Habían pasado nueve años.
La ciudad de Crimson Peak seguía manteniendo su esencia. Su imponente montaña al fondo, bañada por los rayos del amanecer y el atardecer, adquiría un tono rojizo que le daba su nombre. Cada día, sin excepción, ofrecía un espectáculo visual único.
Dentro de una cueva oculta en el bosque del anillo externo, un joven practicaba sus artes marciales con disciplina inquebrantable. Su torso desnudo estaba cubierto de sudor, la piel pálida brillando bajo la tenue luz filtrada por las grietas en la roca. Sus músculos no eran exageradamente voluminosos, pero cada fibra de su cuerpo estaba bien definida por años de entrenamiento. Con cada golpe y patada, sus movimientos eran fluidos y precisos, priorizando la velocidad y la técnica sobre la fuerza bruta.
La cueva tenía distintos equipos de entrenamiento: muñecos de madera desgastados, pesas rudimentarias y enormes piedras con marcas de haber sido levantadas y lanzadas repetidamente.
¡BAM! ¡HAAH!
El eco de sus golpes resonaba en el interior, acompañado por su respiración controlada y el sonido de sus pies deslizándose sobre la roca.
¡BAM! ¡HAAH!
Cuando finalmente terminó su sesión, tomó una toalla de su bolsa deportiva y se secó el sudor antes de cambiarse de ropa. Caminó hacia la entrada de la cueva con pasos firmes, su respiración aún algo agitada.
Afuera, sobre una roca plana bañada por los últimos rayos del sol, un enorme perro negro descansaba plácidamente. Sus orejas se movieron con un leve tic al captar el sonido de pasos acercándose. Al reconocer el ritmo, se incorporó y observó a su dueño con ojos atentos.
—Es hora de irnos, Umbra —dijo Reynarth, sin detenerse.
El perro resopló, meneando la cola antes de seguirlo con paso ágil. Su gran tamaño lo hacía parecer una bestia más que un simple can, alcanzando la cintura de Reynarth.
Cuando el joven emergió completamente de la cueva, la luz del atardecer reveló su apariencia con claridad. Su cabello castaño estaba cortado de forma despeinada pero controlada, lo suficiente para no estorbarle en los ojos. Sus ojos azul claro reflejaban el resplandor del sol, dándoles un brillo etéreo. Su piel pálida contrastaba con la ropa ajustada que marcaba su musculatura sin exagerar. Medía 1.68 metros, no era particularmente alto, pero su físico bien definido lo hacía destacar.
Mientras avanzaban por el bosque, Reynarth rompió el silencio:
—Sabes que pronto iré a la universidad, ¿verdad? —preguntó con una leve sonrisa, sin esperar respuesta.
Muchos lo juzgarían de loco si lo vieran hablando con un perro como si fuera una persona. Sin embargo, Umbra, como si entendiera perfectamente, soltó un ladrido corto y meneó la cola con energía.
A lo largo de los años, Reynarth había confirmado que Umbra era mucho más inteligente de lo normal. Sus reacciones, sus gestos... casi parecían humanos. Incluso sospechaba que podía ser el resultado de algún experimento secreto para crear perros más listos con fines militares.
—Desde aquel día en que nos conocimos, siempre hemos estado juntos... pero esta vez no podremos —murmuró con un dejo de pesar.
Umbra se detuvo en seco. Giró la cabeza hacia Reynarth, frunciendo el ceño... si es que un perro podía hacer tal expresión.
—Oye, no me mires así —suspiró el joven—. No es que no quiera llevarte, pero el campus está en otra ciudad y los dormitorios no permiten mascotas. Aunque... tú no eres una mascota, eres un amigo.
El gruñido bajo que Umbra había comenzado a soltar cesó de inmediato.
Para cuando salieron del bosque, el sol ya estaba descendiendo en el horizonte. La silueta de Crimson Peak se alzaba frente a ellos, sus murallas reflejando los últimos destellos dorados del día.
