Elena sabía que no había vuelta atrás. Su mente se debatía entre la ansiedad y la determinación, pero su cuerpo estaba listo para el juego. Había crecido rodeada de poder y traición, pero esta vez, ella sería la que moviera las piezas. A la mañana siguiente, se presentó en la residencia de Lorenzo.
El mayordomo la miró con sorpresa, pero la dejó entrar sin cuestionamientos. No era habitual que visitara a su tío sin previo aviso. Lorenzo la recibió en su despacho con una sonrisa calculada.
—Sobrina, qué grata sorpresa —dijo, levantándose de su sillón de cuero—. ¿A qué debo tu inesperada visita?
Elena fingió incomodidad y se mordió el labio antes de hablar. —Tío, necesitaba verte. Estoy
preocupada.
Lorenzo arqueó una ceja y se acomodó en su asiento, entrelazando los dedos sobre el escritorio.
—¿Preocupada? ¿Por qué?
Elena bajó la mirada, como si dudara en decir lo que estaba a punto de revelar. —He escuchado rumores. Hay personas hablando, de que hay alguien dentro de tu círculo cercano que está filtrando información.
Lorenzo se tensó levemente, pero su expresión se mantuvo serena. —¿Quién te ha dicho eso?
Elena negó con la cabeza. —No sé exactamente quién. Pero fue suficiente para preocuparme. No quiero que nada te pase.
Lorenzo se levantó y caminó lentamente alrededor del escritorio, hasta quedar a su lado. —Me alegra saber que aún confías en mí, —dijo, posando una mano en su hombro—. No te preocupes, Elena. Sé manejar a los traidores.
Elena forzó una sonrisa. —Lo sé, pero quiero ayudarte. Si descubres quién es, dime en qué puedo ser útil.
Lorenzo la miró con una mezcla de interés y sospecha. Finalmente, asintió. —Lo tendré en
cuenta.
Elena se despidió con aparente calma, pero en su interior sabía que había logrado lo que quería.
Había sembrado la duda en su mente. Ahora, era cuestión de tiempo antes de que Lorenzo
cometiera su primer error. Cuando regresó a la mansión de Sebastian, lo encontró esperándola en el salón con una copa de whisky en la mano. —¿Cómo te fue? —preguntó con una sonrisa confiada.
Elena se dejó caer en un sillón, exhalando con cansancio. —La semilla está plantada. Ahora solo tenemos que esperar.
Sebastian alzó su copa en un gesto de aprobación. —Brindemos por eso. Porque cuando Lorenzo se dé cuenta de que está atrapado, ya será demasiado tarde.
Elena tomó aire. Sabía que esto era solo el comienzo. Y que lo peor estaba por venir.