El cielo se teñía de un cálido naranja mientras el sol descendía lentamente en el horizonte. Reynarth dejó escapar un suspiro mientras recogía su equipo de entrenamiento dentro de la cueva. Su cuerpo aún sentía el desgaste de los ejercicios, pero no era nada que un poco de descanso no pudiera solucionar.
Habían pasado dos días desde su última discusión con Jack. Ya no quería pensar en eso. Pronto cumpliría dieciocho años, y en cuanto amaneciera, se iría de esa casa para siempre.
Se inclinó para tomar la última de sus cosas cuando, de repente, un dolor agudo le atravesó el pecho.
—¿Qué...?
Su respiración se cortó de golpe. Una presión sofocante le oprimió el pecho, como si algo invisible lo estuviera estrujando desde dentro. Su corazón latía de manera errática, acelerándose en una pulsación caótica que reverberaba en sus oídos. De pronto, una oleada de calor abrasador estalló en su interior, expandiéndose como llamas descontroladas a través de sus venas.
Su cuerpo se dobló por la mitad.
—¡Gh... AGHHH!
Cayó de rodillas con un estruendo sordo, las manos crispadas contra la tierra fría de la cueva. Pero el suelo no ofrecía alivio. Al contrario, el calor dentro de él crecía, devorándolo vivo desde el interior.
Su piel palpitó. Un crujido gutural resonó en su interior antes de que un dolor indescriptible le atravesara cada fibra de su ser. Su esqueleto se rompió y reconstruyó en un ciclo cruel e interminable. Cada fractura le arrebataba el aire de los pulmones, cada reconstrucción aumentaba su densidad ósea, volviéndolo más fuerte... pero a un costo insoportable.
—¡AAAAAGHHHHH!
Un desgarrador alarido de agonía llenó la cueva. Sus músculos se retorcieron bajo su piel, desgarrándose y regenerándose a una velocidad sobrehumana. Podía sentir cómo se expandían, volviéndose más gruesos, más duros, más potentes... pero el proceso era una tortura inhumana.
Un instante después, su piel comenzó a agrietarse.
No... no era solo su piel. Se desprendía en jirones, revelando carne viva al rojo vivo que latía con un ritmo desbocado. Cada fragmento que caía al suelo se deshacía en cenizas oscuras.
Sus uñas se alargaron, transformándose en garras negras que rasgaron la piedra con un sonido chirriante. Sus pupilas se contrajeron en una fina línea vertical mientras un fulgor ámbar reemplazaba su anterior color de ojos.
Su temperatura corporal siguió aumentando.
Su piel adquirió un tono carmesí. Su columna vertebral crujió al estirarse, y con ella, su estatura aumentó hasta los 175 centímetros. La cueva tembló con cada espasmo violento que recorría su cuerpo.
Y entonces... todo se volvió negro.
El dolor lo consumió hasta arrebatarle la consciencia.
Bosque del Anillo Externo
Los cazadores se movían con cautela entre los árboles, siguiendo las débiles huellas del lobo demoníaco. Durante los últimos días, habían tenido varios enfrentamientos con la bestia, pero nunca lograban abatirla. Siempre escapaba en el último momento, dejándolos con más heridas y menos municiones.
Esta vez sería diferente.
El rastro de sangre seca en la corteza de un árbol indicaba que el lobo estaba herido. No podría llegar muy lejos.
—Está cerca —murmuró uno de ellos, deslizando los dedos sobre la mancha oscura en la madera.
—Si lo atrapamos antes del anochecer, la recompensa será nuestra.
El viento helado recorrió el bosque, silbando entre las ramas desnudas. Pero había algo más flotando en el aire.
Un hedor metálico.
Sangre.
Los cazadores se tensaron.
—¿Escuchaste eso? —susurró uno de ellos, su voz apenas un aliento.
—¿Qué cosa?
Y entonces lo escucharon.
—¡¡GRRAAAAAAHHHH!!
Un rugido inhumano desgarró la tranquilidad del bosque. No era el aullido de un lobo. Era algo más profundo, más primitivo... más monstruoso.
Los cazadores se miraron, el miedo reflejado en sus ojos.
—Eso... eso no es un lobo.
Un segundo de incertidumbre.
—¡Viene de allí!
Sin perder más tiempo, corrieron hacia la fuente del sonido.
Justo afuera de la cueva, Umbra levantó la cabeza de golpe. Sus orejas se erizaron ante los gritos desgarradores que provenían del interior.
Se puso de pie lentamente.
Y entonces sintió las presencias.
Los cazadores se acercaban.
Su mirada se tornó fría.
LLas sombras entre los árboles se agitaron y, en cuestión de segundos, dos figuras emergieron de la maleza. Eran más imponentes que los cazadores comunes. Sus armaduras reflejaban un nivel superior de protección y sus armas, más sofisticadas, indicaban que no eran simples mercenarios..
Umbra gruñó bajo.
—Tsk. —Rex alzó una ceja, su hacha de batalla descansaba sobre un hombro—. ¿Qué clase de perro nos está bloqueando el paso?
—No es un perro. —Sentry entrecerró los ojos, con el rifle apoyado contra su hombro. Su tono sonaba relajado, pero su postura estaba tensa—. Es un lobo demoniaco.
—¿Otro? —Rex escupió al suelo—. Qué fastidio.
Umbra no se contuvo más.
Su cuerpo se convulsionó y una presión ominosa llenó el aire. Su piel se oscureció, sus ojos brillaron con un destello carmesí y su silueta cambió. En un parpadeo, la figura del gran perro desapareció, dejando en su lugar a un lobo demoníaco de pelaje negro como la noche.
—¡Tsk, mierda! —Rex reaccionó de inmediato y plantó los pies en el suelo—. Voy primero.
