Retrospectiva e Introspectiva (Parte 4)

Recorrió Tomás buena parte de la ciudad y encontró algunas ofertas a las que aplicó de inmediato, no esperaba mucho, pero en verdad nunca esperaba que lo llamaran de ningún trabajo al que dejaba papeles, así cuando lo llamaban se sentía agradecido y no ansioso. Ya caían las tres de la tarde cuando decidió entrar a una cafetería para poder descansar antes de ir a su turno, quizá el café recién molido podría espantar por el momento esa horrible sensación de vacío que lo perseguía siempre.

Estaba esperando que la mesera trajera su café cuando sintió que golpearon el ventanal donde él estaba sentado, la impresión primera fue bastante fuerte, de tal forma que dio un pequeño salto, era la peluquera agitando su mano con una sonrisa enorme. Tomás también la saludó y, de un momento a otro, ella estaba sentada con él pidiendo un café para ella.

— Me saludaste, creí que me ibas a olvidar— rio alegremente mientras llamaba a la mesera agitando la mano por todo lo alto —que suerte que nos encontráramos ¿recuerdas mi nombre cierto? Espero no estar haciendo el ridículo.

Tomás se sintió un poco superado, pero apareció justo en el momento en que ese vacío abrumador comenzaba a trepar por las paredes de su alma —Te llamas Soledad, cómo iba a olvidarlo en menos de una semana, además me ayudaste en ese momento.

—Oh, noto un joven sonrojado frente a mí, casi me salta el corazón— volvió a reír naturalmente.

Cuando la conoció en la peluquería ya se imaginaba que era una muchacha alegre, como un sol brillante, un sol alegre, un sol que quema todo lo que toca hasta reducirlo a cenizas y él lo iba a sentir en su propia piel tarde o temprano, porque él no era de aquellos que se exponen al sol, él era de aquellos que viven a las sombras, siempre en la oscuridad.

Soledad pidió un cappuccino, unas galletas y continuó —Imaginaba que podríamos llegar a encontrarnos, al menos mientras no ingresaras a la universidad, pero no tan pronto, que suerte.

—De hecho me alegro de que nos hayamos encontrado— complementó Tomás —llegaste en buen momento.

— ¿Saliste a pasear solo?

Tomás miró por un segundo afuera, el sol se alzaba sin misericordia —Estaba buscando trabajo y dando una vuelta para mi turno de la tarde.

— ¿Ni siquiera un amigo o compañero quiso acompañarte?

—Ah, por qué iba a preguntarles por esto, es mi deber buscar trabajo, no voy a arrastrar a mis amigos por eso, además, cuando salgo es porque me han invitado, no soy muy bueno diciendo que no asique voy, aunque no me guste voy de todas maneras.

Soledad mantuvo una sonrisa inquieta y la mirada fija sobre él —Puedes llamarme si necesitas compañía— hizo un gesto para que Tomás le diera su teléfono a lo que él accedió con una mano dubitativa —no te pongas nervioso ahora, que me da vergüenza, tonto— dijo al ver un ligero rubor en la cara de Tomás.

En ese instante llegó la mesera con el pedido de ambos, un cappuccino y galletas para la señorita y un café americano grande para el joven, dijo con cierto tono pícaro que causó que Tomás se sonrojara otra vez.

—Piensas sonrojarte por cualquier cosa que pase— dijo Soledad con cierta molestia en su voz.

—Lo lamento— respondió Tomás con genuina vergüenza —no era mi intención, no es como que pueda controlar esa clase de cosas, soy inexperto en este tipo de interacciones.

Ella sonrió tranquila —Estaba bromeando, supongo que en verdad no eres muy bueno en esto.

—Nunca he tenido una cita— respondió Tomás desviando la mirada mientras llevaba el café a su boca.

—Vaya, americano sin azúcar ¿crees que eso te hace parecer más adulto?

—No sé si lo dices en serio o pretendes reírte de mí, pero no bebo este café para parecer un adulto, aunque lo soy, lo bebo porque me gusta el sabor amargo.

—Eres peor de lo que pensaba.

—A qué te refieres.

—Quizá tu soledad no tenga remedio— agregó Soledad tomando una galleta —no te avergüences de mirarme a los ojos, puedes considerar esto una cita si eso te ayuda a no quedar mal con tu pareja, cuando la tengas— deslizó el plato de galletas hacia el centro de la mesa —toma una si quieres.