Llegaron donde Reynarth había estacionado el carro. El auto tenía los asientos traseros retirados, lo que le permitía más espacio para cargar cosas... y también para que Umbra pudiera viajar cómodamente.
—Arriba, chico —indicó Reynarth, abriendo la puerta trasera.
El perro subió de un salto ágil y se acomodó sin dificultad. Reynarth lanzó su bolsa deportiva dentro, cerró la puerta y luego se dirigió al asiento del conductor. El rugido del motor rompió la tranquilidad del bosque.
Con música sonando suavemente en el estéreo, tomó la carretera de regreso al anillo interno.
Al llegar a la muralla que separaba el anillo externo del interno, Reynarth sacó su identificación y la deslizó bajo un escáner. La tarjeta, vinculada directamente a su sangre, emitió un leve resplandor verde al ser verificada. Un sonido metálico indicó que la puerta lateral de la muralla se había desbloqueado.
Los guardias apenas le dirigieron una mirada antes de dejarlo pasar. Nadie podía falsificar esa identificación, lo que hacía inútil cualquier intento de suplantación. Umbra cruzó junto a él sin problema; al parecer, su presencia ya no resultaba extraña para los encargados de la seguridad.
El anillo interno era un mundo completamente distinto. Las calles impecables, los edificios altos y modernos contrastaban con los enormes jardines perfectamente cuidados. Coches de lujo se desplazaban silenciosamente por las avenidas, y las luces de las farolas comenzaban a encenderse, proyectando una iluminación tenue pero elegante.
La ciudad de Crimson Peak estaba dividida en tres anillos, cada uno separado por una muralla de ocho metros. El anillo externo albergaba a la población común, con barrios de clase media y baja, mercados, fábricas y pequeños negocios. El anillo interno era hogar de la élite, con lujosas residencias, centros comerciales de alta gama y amplias avenidas arboladas. En el anillo central, completamente restringido, se encontraban las instalaciones militares y los edificios administrativos más importantes.
El trayecto hasta su casa fue relativamente corto. Al llegar, Reynarth redujo la velocidad y giró hacia la entrada de una residencia de dos pisos con una arquitectura sofisticada y ventanales amplios. La fachada de piedra y vidrio se iluminó automáticamente al detectar su vehículo.
Estacionó su Acura TLX Type S blanco en el garaje. El sonido del motor apagándose resonó en la espaciosa cochera. Umbra esperó pacientemente a que su dueño abriera la puerta trasera, donde los asientos habían sido removidos para que él pudiera viajar cómodamente.
—Baja, chico —dijo Reynarth. Umbra obedeció de inmediato, saltando con agilidad.
Cerró la puerta del auto y se dirigió a la entrada de la casa. Antes de abrir, miró de reojo una de las ventanas del segundo piso. Sabía que alguien lo estaba observando.
Sin darle más importancia, giró la perilla y entró.
Cuando Reynarth entró a la casa, cerró la puerta tras de sí con un ligero suspiro. Umbra lo siguió con pasos silenciosos, su presencia reconfortante como siempre.
Estaba a punto de subir las escaleras hacia su habitación cuando una voz burlona lo detuvo.
—Mira nada más, el niño prodigio finalmente regresa a casa.
Reynarth se giró con calma. Jack estaba apoyado contra la pared del pasillo, con los brazos cruzados y una sonrisa ladeada que no llegaba a sus ojos. Su postura era relajada, pero sus ojos reflejaban una hostilidad apenas contenida.
—Jack —saludó Reynarth sin emoción y volvió a girarse para seguir su camino.
—Vaya, qué grosero. Ni siquiera tienes tiempo para hablar con tu querido hermano.
—No tengo un hermano.
Jack chasqueó la lengua y caminó tras él.
—Oh, cierto. Porque ni siquiera perteneces a esta familia, ¿verdad? No eres más que un maldito adoptado.
Reynarth se detuvo en seco.
