Retrospectiva e introspectiva (parte 3)

La prima de Tomás llegó finalmente el sábado por la mañana, justo cuando él se disponía a recorrer la ciudad en busca de un nuevo trabajo. La encontró en una calle cercana, caminando con dos maletas pesadas y mirando desesperada en todas direcciones, como si la dirección que buscaba fuera un enigma indescifrable. Al darse cuenta de que era ella, no pudo evitar una amarga sonrisa: la vida siempre parecía poner en manos de otros las pequeñas dosis de suerte, mientras que él se encargaba de cargar con las sobras, sin duda una existencia amarga.

Se acercó, y Daniela, aliviada, le preguntó por la dirección que había estado buscando durante un buen rato. Era irónico, pensó Tomás, que incluso para llegar a la casa de su familia, ella necesitara que él la rescatara. Sin decir mucho más, la guio hasta la casa y cargó con sus maletas hasta la habitación que le habían preparado.

—No te reconocí al verte, estás bastante alto. En menos de un año pareces haberte convertido en un hombre— comentó Daniela, mirándolo con una mezcla de curiosidad y sorpresa.

Tomás desvió la mirada, incómodo ante sus palabras. Nunca sabía qué responder a ese tipo de comentarios. —Supongo que todos crecemos a su tiempo. Tú también estás irreconocible— respondió con un tono neutral.

Daniela rio ligeramente, ignorando su evidente incomodidad. —Es verdad. Oye, ¿la tía no está en casa?

—Usualmente no lo está. Sale a trabajar cerca de las siete y regresa a la misma hora, salvo cuando decide ir a beber con algún compañero de trabajo. También trabaja los sábados y algunos domingos. Incluso cuando está en casa, se encierra en su habitación, así que dudo que la veas mucho— explicó Tomás, con un tono distante, como si describiera una rutina ajena y no la vida cotidiana de su propia madre.

Daniela lo miró con cierta preocupación. —Vaya, eso es bastante raro. Bueno, mamá me dijo que la tía estaba así desde hace tiempo, pero que no la juzgara, porque no siempre fue así.

Tomás dejó escapar un suspiro que parecía cargado de años de agotamiento acumulado. —Fue hace tanto tiempo que apenas lo recuerdo. Pero sí… en esos días sonreía bastante.

Mientras él hablaba, Daniela se acercó a su maleta y, sin siquiera pedir permiso, le hizo un gesto para que la abriera. —Debe ser duro. Después de todo, eres hombre. ¿Cómo haces para comer? ¿Acaso comes fuera todos los días?

—No, dejo la comida lista por las noches. De hecho, desde que mi madre me avisó que venías, he estado dejando tres porciones. Una para cada uno. Tu porción estará en el microondas o en el refrigerador. Come cuando quieras y no te preocupes por los cubiertos, déjalos en el fregadero. Yo los lavaré cuando regrese— explicó con calma, como si fuera algo perfectamente natural.

Daniela no pudo contener una carcajada. — ¿Acaso te crees una dueña de casa?

Tomás le dedicó una sonrisa forzada, sin encontrar humor en el comentario. —Supongo que ya me acostumbré a cocinar. Limpio la casa los domingos, por si quieres ayudarme.

—Lo dudo mucho. Vengo aquí a estudiar y nada más— respondió ella, sentándose en la cama con aire despreocupado —. No se me da bien hacer las tareas del hogar.

Tomás la observó en silencio, dándose cuenta de que su prima sería poco más que un pasajero en esa casa. Eso no le sorprendía; de hecho, lo aliviaba un poco saber que apenas interactuarían. Después de todo, él se marcharía al terminar el año. Caminó hacia la puerta y, antes de salir, le dijo:

—Ya me voy. Tengo cosas que hacer. Si mi madre pregunta, dile que tengo turno en la tarde, así que volveré bien entrada la noche.

Daniela respondió con una sonrisa, sin agregar más palabras.

Mientras se alejaba, Tomás reflexionó en silencio. Por lo menos Daniela era amable, pensó. Quizá no fuera de mucha ayuda, pero su presencia le daba un leve aire de vida a la casa, aunque fuera apenas un soplo.

Y aun así, ese pequeño cambio no era suficiente para disipar la pesada nube que llevaba encima.