—Eso sería como fingir que salimos, no me gusta la idea ¿no podemos simplemente salir como amigos?— tomó una galleta y la comió de un bocado.

—Podemos, pero eso no te serviría de mucho, vamos…— Soledad puso su mano sobre la mesa y movió los dedos para que él la cogiera —toma mi mano— volvió a mover los dedos con sutileza —vamos, tómala de una vez— dijo, ahora con tono firme.

Tomás cogió la mano de Soledad y con ese acto tomó por primera vez la mano de una mujer con un propósito "de pareja" y alzó la mirada hasta encontrar la de Soledad que sonreía complacida —Es extraño, no sé qué pretendes, pero se siente bien, gracias.

—Por dios, no lo agradezcas— terminó de agregar su número al celular con su mano libre y se lo devolvió a Tomás —como dijiste, éste no es tu fuerte, a las mujeres nos gustan los hombres seguros, no muestres tu debilidad.

—Eso es una burrada, todos tienen fortalezas y debilidades, no pretendo ser perfecto, salvo que quiera obtener una novia que se harte de mí en un par de meses o cuando me conozca de verdad, lo que comienza con una mentira siempre acaba mal— sentenció Tomás con su tono habitual, pero que sin duda sorprendió a Soledad.

Apretó la mano de Tomás para que no la retirara —Todos mienten, sobre todo si quieren agradar ¿crees que vas a ir por ahí soltando tus frases a las chicas para conquistarlas? Si quieres seguir soltero por siempre, entonces sigue tu rumbo de solitario tortuoso, pero si quieres conquistar a una, tendrás que fingir ser alguien más agradable y cuando llegues a tu casa o estés solo, te desquitas hablándole como un amargado a tu almohada.

—Eso fue duro— respondió Tomás ante el contrataque de Soledad —no quiero una novia con la que tenga que fingir todo el tiempo, no tiene sentido.

—Quizá no te guste lo que te voy a decir, pero no eres más que un idealista, si todos pudiéramos ir por la vida diciendo la verdad este mundo sería horrible, además, una mentira que te haga feliz, es preferible a una verdad que te haga llorar, que te haga daño— agregó Soledad mirando fijamente a los ojos de Tomás, mientras este sorbía su café silenciosamente —me gustas— dijo con tono dulce, y al instante el rostro de Tomás se incendió y su mano tembló intentando huir, pero ella la retuvo con suavidad —ahora respóndeme ¿te hice feliz un segundo al menos?

Tomás intentó recobrar la compostura sorbiendo largamente su café, el líquido pasó por su boca y garganta dejando un ardor lo suficientemente fuerte como para sacarle una lágrima furtiva que se asomó para luego volver por donde venía, tuvo que admitirlo, había sentido algo nuevo. Su pecho se había llenado de latidos incesantes y de un extraño hormigueo que jamás había tenido antes.

—Sí, eso fue bueno, aunque sea mentira, y saberlo se siente muy mal también, es como si te dieran esperanza por un segundo y luego te la quitaran de golpe— intentó contenerse, pero algunas lágrimas se agolparon en sus ojos y tuvo que volver a beber café para gobernarse —supongo que has rechazado a más de un hombre, que tal si te digo que tú me gustas y luego me rechazas, me gustaría ver si es posible sentir lo mismo.

Soledad comió otra de sus galletas y luego sorbió un largo trago de café y sus cejas se arquearon en un gesto triste —Si es lo que quieres— bajó un poco la mirada, como si no le gustara la idea.

Tomás necesitaba reunir un poco de valor, pero después de que ella le mintiera en la cara, todo era más fácil —Soledad, me gustas mucho ¿saldrías conmigo?— él se quedó esperando la respuesta de ella con la mano en la taza, lista para ocultar su vergüenza en el momento adecuado.

Soledad apretó con fuerza la mano de Tomás —Perdón, no puedo salir contigo— desvió la mirada hacia el exterior —me gusta otra persona.

Tomás, en efecto, sintió como una punzada, no tan fuerte como lo que Amelia le hizo sentir, pero aunque fuera todo mentira, todavía dolía —Es impresionante, me ha dolido de todas formas, aunque sea mentira, aunque todo sea mentira, quizá esa vez me dolió más porque ella fue bastante más dura— bebió el último trago de café, dejando un fondo lleno de minúsculos granos molidos —recuerdo claramente lo que dijo ¡qué, ni muerta saldría contigo, que asco!, pero no te preocupes, no te pediré que lo digas así— suspiró y soltó la mano de Soledad que lo miraba fijamente y muy seria —no quería incomodarte, pero esto es lo que se siente entre la verdad y la mentira, no voy a mentir para salir con alguien, aunque el resultado sea quedarme solo ¿lo entiendes ahora?

