La clase con Sofía terminó sin contratiempos, y Tomás sintió una ligera calma que casi se asemejaba a la paz. Quizá estaba mejorando en su concentración, aprendiendo a jugar ese juego de roles entre profesor y alumno, entre superior e inferior. Pensó en ello durante el descanso, tratando de convencerse de que estaba adaptándose a todo, cuando Sunny se acercó con su típica energía.
—¿Dónde estuviste el fin de semana?— preguntó ella con un tono que sonaba más acusatorio que curioso. —Fui a buscarte el sábado y el domingo.
Tomás suspiró, sintiéndose culpable de inmediato.
—Lo lamento, estuve buscando trabajo el sábado, y el domingo salí de paseo hasta tarde. Debiste haberme llamado, podríamos haber salido a algún lugar.
Sunny frunció el ceño y cruzó los brazos.
—Vamos, cada vez que te llamo tienes algo que hacer. Por eso intenté sorprenderte. Por lo menos pude conocer a tu prima. Es muy linda, por cierto.
—Si tú lo dices— respondió él, con un tono ausente.
Sunny se inclinó hacia él, bajando la voz para evitar que otros escucharan.
—¿Hablaste con Anais por lo de Sam?
—Lo hice— dijo Tomás, sintiendo de inmediato un nudo formarse en su estómago. —Pero no tengo buenas noticias.
Ella suspiró profundamente, como si hubiera esperado esa respuesta desde el principio.
—Me lo imaginaba. No es como si pudiéramos hacer algo. Pero no sé si él lo tomará a bien. Además, por lo que sé, Anais estaba saliendo con Alex, de la clase de al lado. O al menos, él se le declaró antes de que terminara el año pasado.
—Que te rechacen una o dos veces es lo mínimo que se puede esperar— respondió Tomás, tratando de restarle importancia. —No veo por qué debería sufrir tanto por eso.
—Es verdad, pero ya sabes que Sam no es precisamente valiente— añadió Sunny, con una mezcla de compasión y exasperación.
El resto de la mañana transcurrió en calma, pero a la hora de almuerzo, cuando se encontraron en el patio trasero, todo comenzó a torcerse. Sam llegó con su típica actitud sumisa, esa que siempre lo había caracterizado, pero que ese día le resultó insoportablemente irritante a Tomás. Una chispa de molestia, una que nunca había sentido antes, comenzó a arder dentro de él.
—¿Cómo te fue con lo mío?— preguntó Sam, con su tono nervioso de siempre.
Tomás desvió la mirada, buscando algo que lo distrajera, cualquier cosa para no enfrentar el momento.
—Hablé con Ani— dijo, intentando sonar casual, aunque sentía un peso enorme en el pecho. —Ella dijo, básicamente, que si quieres una respuesta, tienes que confesarte tú mismo.
Omitió la parte más dolorosa. No podía decirle a Sam que Anais lo consideraba un cobarde, ni que la conversación había estado llena de reproches hacia él. Había cumplido con su parte, pero no podía evitar sentirse atrapado en un callejón sin salida.
Sam frunció el ceño, y su nerviosismo habitual comenzó a transformarse en algo más.
—¿Estás seguro de que le preguntaste bien? Quizá entendió mal.
Tomás sintió una punzada de irritación.
—No entendió mal, Sam. Y la pregunta fue bastante clara. Créeme, ya tuve bastantes problemas por preguntarle eso… no fue tarea fácil.
—¿Qué tan difícil puede ser hacerle este favor a tu amigo?— replicó Sam, con un tono que rozaba la acusación.
Tomás sintió cómo algo se rompía dentro de él. Era como si todas las frustraciones acumuladas de los últimos días, todas las decepciones y humillaciones, encontraran una salida en ese momento.
—Ya lo hice, cumplí con mi parte— respondió, su voz más firme, más dura. —Ahora tú haz lo que creas mejor. Si decides confesarte o no, es cosa tuya.
—No me estás diciendo todo— insistió Sam, su tono ahora más desafiante. —Ella te dijo algo más, lo sé. Ustedes son cercanos ahora. De pronto comenzó a llamarte "Tomy" y tú a ella "Ani". Además, te sentaste en su mesa a la hora de almuerzo. Estoy seguro de que no le dijiste nada, o peor, le dijiste algo para que me rechazara.
La ira de Tomás explotó como una presa rota. Sintió ese ardor subir desde su vientre, esa acidez que lo hacía querer gritar, golpear algo, descargar todo lo que había estado acumulando.
—¡Deja de hablar estupideces!— espetó, su voz temblando de rabia. —Ya hice lo que me pediste. La próxima vez, hazlo tú mismo. ¿Qué tan difícil es decirle a una mujer que te gusta?
—¿Qué tan difícil es ser un buen amigo?— gritó Sam, apretando los puños. —Dime la verdad. ¿Le dijiste que me gusta, o acaso te gusta a ti y no le dijiste nada? ¿Me hiciste quedar mal?
Tomás giró sobre sus talones, dispuesto a marcharse antes de perder completamente el control.
—Déjame en paz, Sam. No tengo nada más que decirte.
Pero Sam no lo dejó ir. Le agarró del brazo con fuerza, su mano temblando, pero su agarre firme.
—¡No te vayas! No he terminado contigo.
Tomás lo miró con una furia contenida que amenazaba con desbordarse.
—Suéltame, Sam. No estoy de humor para tus tonterías.
—¡Dime qué le dijiste!— gritó Sam, esta vez con una desesperación que no había mostrado antes.
—Ya te lo dije— replicó Tomás, soltándose del agarre de su amigo. —Ella dijo que no le gustan los cobardes.
El rostro de Sam se deformó en una expresión de rabia pura.
—Entonces me dejaste mal con ella— gritó, levantando el puño y lanzándolo contra Tomás.
El golpe fue débil, pero suficiente para abrirle el labio. Tomás se limpió la sangre con el dorso de la mano, mirando a su amigo con una mezcla de incredulidad y desprecio.
—¿Estás feliz ahora?— preguntó, su tono cargado de sarcasmo. —Te lo advertí, Sam. No me vuelvas a tocar, o lo lamentarás.
Pero Sam, cegado por su frustración, no escuchó. Lanzó un segundo puñetazo, pero esta vez Tomás estaba preparado. Bloqueó el golpe con su antebrazo y, sin pensarlo dos veces, devolvió el golpe con toda la fuerza de su rabia acumulada.
Sam cayó al suelo de espaldas, su nariz y boca sangrando profusamente. Tomás lo miró desde arriba, sin un atisbo de arrepentimiento.
—Te lo buscaste, idiota. Te lo advertí. Ahora compórtate como un hombre y no me vuelvas a hablar en tu vida.
Se dio la vuelta y se marchó, su corazón latiendo con fuerza mientras la adrenalina recorría su cuerpo. Se detuvo en el baño para limpiar la sangre de su labio y su rostro. Al mirarse en el espejo, vio el reflejo de alguien que apenas reconocía. Entre el corte de su mejilla, el labio roto y el odio que había sentido, Tomás apenas podía creer lo que acababa de suceder.
Pero en el fondo sabía que no había marcha atrás. Su amistad con Sam había terminado, y todo lo demás parecía estar desmoronándose a su alrededor.