Retrospectiva e introspectiva (parte 8)

Sam no se presentó a la primera hora de la tarde, y cuando ésta estaba a punto de terminar, la profesora Sofía interrumpió la clase de inglés para anunciar, frente a todos, que Tomás debía acudir a la sala de profesores al final de la jornada. La ira subió de inmediato desde el vientre de Tomás como una marea que amenaza con ahogar.

Sunny lo miró desde su asiento, con una expresión entre preocupada y expectante. Podía imaginar lo que había pasado, y el resto de la clase no tardó en esparcir murmullos y miradas. Incluso Anais lo miró fugazmente, aunque su expresión era diferente: no había reproche en sus ojos, sino algo que él no logró descifrar.

¿Por qué tenía que anunciarlo delante de todos? Tomás apretó los puños bajo el escritorio. No había necesidad de arruinar lo poco que le quedaba de dignidad. ¿Por qué no esperar una mejor oportunidad? ¿Acaso lo hacía a propósito?

Al final del día, salió de la sala de clases con una mezcla de frustración y agotamiento. No se despidió de Sunny, y cuando pasó frente a Anais, ella desvió la mirada, como si quisiera evitarlo. Tal vez era lo mejor. ¿Quién iba a querer estar cerca de alguien que parecía atraer problemas como un imán?

Cuando llegó a la sala de profesores, encontró a Sofía sentada en su escritorio. Otros profesores lo miraron de reojo, sus expresiones eran una mezcla de desaprobación y curiosidad. Era como si estuvieran presenciando la entrada de un delincuente al tribunal. ¿Qué les pasa? ¿Nunca han visto a alguien golpeado antes? pensó con amargura.

—Siéntate ahí, Tomás, por favor. Supongo que sabes por qué te llamé— dijo Sofía, sin levantar demasiado la voz, aunque su tono denotaba autoridad.

Tomás se sentó frente a ella con gesto cansado.

—No tengo ni idea. ¿Podría explicármelo, por favor?

Sofía dejó escapar un leve suspiro antes de continuar.

—Samuel vino aquí a la hora de almuerzo con el rostro destrozado y sangrando. Dijo que tú lo golpeaste de la nada, que te desquitaste con él de alguna forma. ¿Podrías explicarme qué pasó entre ustedes? Según entiendo, eran amigos, ¿o me equivoco?

Tomás llevó una mano a su labio partido y la tocó con cuidado.

—Él me golpeó primero— dijo con frialdad, sin molestarse en suavizar su tono. —Aquí, justo al lado del otro corte.

Sofía desvió la mirada, como si un leve sentimiento de culpa le pesara sobre los hombros, pero lo disimuló con rapidez.

—¿Eso es todo lo que vas a decir en tu defensa?

Tomás apoyó los codos en la mesa, cansado de justificarse.

—No necesito decir nada más. Lo golpeé porque se lo merecía. Me golpeó primero, a pesar de que le advertí. Fue en defensa propia.

—Si fue así, ¿por qué él terminó en ese estado y tú apenas tienes un corte?— replicó Sofía, con un deje de incredulidad.

Tomás esbozó una sonrisa amarga, casi burlona.

—Supongo que lo golpeé más fuerte. O quizá es simplemente la semana de los cortes. Me encantan que me rompan el labio a golpes.

Sofía lo fulminó con la mirada.

—No te burles de mí, Tomás. Soy tu profesora.

—Ya dije lo que tenía que decir— respondió él, con la voz cargada de irritación. —Sam es un cobarde, y además un traidor. Si lo veo de nuevo, lo volveré a golpear. Así que haga lo que tenga que hacer. No creo que me haya llamado aquí para decirme lo malo que soy.

Sofía apretó los labios, tratando de mantener la compostura.

—Estás suspendido. El inspector ya lo autorizó: una semana de suspensión. Si tu madre quiere saber por qué, puede venir mañana en la mañana. La atenderé sin importar la hora.

Tomás tomó la hoja de suspensión que ella le tendió y la dobló sin mirarla.

—Ella no vendrá. No se preocupe.

Sofía intentó suavizar su tono.

—No deberías descargar tus frustraciones con tus compañeros, mucho menos con tus amigos.

Tomás levantó la mirada, su expresión era fría como el acero.

—¿Qué sabe usted de mí? Él me golpeó primero. Estaba frustrado, cansado de ser un cobarde, y se descargó conmigo. Yo solo le devolví el golpe.

—No es necesario usar la violencia para resolver las cosas, aunque él te haya golpeado primero— replicó Sofía, con un aire más conciliador.

—Claro, yo pienso igual. Pero ya me cansé de que me ataquen y no devolver el golpe. Él me golpeó primero, y soy yo el que se va suspendido. Supongo que la vida no es justa nunca. Me parece que tendré que acostumbrarme. Adiós, profesora. Que tenga una buena semana.

Sofía lo observó levantarse, su paciencia al límite.

—Podrías pedirle perdón a Samuel y dejaríamos esto hasta aquí. Quizá solo uno o dos días de suspensión.

Tomás se giró para mirarla con una expresión que congeló el aire entre ellos.

—No me interesa pedirle perdón. Él debería pedirme perdón a mí. Ahora todos van a ir por ahí hablando estupideces. Tendrán una semana para disfrutarlo. Seguramente él también esparcirá rumores para que Anais me termine odiando. Pero no me importa nada. No voy a pedir perdón, porque no he hecho nada malo.

El silencio en la sala de profesores se hizo pesado. Las miradas curiosas de los otros docentes eran como cuchillos que se clavaban en la espalda de Sofía.

—Tu orgullo no te va a llevar a ningún lugar— dijo ella, con un tono que intentaba ser firme, aunque su voz tembló ligeramente.

Tomás la miró directo a los ojos, con una frialdad que la hizo estremecer.

—No necesito sus consejos, profesora. Pero ya me cansé de los consejos hipócritas de adultos que se creen perfectos, de compañeros infames que dicen ser mis amigos, y de que las consecuencias siempre caigan sobre mí. Si me voy suspendido, me voy con orgullo.

Sofía, sintiendo la tensión creciente, se puso de pie, apuntando un dedo acusador al pecho de Tomás.

—Retira lo que acabas de decir ahora mismo, o te suspenderé dos semanas.

Tomás inclinó levemente la cabeza hacia ella, como si no pudiera evitar burlarse.

—No lo haré. No he hecho nada malo— dijo, y luego bajó la voz para que solo ella pudiera escuchar. —Soy solo un mocoso estúpido, ¿no es eso lo que dijiste? ¿No me ayudas a fingir ahora?

Sofía sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Su corazón latía con fuerza, y luchaba por contener la rabia que ardía dentro de ella. Tragó saliva con dificultad y, conteniéndose, señaló la puerta.

—Vete.

Tomás se inclinó en una reverencia exagerada.

—Gracias, profesora. Que tenga una buena semana. Y gracias por este recuerdo— dijo, señalando sus heridas antes de salir —esperaré sus disculpas, el orgullo es un mal consejero— sonrió con sarcasmo.

Sofía se quedó mirando su espalda sintiendo que su rostro ardía de rabia, entonces notó que apretaba los puños con fuerza.