Ella retiró su mano lentamente —Me siento extraña— dijo con voz quebrada y sus ojos se sintieron ardientes de un momento a otro y las lágrimas comenzaron a salir —lo siento, yo no quería herirte— dijo entre sollozos —quería ayudar, lo… lo siento de verdad.

Tomás estiró su mano tal como ella la había estirado antes y movió sus dedos imitándola; ella le respondió cogiendo la de él con fuerza —Perdóname tú a mí, supongo que estoy demasiado herido como para esta clase de juegos, no llores por mí, no lo valgo.

Soledad se secó las lágrimas y acarició la mano de Tomás con su pulgar —De alguna manera me siento mal por quienes he rechazado antes— dijo con voz quebrada todavía, comió un par de galletas con pequeñas mordidas, como si fuera una especie de ardilla y las hizo bajar por su garganta con un largo sorbo de café —es bastante duro esto.

—No deberías sentirte así, como conversábamos el otro día, esto es una apuesta a un punto incierto, apuestas, y en las apuestas la casa siempre gana— soltó la mano de Soledad y se puso de pie —voy a pagar ¿nos vamos?— ella asintió y al mirarla ella tenía los ojos vidriosos todavía.

—Oye, somos amigos, los amigos comparten la cuenta.

Tomás le sonrió —La próxima la pagas tú.

De alguna manera, cuando salieron del local, volvieron a tomarse de la mano. Tomás pensó que ella quería de esa manera pedirle disculpas o algo por el estilo, pero no se atrevió a preguntar, para no romper el encanto del momento.

— ¿Vas en bus a tu casa? Te acompaño a la parada.

Soledad asintió —Gracias— dijo tímidamente.

Su risa tranquila se había esfumado, como si la tristeza de Tomás la hubiera succionado, como si él fuera un abismo que ella no pudiera llenar, pero no se rindió y cuando llegaron a la parada y el bus se aproximaba ella le dijo apretando con fuerza la mano del muchacho.

— ¿me acompañarías a mi casa? No quiero ir sola.

Tomás le dirigió una sonrisa comprensiva —Claro, todavía tengo tiempo— respondió de inmediato.

Subieron los dos al bus y se sentaron en los últimos asientos, para su suerte estaba casi vacío, por lo que podían elegir a gusto.

—En verdad puedes ser muy amable si te lo propones— dijo Soledad sonriendo tranquilamente otra vez, su alegría, su sonrisa solar comenzaba a destellar nuevamente, espantando las penumbras que había dejado de su acompañante.

—Creo que lo soy bastante seguido, aunque no se note.

Soledad le dedicó otra sonrisa amable que Tomás guardaría en su corazón hasta el último de sus días, la guardaría como un recuerdo de aquello que no se desea perder, ni desperdiciar, de aquello que se desea que fuera eterno.

—Sí, en realidad eres muy amable, estoy segura que si te lo pidiera harías todo lo que esté a tu alcance para ayudarme ¿lo harías?

— ¿Qué crees tú?

—Que lo harías, a pesar de que nos hemos visto apenas dos veces, aun así lo harías.

Cuando bajaron del bus, lo hicieron cerca de la peluquería, y solamente entonces comprendió Tomás que ella vivía en el segundo piso del lugar, con su madre.

—Aquí está bien— dijo Soledad sin soltar la mano de Tomás, sin percatarse habían salido del local tomados de la mano y llegaron hasta ahí de la misma forma —a pesar de todo, creo que lo disfruté ¿me vas a llamar alguna vez?

— ¿Quieres que lo haga?

—Sí, quiero que lo hagas, pero no porque yo te lo pido, porque tú quieres hacerlo— respondió, soltando al final la mano de él.

Tomás titubeó un segundo —Lo haré, lo prometo, gracias por todo.

Soledad abrió la puerta de la casa y estaba a punto de entrar cuando Tomás la detuvo con una pregunta.

—Quiero verte sonreír otra vez, tu sonrisa es hermosa y me hace sentir mejor cuando la veo.

Ella se volteó y le sonrió como cuando había llegado, era brillante como el sol, tan brillante que Tomás sintió cómo su corazón se sobrecogía.

—Nos vemos.

—Nos vemos, descansa— dijo él antes de que la puerta se cerrara por completo.