció de inmediato.
—¡Buenos días, doctora Liz!— la saludó con una sonrisa.
—Buenos días, Claire —respondó Liz con un ademán de prisa. — Dime, el bebé que trajeron anoche, ¿está en neonatos?
La enfermera asintió con una expresión preocupada.
—Sí, lo llevaron directamente a cuidados intensivos. Estaba muy débil, pero logramos estabilizarlo.
Liz dejó escapar un suspiro de alivio y sin perder más tiempo, se dirigió al área de neonatología.
Richard, quien también trabajaba en el hospital y había sido recientemente ascendido a un puesto de alto mando, la alcanzó en el pasillo.
—Liz, ¿qué estás haciendo? —preguntó con el ceño fruncido. —No me digas que...
—Voy a ver al bebé.
Richard se pasó una mano por el cabello, frustrado.
—Liz, esto no nos incumbe.
—Tú viste a esa mujer anoche. Sabes que no lo hizo por gusto, la obligaron. Ese bebé necesita a alguien.
—Lo van a poner en el sistema —insistió Richard. —Encontrarán un lugar para él.
—Yo quiero ser ese lugar.
Hubo un largo silencio entre ambos. Richard sabía que cuando Liz se decidía por algo, era imposible hacerla cambiar de opinión. De todos modos, intentó razonar.
—No sabemos nada de él, ni de su madre. Liz, si realmente ella era una Energizer, ese bebé podría no ser normal.
—Aún así, es solo un bebé —insistió Liz. —Y yo no voy a dejar que crezca sin alguien que lo cuide.
Richard dejó escapar un largo suspiro.
—Dios... —murmuró, frotándose el puente de la nariz. Finalmente, la miró con resignación. —Está bien. Pero si algo raro pasa, si hay señales de que no es seguro...
—Lo sabremos —dijo Liz, con una leve sonrisa. —Pero hasta entonces, haré lo que creo correcto.
Minutos después, Liz ingresó a la sala de neonatos y se acercó a la incubadora donde el bebé descansaba. Lo observó en silencio, con una ternura infinita reflejada en sus ojos.
Sin importar lo que pasara en el futuro, en ese momento solo había una verdad: ese bebé estaría a salvo con ella.