Antes de que Sentry pudiera responder, Rex ya se había lanzado al ataque.
Su hacha de batalla rugió con un resplandor carmesí cuando el filo ardió en llamas. Con un solo movimiento, trazó un arco incandescente en dirección a Umbra.
El lobo se apartó con un salto, pero el fuego rozó su costado, quemando parte de su pelaje. Umbra aulló de dolor y sus ojos se volvieron aún más feroces.
—¡Vamos, perro! —Rex se impulsó hacia adelante con un poderoso pisotón, el suelo crujió bajo su peso—. ¡Veamos cuánto aguantas!
El combate estalló.
Rex atacaba con ferocidad, cada tajo de su hacha dejaba surcos en la tierra y su filo ardiente iluminaba la oscuridad del bosque. Pero Umbra no se quedaba atrás. Se movía con agilidad, esquivando y contraatacando con garras y colmillos.
Sentry, por su parte, no desperdició la oportunidad.
—Tienes tu pelea. —Susurró con una sonrisa mientras levantaba el rifle.
El disparo fue silencioso, pero Umbra lo sintió.
Un proyectil impactó en su pata trasera.
El lobo trastabilló.
—Buen tiro. —Rex sonrió y aprovechó la apertura.
Con un giro veloz, su hacha descendió.
Un corte profundo se abrió en el costado de Umbra.
El lobo soltó un gruñido ahogado y retrocedió tambaleante. Su respiración era pesada, su sangre manchaba la tierra.
Sentry inclinó la cabeza.
—Resistente.
—No importa. —Rex giró el hacha con facilidad—. Acabemos con él antes de que se regenere.
Pero en ese instante...
Un sonido seco y húmedo se escuchó cuando algo cayó al suelo.
Un orbe de metal oscuro, cubierto de sangre.
Los ojos de Sentry se entrecerraron.
—¿Qué... es eso?
—Ni puta idea. —Rex dio un paso adelante, observándolo con atención.
Fue entonces cuando la cueva tembló.
Un rugido inhumano resonó en el aire.
Las ramas crujieron.
El viento se alzó.
Y algo emergió de la cueva.
No caminó. Se arrastró tambaleante, como si su cuerpo aún no respondiera del todo. Su pecho subía y bajaba con fuerza, su mirada estaba perdida.
Pero no era humano.
—Mierda... —Rex sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Eso es un Therian... —murmuró Sentry, apretando su rifle.
Reynarth alzó la cabeza lentamente.
Sus ojos ámbar brillaban con un destello salvaje.
Y luego... se lanzó.
Su puño impactó contra el estómago de Rex con una fuerza monstruosa.
—¡GHHH...!
El cazador salió disparado como un proyectil, estrellándose contra un árbol con un estruendo seco.
Sentry reaccionó al instante, disparando ráfagas de energía.
Pero Reynarth no se detuvo.
Los proyectiles impactaron contra su cuerpo, perforando su piel, dejando al descubierto sus musculos, la sangre brotaba... y se deslizaba de regreso a sus heridas, cerrándolas rápidamente.
El Therian avanzó sin detenerse, con la mirada fija en su presa.
—¡Joder, qué carajo...! —Sentry intentó retroceder, pero Reynarth ya estaba sobre él.
Un tajo rápido.
Las garras atravesaron su brazo, rasgando carne y armadura por igual.
Sentry apretó los dientes y rodó por el suelo, evitando un golpe que podría haberle partido el cráneo.
—¡Rex, muévete, carajo! —bramó.
Pero Rex aún se estaba incorporando. Tosió, escupió sangre y se limpió la boca con el dorso de la mano.
—No me jodas... —gruñó, clavando la mirada en Reynarth—. Ese cabrón se está curando.
Sentry lo vio también.
La sangre de las heridas de Reynarth caía al suelo, pero la que tocaba su piel... desaparecía.
—Su sangre... —Susurró, con una mezcla de asombro y horror—. Está usando su propia sangre para regenerarse.
Rex frunció el ceño.
—Uno de esos...
—Sí... —Sentry tragó saliva—. Un Therian de absorción de sangre.
Rex tensó la mandíbula.
Y entonces sonrió.
—Si lo matamos antes de que pueda curarse, será un logro enorme...
Su emoción era evidente.
Un Therian de absorción de sangre.
Un raro espécimen...
Uno que, si lograban abatir antes de la infusión, los haría ascender en la jerarquía de cazadores.
Rex se relamió los labios.
—Vamos, hijo de puta... ¡Veamos qué tan resistente eres!
Sentry suspiró.
—De acuerdo.
Ambos se movieron al unísono.
No podían dejarlo vivo.
Rex se lanzó con su hacha en alto, su filo ardiente rugiendo con un brillo feroz.
Sentry disparó sin cesar, apuntando a las articulaciones de Reynarth, buscando un punto débil.
Pero Reynarth... ya no pensaba.
Era puro instinto.
Un depredador.
Se movió con brutalidad.
Su garra atrapó el hacha de Rex en pleno descenso. El metal crujió, las llamas titilaron... y con un giro repentino, el Therian torció la hoja como si fuera de papel.
Rex abrió los ojos con sorpresa, pero no tuvo tiempo de reaccionar.
Un rodillazo le impactó en el pecho.
Algo se rompió.
Y salió disparado de nuevo.
Sentry disparó a quemarropa.
Reynarth lo dejó hacer.
Cada impacto de bala perforó su carne, pero la sangre que brotaba regresaba a su cuerpo, sanando las heridas al instante.
Y entonces, el Therian sonrió.
Era la sonrisa de un cazador que acababa de encontrar a su presa.
Sentry apretó los dientes.
—Estamos jodidos...