Jack sonrió con satisfacción al ver que había tocado un punto sensible.
—Debe ser increíble, ¿no? Haber sido un don nadie y ahora vivir en una casa de lujo, con ropa de marca y un coche caro. Apostaría a que, si no te hubieran recogido como a un perro callejero, estarías pudriéndote en el anillo externo.
Reynarth apretó los puños, pero su rostro no reflejó ninguna emoción. No iba a darle el placer de ver una reacción.
—¿Terminaste? —preguntó con frialdad.
—Ni cerca. —Jack se echó a reír y luego se cruzó de brazos, su expresión se tornó amarga—. Sabes, me enferma lo perfecto que te crees. Buen estudiante, disciplinado, entrenando todos los malditos días como si fueras un soldado. Y ahora esto... ¿De verdad te aceptaron en una universidad de nivel 2?
Reynarth asintió sin interés.
Jack soltó una carcajada vacía.
—¡Qué jodida ironía! Yo, el hijo de sangre de esta familia, no pude entrar ni a una universidad de esta ciudad de mierda, pero tú, el bastardo adoptado, lograste algo que yo nunca pude.
Se inclinó levemente hacia él, con los ojos inyectados de rabia.
—Dime, ¿cómo se siente ser el favorito de mamá y papá?
—No me interesa lo que piensen —respondió Reynarth sin vacilar.
—¡Claro que te interesa! —espetó Jack—. Por eso te matas esforzándote. ¿Crees que serás mejor que yo solo porque estudias y entrenas? ¡Eres solo un perro bien entrenado, nada más!
Umbra gruñó bajo, avanzando un paso hacia Jack, pero Reynarth le hizo un gesto sutil para que se detuviera.
—¿Ya terminaste? —preguntó otra vez, sin un atisbo de emoción en su voz.
Jack apretó la mandíbula, frustrado por la indiferencia de Reynarth. Pero luego, una sonrisa burlona apareció en su rostro.
—Por cierto, ¿has oído las noticias últimamente?
Reynarth alzó una ceja, pero no respondió.
—Dicen que hay un lobo demoníaco suelto en la ciudad. Que ha estado matando gente... brutalmente. —Jack hizo una pausa dramática, observando la reacción de Reynarth—. Los cazadores ya están tras su pista, y créeme, no les tiembla la mano para eliminar cualquier amenaza.
Jack se encogió de hombros con fingida preocupación y luego miró a Umbra.
—Sería una verdadera lástima que, por accidente, confundieran a tu perrito con ese monstruo, ¿no crees?
Sonrió de lado.
—Digo, se parecen bastante. Quién sabe... tal vez un día no regreses a casa y encuentres su cadáver en una zanja.
Reynarth sostuvo su mirada con frialdad.
Jack esperaba verlo reaccionar, quizá enfurecerse, quizá amenazarlo... pero, como siempre, lo único que obtuvo fue un silencio impenetrable.
—Duerme bien, hermanito —susurró Jack antes de darse la vuelta y alejarse con una risa burlona.
Reynarth lo observó marcharse. Luego, sin decir una palabra, subió las escaleras hacia su habitación con Umbra pisándole los talones.
Cuando cerró la puerta, dejó escapar un suspiro entrecortado, casi un gruñido ahogado.
Su pecho subía y bajaba con fuerza, su respiración aún agitada por la rabia contenida. Sentía los músculos de su mandíbula tensos hasta el punto de doler, y sus puños permanecían cerrados con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Una vena latía con furia en su cuello y en su frente, palpitando con cada latido acelerado de su corazón.
El eco de la voz burlona de Jack seguía retumbando en su cabeza, como si su presencia aún estuviera en la habitación. Reynarth cerró los ojos un instante, intentando calmarse, pero el ardor en su pecho solo aumentaba.
Finalmente, respiró hondo y dejó caer la cabeza hacia atrás, golpeando levemente la puerta con ella. No valía la pena... No ahora.